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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mi amigo Manuel

Se ha querido embarrar la figura del líder de Podemos a costa de su abuelo

Antonio Elorza

El historiador José Antonio Maravall me hizo notar una vez que era mal síntoma que la historia fuese utilizada como un ladrillo arrojable a la cabeza del adversario.

En el agrio debate político en que aún estamos, han abundado tanto ese tipo de malos usos —“la cal viva”, Sánchez igual a Zapatero— como las muestras espectaculares de ignorancia —Garzón y sus “masas populares que trajeron la democracia”— o las expresiones torpemente denigrantes: “La naranja mecánica” por Ciudadanos. Síntomas de degradación del discurso político.

Pero tal vez la muestra más espectacular, y sin duda la más censurable, la constituye el intento de embarrar la figura del líder de Podemos, Pablo Manuel Iglesias, a costa de su abuelo Manuel, presentado en un diario conservador como un “chequista” en la Guerra Civil, luego enchufado en el régimen con un “espléndido” empleo tras salvarse de la pena de muerte. Al hacerse izquierdistas, sus descendientes serían así unos desagradecidos, e implícitamente, al reivindicarle, unos impostores.

Como algo sé del tema, algo debo decir. Conocí al “señor Iglesias” en 1969 cuando mi amigo José María entró muy contento en mi despachito de sociólogo: “¡He visto un socialista!”. Me llevó a la última covachuela del Ministerio de Trabajo donde un señor bajito y amable hacía a tijera dosieres de prensa en un rincón. Era Manuel Iglesias.

Nada puedo decir del tiempo de guerra, salvo que las acusaciones en los consejos de guerra franquistas no fueron modelos de ecuanimidad a la hora de llevar al paredón a los vencidos, sobre todo si habían actuado en el cuerpo jurídico-militar. Conozco alguna trastada que hizo don Manuel durante la Junta de Casado, pero desde luego no un crimen. También tengo delante el ejemplo de La caja de música, de Costa Gavras, que aconseja cautela. Me comprometo a revisar los documentos. En cualquier caso, resulta condenable utilizar eso contra alguien ahora. En cuanto a la posguerra, conviene recordar que si vencedores y vencidos configuraron una realidad dual, mirando a las conductas individuales hubo notables excepciones. Mi carrera académica, como la de otros, no hubiera superado los obstáculos de la represión interna sin la intervención del catedrático falangista Juan Velarde. A diferencia de mi decano, luego eurodiputado socialista, que me dejó caer.

La protección que permitió sobrevivir a mi entrañable amigo Manuel Iglesias nada tiene así de excepcional. Y él siguió siendo socialista y bien estimado por la dirección del PSOE en Toulouse. Podías visitar de su parte y recabar documentación de Rodolfo Llopis en el viejo caserón tolosano de Rue du Taur, de Andrés Saborit en Ginebra. Y eran gente desconfiada. Luego ya tuvo discrepancias con el PSOE en el poder. Pero antes, de paniaguado del régimen, nada. No todo vale.

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