Peleas de gallos: ganar o morir
Canarias permite las riñas de gallos abiertas al público. Los animalistas piden su cese, mientras los aficionados crecen
Una carretera conduce a una finca de plataneras en Gáldar, al norte de Gran Canaria. Poco después de un pozo de más de un siglo, un portón gris da paso a una finca de la que sale el sonido intenso de una gallenía, una melodía que suena a grito de guerra: más de 100 gallos de un centro de preparación de estas aves para peleas están siendo entrenados para ganar. Y en un alto porcentaje de las riñas su enemigo muere. Están siendo entrenados para sobrevivir.
Canarias, con una estricta ley de protección animal que prohíbe los toros, es el único lugar de España en el que hay peleas de gallos abiertas al público (en Andalucía se permiten para la selección de cría). Hoy arranca la temporada. Los grupos animalistas piden su cese, pero las riñas son cada vez más populares y las galleras rondan ya el medio centenar.
Cada pelea de gallos empieza igual, con movimientos debidos a un código de honor que se asemeja a un baile. Los dos gallos, agarrados por sus plumas traseras son puestos en el suelo de la gallera y se pican. Ambos son alzados y se reconocen en el aire. Nada más aterrizar, comienza la pelea a muerte. No hay rounds, hay un tiempo límite para vencer o ser vencido, que son 10 minutos. El público suele ser heterogéneo en edad y clase social o formación, aunque predomina la gente de entornos rurales.
La victoria se suele dar cuando uno de los dos muere, aunque hay ocasiones en las que uno está malherido y se da por terminada la pelea. Si el gallo que pierde sobrevive, se intenta salvar. En las curas, también de los ganadores que han sido golpeados, se utiliza todo tipo de mejunjes, como aloe vera para las heridas de la boca, polvo de talco en las zonas sin plumaje o con un compuesto que lleva desde romero hasta ron para ayudar a llevar el dolor. Fuertes picotazos, punzadas con los espolones, vuelos sobre el enemigo envolviéndolo con las alas en un cortejo hacia la muerte además de movimientos rápidos para evitar agresiones son las armas de los gallos frente a sus iguales. Una pelea de gallos es una riña monumental, sin concesiones, sin tregua.
El Parlamento de Canarias aprobó en 1991 una ley de protección animal que sacaba a las corridas de toros de la legalidad y en la que se especificaba que las peleas de gallos seguirían siendo permitidas en los lugares en los que tradicionalmente se producían. Y lanzaba dos avisos: no se podrían construir más galleras y las administraciones públicas se abstendrían de impulsar esta práctica. En Andalucía las peleas de gallos fueron prohibidas en 1991 con la salvedad de aquellas riñas conducidas a la “selección de cría para la mejora de la raza y su exportación realizadas en criaderos y locales debidamente autorizados con la sola y única asistencia de sus socios”.
En Canarias, sin embargo, la entrada a las galleras es libre y la Federación Gallística, que cuenta con 49 asociaciones, ha emitido más de 1.200 carnés para competir en las galleras. “La afición cada día va a más, más espectadores y más gente preparando gallos”, admite José Luis Martín, el presidente desde sus inicios en 2005. Martín es mecánico de aviones y está en Ibiza trabajando hasta finales de mes. Este año habrá una liguilla por la mañana y otra por la tarde por el alto número de inscritos.
Fátima Campos, portavoz de EQUO -uno de los partidos del gobierno municipal-, considera que “hay un repunte de las peleas de gallos” y pide que “se erradiquen”, añadiendo que seguirá trabajando para expulsar las peleas de gallos de la ciudad al considerar que “es una perversión y maltrato animal”. “Parece que hubiera animales de distinta categoría y por esto se permiten las peleas de gallo y no otras actividades”, concluye.
Un centro de alto rendimiento
La tecnología no ha llegado a la preparación de gallos, que se hace de forma artesanal y con un profundo conocimiento del animal. Jonathan Díaz tras seis años como segundo de a bordo ahora es el oficial del centro de preparación de gallos de Gáldar. “Hay que aprender, conocer al animal, saber cómo evoluciona; hay que entenderlos, y saber cuál es su actitud”, dice mientras sirve millo con una lata. Siete de ellos competirán hoy. “Quién sabe cuántos vuelven”, dice Jonathan mientras los escruta detenidamente. Los gallos no tienen nombre, sino atributos. Por ejemplo, está el Colorado cuyo plumaje rojo al dorso no deja lugar a dudas sobre su nombre. O el Pinto, que tiene el pecho moteado de blanco sobre pluma negra. El Giro, que es como si fuera rubio. O, entre otros, el Gallino, cuya pluma es similar a la de la gallina y el plumaje de sus gallardetes o timoneras no cuelga.
La jornada de un gallo en este tipo de centros comienza a las ocho de la mañana. Díaz entra en el salón donde duermen, enciende las luces y levanta las mantas de las jaulas. Los saca uno a uno para que estén en otra jaula mayor puesta sobre arena, para que el gallo bata las patas y los espolones. Más tarde pasan por el revolcadero, con tierra batida y mezclada “para que el gallo se divierta”, recuerda Jonathan.
Durante la mañana algunos de ellos van a la valla, un campo de combate simulado. Allí, un entrenador le hace la mona, un sparring con una herramienta que simula los colores de un enemigo. Otros son atusados, recortando sus plumas en diferentes partes del cuerpo y la cresta. En el centro de preparación también se determina si las espuelas son adecuadas y, si lo son, se afilan con una navaja. Si no, se les añadirá una espuela artificial de plástico, que es la reglamentaria para poder competir.
Hay días en los que además del millo, los gallos tienen lo que sus preparadores conocen como dieta: un día remolacha, otro zanahoria, otro comen fruta y otros verduras. Después de las actividades físicas, para trabajar distintos movimientos y favorecer su musculación, los gallos regresan al salón de dormir sobre las cinco y media de la tarde. Allí vuelven a estar a oscuras y a descansar en jaulas individuales hasta la mañana siguiente.
Este sábado comienza la liga en la gallera de López Socas, en Las Palmas de Gran Canaria. Cada asociación participante aportará siete aves que competirán con otras tantas del mismo peso.
El Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria en acuerdo plenario declaró la ciudad como libre del maltrato animal. En la declaración aprobada por los partidos gobernantes (PSC, Nueva Canarias y Las Palmas de Gran Canaria Puede) se especifica que afecta a espectáculos itinerantes, eximiendo así, por ejemplo, las peleas de gallos.
“El gallo de pelea está en el reñidero hasta morir”, dice José Luis Martín que defiende la actividad que preside y añade que “el gallo de pelea mata desde que es un pollo y entiende la vida así”. Sobre las peleas ilegales Martín admite que existen y que precisamente la existencia de una federación regulada que gestione la afición al gallo permite limitarlas. “Nos gustaría perseguirlas más, pero estamos atentos. Siempre que sabemos que alguien está haciendo peleas ilegales, los expulsamos”, señala.
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