El poder y la supervivencia
La crónica diaria de la lucha por el poder tiene distintas derivadas
Un periódico es, entre otras muchas cosas, la crónica diaria de la lucha por el poder. En sus distintas derivadas. Las batallas internas por tener mayor o menor relevancia en el seno de un Gobierno, por ganarse la confianza o los oídos del líder. La confrontación por hacerse con las riendas del partido o por definir su línea ideológica. El duelo electoral entre las distintas formaciones por el que se decide quién gobierna. Es un terreno en el que se dan por válidas y comúnmente aceptadas reglas que en la vida diaria provocarían rechazo. Estrategias ocultas, argumentarios para resaltar los puntos propios y ocultar los del adversario, alianzas contranatura entre enemigos, y hasta puñaladas por la espalda.
Porque, al final, todo responde a un objetivo legítimo. Se busca el poder para cambiar las cosas, para virar el rumbo o para impulsar un proyecto de país o de ciudad en el que se cree firmemente.
Todo este campo de batalla, sin embargo, se sostiene —o se sostenía hasta ahora—sobre un terreno firme: unas reglas de juego claras y la premisa de que, ante todo, debe velarse por el interés general. Esto implica aceptar que a veces se gana y a veces se pierde. Que no es posible lograr el cien por cien de lo que se pretende, y la mayoría de las veces es necesario ceder. Que las derrotas de hoy pueden ser las victorias de mañana. O que puede darse el caso de que resulte necesario un sacrificio personal para salvaguardar un bien superior.
Y sobre todo, que debe jugarse con las cartas que se han repartido. No es posible romper la baraja y seguir intentándolo hasta que la suerte sea favorable. El hartazgo ciudadano que comienzan a detectar las encuestas tiene que ver con la intuición generalizada de que los principales líderes políticos ya no están compitiendo por el poder, sino luchando por su propia supervivencia. Y que para ello están dispuestos a llevar a cabo una estrategia de tierra quemada sin haber calibrado las consecuencias de esta decisión. En la dirección del PP asumen ya con total tranquilidad que habrá terceras elecciones y hasta se frotan las manos con la perspectiva de mejorar sus resultados. Nadie piensa en explorar otra alternativa.
En el PSOE, sus principales dirigentes asumen que la guerra soterrada que sufren solo gira en torno a quién controla el partido cuando lleguen nuevos comicios. Podemos suspira en público por un Gobierno de progreso, pero no deja de perseguir el sorpasso que le permita por fin arrebatar el liderazgo de la izquierda a su enemigo natural. En una nueva cita en las urnas. Ciudadanos aspira a mantener su imagen de partido útil, y que el electorado no le condene a la irrelevancia.
No son conscientes, o no quieren serlo, de que, si llega lo que hasta ahora parecía impensable, quizá ese click destape un estado de ánimo con el que no contaban en sus cálculos, y comprueben que a los ciudadanos les resulta indiferente quién sobrevive y quién no.
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