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La campaña con poca calle de Unidos Podemos

Pablo Iglesias solo se mezcló con la gente en un paseo, en Guadalajara, a diferencia del resto de candidatos. El partido al que el resto acusa de populista rechaza este tipo de actos por electoralistas

Elsa García de Blas
Pablo Iglesias saluda a un simpatizante en Guadalajara.
Pablo Iglesias saluda a un simpatizante en Guadalajara.Jaime Villanueva (EL PAÍS)

La campaña de Unidos Podemos para este 26-J ha tenido mucho de largos mítines corales y de televisión y medios de comunicación, pero poco de calle. A diferencia del resto de candidatos a la presidencia, Pablo Iglesias se mezcló con la gente solo en un paseo: lo hizo el miércoles, en Guadalajara, un poco al estilo Bienvenido, Míster Marshall, donde aprovechó para felicitarse por una campaña "histórica" y "bien planificada". Los candidatos de Podemos —Iglesias, pero también Íñigo Errejón, su número dos, con quien se ha repartido la caravana— son los únicos que no se han prodigado en recorrer a pie las ciudades o interactuado con los votantes en persona en actos de campaña. La formación a la que el resto acusan de populista rechaza paradójicamente ese tipo de actos por publicitarios. Pero también los descarta por temor a las aglomeraciones en las que sus dirigentes dicen verse envueltos por ser parte de un cierto fenómeno pop, y buscando evitar errores en su campaña conservadora.

Mariano Rajoy ha paseado por un campo de alcachofas, ha departido con las señoras en el club náutico de Santa Pola (Alicante) y ha recorrido a pie en Pontevedra —donde ahora es persona non grata— siguiendo el mismo itinerario que hizo hace seis meses, en la campaña pasada, donde recibió el puñetazo de un joven en la cara. Pedro Sánchez se ha metido hasta la cocina de los votantes para pedir su apoyo, llamando al telefonillo casa por casa solicitando que le abrieran la puerta, y tomando un café en los domicilios ajenos. Albert Rivera esquivó con fortuna un huevo que le lanzaron en un paseo por Albacete, de entre los muchos que se ha dado. 

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A cambio, la campaña electoral de Unidos Podemos, en lo que respecta a sus principales dirigentes, ha consistido en los clásicos mítines sobre un escenario y en una intensa presencia en medios de comunicación, concediendo entrevistas o participando en debates. En los actos electorales, la formación apuesta por eventos largos, a veces de varias horas, en los que intervienen hasta ocho personas, entre candidatos locales y nacionales, también porque se ven obligados a dar voz a todas las formaciones que forman parte de sus alianzas electorales. Pero, ¿Por qué falta calle en su campaña?

El partido argumenta que sus candidatos no pueden mezclarse entre la gente de la misma forma que el resto, porque los ciudadanos les consideran más cercanos que a los demás y se les echan encima. “Para nosotros es difícil, el tipo de trato que nos prestan hace que ese tipo de actos se conviertan en aglomeraciones. La gente no establece una barrera simbólica con nosotros, nos consideran muy, muy cercanos”, sostiene Íñigo Errejón, director de campaña de Podemos.

De fondo está, además, el tipo de estrategia —conservadora, sin arriesgar— que Unidos Podemos diseñó para estas elecciones generales: el partido, en una racha ascendente, ha evitado al máximo los errores: por eso, el antiguo tono retador de Pablo Iglesias se sustituyó por otro tranquilo, y por eso también el control de todas las apariciones públicas del candidato, que se cuidan con esmero. Nada podía fallar.

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Un ejercicio de acompañamiento del propio Errejón durante la campaña electoral confirma que la presión de la gente es constante, aunque no tiene por qué ser mayor a la de otros candidatos. El número dos es abordado por ciudadanos en el aeropuerto, en la estación de tren o un bar tomándose una caña, a cualquier hora de la noche. Son cientos las peticiones de selfies, los comentarios y las preguntas, muchas preguntas. Sobre qué opina Podemos respecto a cualquier materia. “A veces me siento en un examen permanente”, admite el político, que sin embargo dice agradecer mucho el contacto directo. “Un patrón que me emociona es que la gente me diga cosas en bajo. Como una limpiadora, al salir del hotel en Mallorca, que me dijo: ‘Tenéis que ganar, que estoy muy cansada’. Son figuras de heroicidad cotidiana”, sostiene. “Una parte de los ciudadanos nos sienten como suyos”, argumenta Errejón. "Hay una parte de instinto de cuidado de la gente, porque valoran que hemos hecho un esfuerzo dando un paso adelante y nos han dado caña”.

Pese a ese clima, en principio favorable, los dirigentes de Podemos no diseñaron actos electorales de contacto directo esta campaña al 26-D. El partido argumenta también que rechaza ese tipo de eventos por electoralistas. “Nosotros ponemos mucha carne en el asador en los mítines, los utilizamos para explicar nuestro proyecto de país y por eso son más largos que los del resto. Le ponemos más carne que a una actividad que en realidad está diseñada como un spot breve”, incide Errejón. “En nuestros mítines la gente no va a hacer de extra”, subraya. "Son ceremonias laicas".

Podemos se vanagloria, además, de haber logrado volver a hacer “sexi” la política, y eso, sostienen, les afecta personalmente, porque algunos de sus dirigentes se ven afectados por una especie de fenómeno pop. “Nosotros establecemos un tipo de relación intelectual y emocional con los votantes con los que la gente no estaba muy acostumbrada, que tenía que ver con la apatía que había respecto a la política. Eso ahora está cambiando para una parte de la juventud, para quien la política vuelve a ser sexi. Eso despierta una emoción que es superior a la que tiene un simple votante", considera. "Es gente que se compromete, y eso revitaliza la participación democrática”.

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Sobre la firma

Elsa García de Blas
Periodista política. Cubre la información del PP después de haber seguido los pasos de tres partidos (el PSOE, Unidas Podemos y Cs). La mayor parte de su carrera la ha desarrollado en EL PAÍS y la SER. Es licenciada en Derecho y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid y máster en periodismo de EL PAÍS. Colabora como analista en TVE.

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