Pueblo envejecido busca talento
Olmeda de la Cuesta, con solo 32 empadronados, ofrece solares a bajo coste para atraer nuevos vecinos y acoger diversas actividades
La hora en que mayor actividad hay en Olmeda de la Cuesta tiene que ver con la llegada de la furgoneta que lleva pan fresco, es decir, las nueve de la mañana. Tiene este pueblo el honroso honor de ser el más envejecido de España. El habitante más joven es el alguacil, de 49 años y el mayor está en los 94. “Ni vive ni muere”, sentencia su octogenaria vecina, Asunción López, que no tiene pelos en la lengua: “Yo hablo con las paredes, aquí no hay nadie”.
Pero algo está cambiando en el pueblo de 32 empadronados. Gracias a una iniciativa del alcalde José Luis Regacho (PSOE), hace tres años se ofertaron 14 solares a bajo coste para animar algo parecido a una repoblación: algunos que se habían ido han construido su segunda residencia y otros que vienen de fuera han pensado en reconstruir sus vidas en este lugar, entre ellos un cocinero iraní, un ingeniero venezolano y un albañil polaco. Alguna ventaja tenía que tener Olmeda: está a dos horas de Madrid.
Hace cinco años, este rincón de la Alcarria conquense parecía una ruina de una ciudad romana, con escombros habitados por cardos, donde hace tiempo vivieron unas 500 personas. “Esto estaba hundido. Frenamos que el pueblo desapareciera”, cuenta Regacho. El Ayuntamiento gestionó la limpieza de todo el terreno, pero el alcalde asegura que el punto de inflexión llegó cuando hace cinco años cuando construyeron el centro social al que acuden entre 100 y 150 personas cuando organizan alguna actividad. El centro es un bar, que alberga en su parte trasera un enorme salón que se utiliza tanto como para proyectar películas como de discoteca móvil. “Los vecinos son mayores, no bailan bacalao. Pero cuando ponen una de pasodoble, no queda nadie sentado en las sillas”, comenta el edil entre risas.
De los 14 solares vendidos, Mariela López, de 61 años, es la primera que ha terminado su nueva casa. Muestra orgullosa los tres pisos construidos con vistas a una pequeña quebrada. “Me gustaba otro sitio, pero elegí este porque es la misma cuadra donde está el hogar en la que me críe”. Por la mañana, puso música de Natalie Cole y llamó a su marido. "Le dije: 'Hace 10 años que soñaba con escuchar tranquila este CD en mi casa propia de Olmeda de la Cuesta y hoy lo he cumplido”, suspira emocionada. En el primer piso se aprecia que es el hábitat de una artista. No hay sillas, ni platos. Hay laca, crayones y gomas de borrar repartidas sobre los muebles. En una enorme mesa central reposan varios papeles mantequilla con figuras eclesiásticas. Es un trabajo que está haciendo para la iglesia de su pueblo, del que espera ser vecina cuando su marido se jubile y puedan volver de Zaragoza.
Un laboratorio experimental
Como el caso de Mariela López hay otros parecidos. Gente que busca una nueva forma de vida. Como el matrimonio Picó-Sandoval. Mayra estuvo dos años buscando una alternativa para abandonar Venezuela y rehacer su vida en un lugar tranquilo de España. Un día leyó la noticia de que Olmeda de la Cuesta ofrecía terrenos abandonados a 15 euros el metro cuadrado. Durante meses se intercambió correos con el alcalde. “Me dijo que era un lugar para descansar, pero no para trabajar”, cuenta esta ingeniera civil, casada con un industrial. Se vinieron de todas formas y hoy viven en Cuenca. “Quiero vender al por mayor mis pasteles. Si bien mi marido ha trabajado toda su vida en otra área, sabe mucho de mercado y vemos ahí una alternativa laboral”, comenta con ilusión. Fernando, su pareja, ha estado trabajando en reconstruir unas cuevas que bordean el pueblo y pueden ser un lugar propicio para convertirse en museo.
El alcalde define a los nuevos inquilinos como gente que tiene una forma de vida muy ecológica, que no viene buscando un trabajo sino instalar su propio negocio, “gente con talento que va a suponer la estabilidad de la población del pueblo a mediano y largo plazo”.
Tanto el trabajo artístico de Mariela López como el de Fernando Picó son asesorados por Vicente García. Este artista trabaja en darle un vuelco al campo laboral a la localidad distinto de la agricultura y la construcción. Con fondos europeos construyó tres paseos escultóricos: relojes de sol, un mural con la historia del pueblo expuesta sobre baldosas y un mirador cobrizo que simula las olas de mar. “Los jóvenes no vienen porque no ven oportunidades. La última generación que nació aquí tiene 50 años, hay que ofrecerles algo distinto, la facilidad de construirse una casa a los 30, no cuando sean viejos”, señala el pintor.
Esta semana, García se reúne con un grupo de chilenos que quiere instalar un taller de permacultura (agricultura sostenible indefinidamente) y a los que está tentando con que se construyan unas casas de barro. “Este pueblo tiene que ser un laboratorio experimental”, enfatiza. García dedica sus esfuerzos para que le otorguen unos pastizales abandonados que quiere convertir en huertos urbanos. “Ustedes no lo ven, pero esto se puede convertir en algo muy grande, en un polo turístico”.
Son las tres de la tarde y Olmeda de la Cuesta descansa en paz. Por sus callejones escoltados por casas de colores donde solo circulan gatos. Natalio Regacho, de 82 años, está almorzando. Fue alcalde durante 34 años, y es padre del actual regidor. Fanático del oxígeno que respira, asegura que lo que más extraña es a la gente. Bajo su mandando llegaron a vivir hasta 200 personas, “pero todos se fueron y ahora no quieren venir”. Suspira porque en el pueblo vuelva a haber algún día un horno de pan. Si eso sucede, ya no habrá que esperar a la furgoneta de las nueve de la mañana. Y Olmeda de la Cuesta, entonces, volverá a parecer un pueblo.
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