Pablo Iglesias: o líder o chófer
El secretario general de Podemos se expone a un papel decorativo, pero también extinguiría el 'errejonismo' en caso de una victoria total
El mayor riesgo al que se expone Pablo Iglesias en el ruedo de Vistalegre consiste en degradarse de líder de Podemos a chófer de Íñigo Errejón. Tendría el volante del partido en sus manos, pero el itinerario se lo indicaría su antiguo lugarteniente.
Sería la conclusión humillante que arrastraría el congreso convocado el fin de semana. Es la razón por la que Iglesias ha recurrido al extremo de amenazar con marcharse si los inscritos de Podemos lo consagran como secretario general —no tiene alternativas—, pero no arropan contemporáneamente su proyecto político y su tripulación. O todo o nada, exige Iglesias en el enésimo amago del exilio personal.
Semejante maximalismo se resiente de la gran contradicción que implicaría desobedecer incluso el veredicto de los militantes. Han sido convocados en un laberinto bizantino del que puede trascender una extraña bicefalia: el liderazgo de Iglesias y el programa de Errejón. Un jefe decorativo al frente de un modelo errejonista.
De hecho, la estrategia de Errejón sobrentiende una sospechosa y cínica filantropía hacia el camarada Pablo. Reclama que se vote con entusiasmo a Iglesias como secretario general, pero que no se voten las ideas de Iglesias. Porque las suyas son mejores y proporcionan al partido la ocasión de abandonar la adolescencia.
Puede entenderse así mejor la incomodidad de Iglesias. Y la proporción de la purga que se avecina en caso de que el líder de Podemos consiga que la militancia le conceda todos los poderes: la corona, la corte, el proyecto y el uso discrecional de la guillotina.
El errejonismo quedaría eliminado. Y sobrevendría un proceso de extraordinario estrés, entre otras razones porque el duelo cainita de Vistalegre repercutiría en la cohesión del grupo parlamentario, en el reparto de funciones y en la dialéctica incendiaria de vencedores y los vencidos. Podemos mutaría del verbo poder al verbo podar. Y se expondría al mecanismo perverso de la aceleración: la velocidad con la que ha crecido y se ha multiplicado equivaldría al ritmo extremo de su implosión.
Se explica así la contorsión conceptual y escénica en que se ha convertido Vistalegre.
Dos años y cuatro meses después de haberse proclamado en el templo proletario de Carabanchel la conquista de los cielos, Vistalegre representa exactamente lo que es: una plaza de toros, un circo romano, un ring de boxeo, un escenario extremo para un duelo extremo que perjudica la salud de Podemos sea cual sea el resultado.
Y el resultado ya ha empezado a contabilizarse. Es más, las arengas y los discursos que Errejón e Iglesias puedan intercambiarse en Vistalegre como epílogo de su guerra cuartelera se arriesgan a resignarse a un puro ejercicio teatral. Las urnas telemáticas están abiertas desde el sábado. Y podrían inclinarse ya de un lado o del otro antes de que Errejón e Iglesias hagan incluso el último paseíllo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.