El votante del PP: envejecido y derechizado
El electorado popular es el más reacio a aceptar la nueva escena política multipartidista
Si algo ha caracterizado al Partido Popular en las cinco elecciones generales celebradas entre 1996 y 2011 es su llamativa estabilidad. Entre esas dos fechas, su porcentaje mínimo de voto sobre el censo de residentes (es decir, sobre el total de potenciales electores, no de votantes efectivos) fue el 28,2% (en 2004), y el máximo, el 30,4% (en 2000 y 2011); una oscilación de tan solo 2,2 puntos que, sin embargo, supuso un rédito en escaños muy dispar: 148 frente a 183 y 186, respectivamente. La explicación es que, si bien el apoyo ciudadano al PP ha sido básicamente constante, el grado de abstención ha variado sustancialmente en cada ocasión. En 2004 votó el 77,3% (del censo de españoles residentes); en cambio, en 2000 lo hizo el 70%, y en 2011, el 71,7%. Electoralmente, el PP viene a ser como una gran roca cuyo volumen visible depende del nivel que alcance la marea. Es decir, cuanto mayor es la participación, menor es el peso relativo que consigue un apoyo popular tan estable.
Las elecciones del pasado diciembre abrieron un tiempo político nuevo, con la irrupción en escena, con carácter de coprotagonistas y no de comparsas secundarios, de dos nuevas fuerzas. El voto del PP (siempre sobre el censo de electores residentes) pasó del 30,4% al 20,7%: pese a perder un tercio de sus anteriores apoyos, la moderada participación (73,2%; la media en la actual democracia es 74,2%) contribuyó a mantenerle la condición de fuerza más votada.
El primer sondeo preelectoral de Metroscopia, publicado el pasado domingo, estima que, en este momento, el PP retendría un apoyo ciudadano muy similar al de hace cinco meses, lo que, con una participación como la que ahora parece más probable (un 68%: el mínimo histórico, junto a la de 1979), le permitiría incluso mejorar algo su peso sobre el voto final emitido (29,9%, frente al 28,7% del 20-D).
El PP parecería así en condiciones, hoy por hoy, y en un marco político cambiante, de reeditar su estabilidad electoral. Esta conclusión puede resultar engañosamente tranquilizadora. Son muchos los datos que constituyen más bien insoslayables señales de alarma.
Un electorado envejecido, conservador y que añora el pasado. El 60% de quienes se declaran futuros votantes del PP son mayores de 55 años (este grupo de edad representa el 40% de la actual población española), y solo declara esa intención de voto el 12% de los menores de 35 años (que suponen el 21% de la población). En el electorado popular predomina ampliamente la población económicamente pasiva: 40% de jubilados y pensionistas, 6% de estudiantes y 13% de personas dedicadas a trabajo doméstico no remunerado (en total, 59%). Entre el conjunto de la población, estas tres categorías suman casi la mitad: 34%. En cambio, la población activa (el 30% que tiene trabajo y el 10% en paro) supone el 40% de sus votantes, representando el 57% del electorado.
Los votantes populares (que, eso sí, por el momento, son los que parecen más movilizados: el 76% dice que con total seguridad acudirá a las urnas el 26-J), resultan ser ahora, ideológicamente, tan extremistas como los de Unidos Podemos —o incluso algo más—. En la escala ideológica de once puntos (0 a 10), en que 0 equivale a extrema izquierda y 10 a extrema derecha, los futuros votantes populares se sitúan, en promedio, en el 6.5. El español medio lo hace en el 4.6, y el futuro votante de Unidos Podemos en el 3.3. Es decir, los votantes de PP estarían a 1.9 puntos de distancia, hacia la derecha, del votante medio español, y los de UP a 1.3 hacia su izquierda. En estos momentos, el PP tendría los votantes más alejados de lo que es el sentir medio nacional.
Además, el electorado popular es el que se muestra más reacio a aceptar la nueva escena política multipartidista: es el único en el que predomina ampliamente (70%) la predilección por un sistema bipartidista, que en cambio solo añora el 32% del conjunto de la sociedad —algo que no parece llamado a facilitar el mejor acomodo de este electorado a un tiempo nuevo, en el que la negociación permanente y en todas direcciones habrá de ser la regla—.
Fidelidad explícita, crítica velada. Los votantes del PP evalúan a su actual líder, Mariano Rajoy, de forma muy positiva: le aprueba un masivo 86% y le desaprueba un mínimo 14%, lo que arroja un saldo evaluativo de +72 puntos. Ello no impide que, al mismo tiempo, casi la mitad de esos futuros votantes populares (42%) indique que hubiera preferido concurrir con otro candidato a las nuevas elecciones, o que un llamativo 52% de los mismos reconozca que si, por la razón que fuera, no pudiera votar al PP, no se quedaría en casa, sino que daría su voto a Ciudadanos (cuyo líder, Albert Rivera, merece la aprobación del 51%). Ciertamente, el 76% de los españoles cree que el PP volverá a ser el partido más votado; pero el 94% de ellos (y el 91% entre los propios votantes del PP) afirma al mismo tiempo que nadie, ni siquiera quien consiga más votos, podrá gobernar por sí solo, sin contar con uno o incluso dos partidos más. El votante popular, le guste más o menos lo que percibe en el horizonte, no se engaña sobre la necesidad insalvable de modos y estilos nuevos, que propicien consensos y eviten planteamientos irreductibles.
Los datos invitan a concluir que el gran partido conservador no corre riesgo alguno de extinción, pero sí precisa un esfuerzo regenerador que le revitalice y, en lo posible, corrija su actual deriva hacia ámbitos ideológicos demasiado alejados de lo que ahora es el caudal central del pulso social. Una ITV urgente, en toda regla.
José Juan Toharia es presidente de Metroscopia.
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