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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tesis, antítesis, síntesis

Defender la consulta soberanista para votar en contra es jugar a la ruleta rusa

En política, los problemas rara vez se resuelven definitivamente. Más bien tienden a convertirse en un problema diferente. La cuestión es cómo conseguir que el nuevo sea menos grave que el anterior. Ejemplo: el final de la violencia de ETA acarreó la entrada de su partido en las instituciones, lo que implica más poder para el independentismo y por tanto una situación más favorable para la consecución de los fines compartidos con ETA. Pero, en ausencia de violencia, ahora hay mejores condiciones para hacer frente políticamente a ese riesgo.

Al mismo tiempo, la impetuosa irrupción electoral de Podemos amenaza con desplazar a la izquierda abertzale de la posición ventajosa adquirida en las anteriores elecciones autonómicas como alternativa al PNV. Podemos es un partido de raíces populistas no nacionalistas. Fue una novedad que una formación rupturista de ese tipo desligase en principio la radicalización social de la nacionalista. Eso le convirtió en receptor del voto cansado de buena parte del abertzalismo radical en busca de un ideal de sustitución del ya muy desgastado épico-patriótico.

Pero para superar al PNV y EH-Bildu, Podemos ha acabado adaptándose al medio, mayoritariamente nacionalista. De ahí iniciativas como la participación en el Aberri Eguna, aunque por separado. La hipótesis de un Gobierno vasco con participación de Podemos no es del todo inverosímil. El 20-D tuvieron 15.000 votos más que el PNV. Y un territorio tan politizado como Euskadi podría ser terreno propicio para ensayar desde Ajuria Enea las políticas radicales enunciadas en su programa. Por ejemplo, poner en marcha la organización de un referéndum sobre la independencia del País Vasco como el propuesto por los nacionalistas catalanes en su territorio.

Pero la realidad es a veces paradójica. El empuje independentista procedente de Cataluña, que no hace mucho se veía como fuente imparable de contagio, se ha convertido en un freno al independentismo vasco. Así lo atestiguan las encuestas más recientes: según el Sociómetro del Gobierno vasco difundido hace 12 días están a favor de la independencia el 19% de los vascos; en contra, el 38%; y dependiendo de las circunstancias, el 30%. Hace dos años estaba a favor el 30%.

Hay menos independentistas, pero más soberanistas, entendiendo por tal a todos los defensores del derecho a decidir, incluyendo a los no nacionalistas que propugnan un referéndum sobre la independencia “para votar no”, como alguna vez ha dicho Pablo Iglesias. Planteamiento equívoco porque ya se ha visto en Cataluña cómo interpretan los nacionalistas ese voto: como prueba de que hay una mayoría proindependentista si se descuentan del no a los que defienden la consulta sin definirse sobre el signo de su voto (como la candidatura que integraba a Podemos el 27-S).

Podemos dice considerar al Estatuto “un punto de partida, no de llegada”, lo que enlaza con la idea nacionalista de la autonomía como paso intermedio hacia la independencia. Esto encaja mal con su definición como partido contrario a la separación e ideológicamente no nacionalista. Defender la consulta para votar en contra es jugar a la ruleta rusa, por un lado, y contribuir, por otro, a la legitimación del referéndum como reivindicación transversal. Y, de llevarse a cabo, sentar un precedente a invocar a conveniencia.

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