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Podemos: hora decisiva

Iglesias no está dispuesto a afrontar de nuevo el riesgo corrido con el ejercicio de la democracia interna en Madrid

Antonio Elorza
El líder de Podemos, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón.Sergio Barrenechea (EFE)
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Decía José Antonio Maravall que el artículo de un reglamento puede revestir mayor importancia que una norma constitucional. Es lo que ha sucedido en la preparación del segundo congreso de Podemos. Pablo Iglesias no está dispuesto a afrontar de nuevo el riesgo corrido con el ejercicio de la democracia interna en Madrid y pone todo el peso de su liderazgo —si es necesario con apoyo de una Izquierda Anticapitalista satisfecha con exhibir su visibilidad— para evitar que en el terreno de las ideas se impongan las tesis del populismo de izquierdas (Errejón). Frente al mismo solo dispone de su prestigio personal, erosionado durante el último año, y del esquema neoleninista —el centralismo cibercrático— gracias al cual en este juego siempre se impone la banca, es decir, lo que propone y decide el Líder Máximo.

El patrón de Lenin 1917, desenmascarando a tirios y troyanos, conviene al planteamiento maniqueo de Iglesias, para quien bajo el torrente de sus ocurrencias subyace la idea de que nada ha de cambiar en la táctica de oposición invariable, frente a todo lo que haga o diga una izquierda opuesta a sus dictados. Todo es traición, “triple alianza”, ahora “búnker”, sin pensar para nada en los contenidos de la política. Hasta su arsenal de términos peyorativos se ha vuelto irremediablemente viejo. El problema es que gobiernan otros sin hacerle caso y de hecho esa situación de impotencia solo podría ser salvada gracias al éxito de Pedro Sánchez.

La alternativa de Errejón adolece de deficiencias similares a Iglesias en temas cruciales, como la generalización oportunista del llamado “derecho a decidir”, pero supone un planteamiento alternativo al partir de la búsqueda de la hegemonía mediante una agregación transversal en torno a los intereses populares. Esto confiere autonomía a la obligación de hacer política —y no solo carta blanca para dictar excomuniones— en el marco de la izquierda, y encaja con la composición plural de la herencia del 15-M. No se trataba de cambiar “la casta” por un Líder Máximo, adicto además a la manipulación permanente. Desde las elecciones administrativas, el pluralismo allí nacido entró en contraposición con la pirámide neoleninista surgida de Vistalegre 1. De ahí que el movimiento contestatario se haga justamente en nombre de la democracia interna. Se trata de apostar por la formación de un partido de la izquierda de nuevo tipo, y no por una reedición de la fórmula del caudillo guiando a las masas para destruir un ordenamiento constitucional.

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