Los resistentes residentes del sector 14
Unos 150 okupas transforman un barrio de Vitoria construido por el Obispado y vaciado por el ex alcalde Alfonso Alonso
El primer niño desde hace décadas nacerá en cuestión de días en Errekaleor. Será el más joven de los okupas que lo pueblan, y un motivo de orgullo para los nuevos habitantes de ese barrio de Vitoria cuyos habitantes originales, más de 200 familias en sus mejores tiempos, han sido expropiados y recolocados en pisos por el resto de la ciudad a lo largo de los últimos 15 años.
La última de todos ellos, María Ángeles Jiménez firmó su desalojo con el Ayuntamiento el pasado día 21 de febrero y la primera semana de marzo dejará el barrio para instalarse en una vivienda de alquiler. “Llevaba 13 años viviendo en Errekaleor, me da mucha pena dejar el barrio y a los jóvenes”, aseguró el viernes. Los jóvenes, como ella dice, son un número creciente de okupas que poco a poco han ido restaurando edificios y dotando de servicios a la nueva comunidad.
Ahora son unos 150, han convertido Errekaleor en el mayor barrio ocupado de España y resisten como pueden en ese lugar a la presión de las instituciones y de las sentencias judiciales. La barriada está separada de Vitoria por una carretera, pero no más allá de quince minutos del centro. Fue construida por el Obispado y bautizada como el “Mundo Mejor” en los años cuarenta, y en 2002 el exministro de Sanidad y entonces alcalde de Vitoria Alfonso Alonso comenzó un ambicioso plan de desalojos a través de la sociedad dedicada al urbanismo, Ensanche XXI.
Numerosos procesos judiciales complicaron su plan para urbanizar esa zona, el sector 14, dentro del plan de crecimiento de la ciudad y la gran crisis de 2008 convirtió el proyecto en papel mojado. Pero ya el barrio estaba sentenciado. Con muchos pisos vacíos la zona se degradó hasta el punto de que algunos de los vecinos originales denunciaron al Ayuntamiento de Vitoria por mobbing inmobiliario. Desde que los primeros okupas, una decena de universitarios, adecentaron el bloque 26, -un portal con tres alturas y dos manos como el resto de los quince edificios alineados en una cuesta y rodeados de zona verde-, la comunidad que forman senegaleses, norteamericanos, chilenos, argentinos, y de diversas partes de España, ha arreglado 24 de los 32 bloques.
Tienen una panadería, huertos, gallinero, disponen de guardería que atienden voluntarios, biblioteca, una imprenta que les donó un industrial vitoriano, un espectacular frontón con vestuarios recientemente puestos en servicio y el tejado en reparación, y un estudio de grabación-radio con local de ensayos que estará operativo en un mes más o menos. En una sala del antiguo centro social apilan la verdura y los productos que sacan de los huertos comunales para el uso de los residentes. En tres grandes bidones fabrican pacharán casero y en la parte de atrás del viejo cine, que conserva intacto todo su patio de butacas, organizan por tallas la ropa usada y limpia para quien la necesite.
Disponen de una sala de conciertos cerrada, con megafonía para las asambleas -dos al mes- donde antes estaba la iglesia, y un área para actividades al aire libre con unos baños secos que han fabricado para facilitar la estancia a los visitantes. Su proyecto va más allá de las intervenciones en edificios concretos como Banc Expropiat, en Cataluña o las acciones del colectivo Hogar Social o Patio Maravillas en Madrid, y abarca la transformación de todo el barrio. “No somos unos ingenuos”, dice Karla, una de los miembros de la comunidad. “Sabemos que van a venir a por nosotros, pero en una ciudad con 15.000 viviendas vacías no tiene ningún sentido un proyecto urbanístico para este barrio, y la realidad es que no hay un proyecto alternativo para esta zona. Van a tener que elaborar mucho más el argumento” explica junto a la panadería. “Este es nuestro espacio y aquí nos queremos quedar”.
Informe técnico
De momento, quedan atrás jornadas de enfrentamiento con la Policía Vasca, cuando en marzo de 2015 técnicos de Iberdrola intentaron cortar la luz de los pisos ocupados. A la espera de que el Tribunal Supremo resuelva la demanda de Ensanche XXI contra los primeros habitantes del bloque 26, los nuevos vecinos se aferran a una sentencia de mayo de 2015, del juzgado de Primera Instancia número 6 de Vitoria, recurrida al alto tribunal, que permite a los jóvenes hacer uso colectivo de los pisos mientras no haya un proyecto urbanístico incompatible. La juez que los consideró “residentes en precario”, se basó para su resolución en un acuerdo firmado el 31 de octubre de 2014 por el PSE y EH Bildu, con la abstención del PNV y el voto en contra del PP, que daba una tregua al movimiento organizado en torno a la asociación Errekaleor Bizirik.
Tienen agua y luz “pero no nos dejan regularizar la situación”, dice Jon, otro de los nuevos vecinos en el interior de uno de los pisos vacíos. “Tenemos un informe técnico que encargamos a un arquitecto y que está visado por el Colegio de Arquitectos en el que se confirma la salud estructural de los edificios. Y estamos reparando aquellos puntos de las cubiertas y fachadas que el informe detectó como deficiencias”. Jon es el responsable del equipo de infraestructuras, es malagueño de nacimiento, y tiene un trabajo ingente por delante. Junto a él, las decisiones del día a día las toman los responsables de los equipos de economía, de la imprenta, de resolución de conflictos, o baile y música entre otros. Y las directrices generales, como avanzar en la soberanía alimentaria, la de lograr energías renovables o impulsar proyectos y actividades, las adoptan en asamblea.
La mayoría de los residentes son jóvenes, conviven más allá de su religión y color de piel, tienen trabajos en la ciudad, y muchos de ellos formación universitaria y profesional que aplican en su apuesta personal y vital: Errekaleor. “No es una ocupación al uso”, admite Jon. Nuestra apuesta es por el trabajo en común para que todos podamos vivir con la mejor calidad posible”, describe en la sala de la vivienda que ha reformado. Tiene unos 68 metros cuadrados en la primera planta de uno de los bloques. Un gato rubio sentado en el rellano le da un aspecto acogedor al edificio.
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