El discurso íntegro de Mariano Rajoy
El texto completo leído por el presidente del Partido Popular durante la sesión de investidura
Señor Presidente, Señorías:
Tomo la palabra en nombre del Grupo Parlamentario Popular para anunciarles nuestro voto en contra a la candidatura del señor Sánchez.
La razón más obvia, aunque no la única, ni la más importante, es que se trata de una candidatura ficticia, irreal.
El señor candidato, en lugar de intentar articular, en serio, una mayoría suficiente, —que es lo que se supone debe hacer uncandidato—,ha preferido no hacerlo por razones que nada tienen que ver con el gobierno de España o los intereses de los españoles, sino exclusivamente con los planes particulares del señor candidato.
En otras palabras: vino usted ayer, sin que nadie le hiciera sombra, a presentar una candidatura para formar Gobierno cuando, en realidad, no ha movido un dedo para formarlo. A lo mejor usted pretende que alguien se lo regale hoy.
La farsa no sería genuina si faltaran en ella buenos y malos. En efecto, lo que pretende hacernos creer el señor candidato es que, si hoy España no tiene gobierno, si no se completa una mayoría, si él no es elegido Presidente, será por culpa de todos los demás, que son los malos.
Toda esta representación ha venido precedida de otra no menos teatral y altisonante. Me refiero a la solemnísima firma de un acuerdo de muy limitada relevancia, pero que se ha presentado con una escenografía que nos hacía pensar que estábamos ante una página histórica de dimensiones sólo comparables al Pacto de los Toros de Guisando.
Este gran paso histórico que, sin duda, los niños estudiarán en las escuelas con el Compromiso de Caspe y los Pactos de la Moncloa, nos ha hecho revivir aquellos felices días de la «conjunción interplanetaria», que nos anunció una entusiasta señora ministra, a cuenta de que en el Planeta Tierra iban a coincidir la presidencia Americana del señor Obama con la Presidencia de turno de la Unión Europea del señor Zapatero. España entera quedó estupefacta.
Bien es verdad que aquella conjunción interplanetaria, comparada con la actual, fue muy inocente. Al fin y al cabo, aquella no pretendía engañar a nadie, ni dar a los españoles la fraudulenta impresión de que se estaba resolviendo algo.
Pero vayamos por partes, señor candidato.
Tras una campaña electoral en la que lo más significativo fueron sus insultos a mi partido, a mis electores y a su contrincante —que era yo—,lo máximo que usted logró fue ofrecer a su partido el peor resultado electoral de su historia.
Los españoles —sin duda mal informados— decidieron que usted perdiera las elecciones y, también,—sin duda malinformados—,decidieron que las ganara el Partido Popular.
Aquí comienza todo, en la necesidad que usted experimenta, ante tamaña descalificación personal, de “rectificar los errores de los españoles” retorciendo a su conveniencia los resultados electorales.
Casi logra hacernos creer que, en realidad, el Partido Popular había perdido las elecciones, y que las había ganado un tal señor cambio, con usted a la cabeza.
Lo que vino después no ha sido más que un puro corolario automático de este planteamiento.
Lo que más prisa le corría era cegar los pozos de agua al Partido Popular. Bloquear cualquier posibilidad de que pudiera formar Gobierno.
¿Cómo? Ya se sabe: diciendo NO. Me dijo usted “NO” cuando le llamé el 23 de diciembre, y lo ha repetido desde entonces hasta la saciedad.
Le recuerdo sus propias palabras, Sr. Sánchez: “No es no. ¿Qué parte del no no ha entendido el Sr. Rajoy?”. Claro que esto fue antes de sus apelaciones de ayer al diálogo, la humildad y la mano tendida.
Sr. Sánchez, lo que acabo de recordarle es el ejemplo más singular de cerrazón que ha conocido la política española. No porque haya rechazado cualquier asociación o participación o apoyo al PP. Ha rechazado usted hasta la conversación, y no precisamente con buenos modos.
Al contrario: ha puesto deliberadamente sobre la mesa toda clase de menosprecios para intentar justificar su injustificable rechazo de un acuerdo, que era razonable pero que tronchaba sus expectativas personales.
Entonces, descubrió usted Portugal, y en Portugal la fórmula milagrosa para desplazar al Partido Popular. Reconózcame que aquel señuelo le deslumbró como un espejismo. Supongo que usted se dijo: "si otros perdedores lo han conseguido, ¿por qué no yo?".
El 7 de enero viajó a Lisboa para aprender cómo se retuerce un resultado electoral en beneficio propio. Desde allí mismo nos anunció la gran coalición de fuerzas progresistas, que pensaba formar. Y aprovechó para añadir otro rechazo y otra condena al Partido Popular que, según usted, era el principal derrotado en las pasadas elecciones.
Desde entonces estuvo ofreciendo a los españoles un Gobierno de progreso formado necesariamente con Podemos y sus confluencias, como la gran esperanza para España; el inicio de una nueva era triunfal que vendría de la mano de su Señoría.
Así marchaban las cosas hasta que sus socios de progreso comenzaron a exponer sus exigencias.
Visto que no podía atenderlas; visto que se alborotaban las aguas en su partido, decidió abandonar el sueño portugués y cambiar de rumbo.
Entonces comenzó la comedia que diseñó para asegurarse la supervivencia.
Lo natural, incluso lo honesto, hubiera sido que usted comunicara al Rey eso tan sencillo de lo he intentado, pero no ha sido posible. No lo hizo porque no le convenía reconocerlo para no perder el control de la situación.
Cuando fue consciente de que no podía formar el gobierno que en realidad quería, decidió apostar por las elecciones y reforzar su posición dando largas a los españoles para no dejarles margen de maniobra.
Así comienza el vodevil de la negociación a dos bandas, que nos ha tenido entretenidos como una comedia de enredo en un escenario con dos puertas, por las que unos entran y otros se escabullen… Eso sí, con muchas fotos y muchas ruedas de prensa.
Un buen ejemplo puede ser lo que vimos la tarde del lunes de la semana pasada: reunión de las comisiones negociadoras de Podemos, Unidad Popular y Compromís con los representantes del PSOE. 23 personas. Redobles de tambores y gran expectación porque se trataba del primer encuentro “en serio” decían unos y otros.
Pero a la vez, en este mismo edificio, el Congreso de los Diputados, representantes socialistas y de Ciudadanos tenían una reunión más discreta.
Y al mismo tiempo, en idéntico lugar, el Sr. Sánchez y el Sr. Rivera, aparentan que se reúnen en secreto pero con el “descuido” suficiente para que los capten los fotógrafos y las cámaras de televisión.
De ahí surgió la ratificación del acuerdo que firmaron solemnemente 36 horas después.
Díganme si no tienen todos los ingredientes de una comedia de enredo.
Este rigodón con cambio de parejas se ha prolongado hasta casi agotar los plazos. Ha consumido el mes en postularse para un puesto a sabiendas de que no reunía las condiciones para obtenerlo.
Ha gastado el mes repartiendo promesas y esperanzas con las manos vacías.
Un mes, insisto, de idas y venidas, de visitas y recepciones, ruedas de prensa, intercambio de credenciales, mucha televisión y muy solemnes palos al agua.
Finalmente, pero no por último, para salvar las apariencias, cierra un acuerdo repentino con quien menos le complica la vida. He dicho “no por último”, porque súbitamente y para sorpresa de socio y extraños, este mismo lunes decide usted sabotearse a sí mismo y organiza una subasta de última hora, prometiendo un sinfín de prebendas para ver si algún despistado se aviene a ampliar el número de sus magros apoyos.
En suma: viene aquí sin Gobierno y sin apoyos, esperando que los demás le arreglen lo que usted no ha querido arreglar, porque su Señoría estaba pensando en algo que le importa mucho más: su propia supervivencia. Seamos sinceros, señor Sánchez. Si usted hubiera querido formar Gobierno no necesitaba tanto tiempo, porque no ha cambiado nada desde las elecciones.
Desde el primer día se conocían todas las posturas, todas las combinaciones, todas las mezclas compatibles y las incompatibles, todas las sumas y todas las restas.
Yo, como usted sabe, no necesité un mes. Nadie lo necesitaba. Estuve con usted el 23 de diciembre. En esa reunión me dijo que no quería saber nada, ni de mí, ni de mi partido. Así pues, en cuanto se constituyeron las Cámaras, se celebraron las consultas en la Zarzuela y el Rey me lo propuso, le dije que no podía formar Gobierno porque usted se negaba a participar.
No me hizo falta un mes para comprobarlo. Le dije al Rey que ya estaba claro que yo no podía porque usted no quería. No engañé a nadie, Sr. Sánchez. Ni al Rey, ni a esta Cámara, ni al conjunto de los españoles. Y no gasté ni un día. Tampoco usted necesitaba tomarse un mes para lo que nos ha traído. Todo lo que precisaba saber para su Gobierno a la portuguesa eran cuatro cosas:
1. Si podía cerrar un acuerdo con el grupo de Podemos, que era su socio indespensable.
2. Si los grupos nacionalistas aceptarían la bastención para guardar las formas.
3. Si podía pagar el precio que exigieran todos los participantes en esa torre de Babel.
4. Si, para evitar alarmas, ese precio, esas hipotecas, se podían colar en silencio durante la investidura.
Sólo cuatro cosas, Señoría, que se podían averiguar en un santiamén.
De hecho, todos sabíamos, supongo que usted también, que no podía cerrar un trato con Podemos, que no todos los nacionalistas aceptarían la abstención, que no podía pagar el precio que le exigían y, por último, que no podría colarlo de matute en este debate.
En una semana lo supo. Lo que ocurre es que también supo que necesitaba disimular, agotar los plazos, e iniciar en solitario la campaña electoral, porque estaba en juego su propia supervivencia política.
Ahora bien:
Si está usted representando una comedia, si es evidente que estamos ante una candidatura ficticia e incompleta, no sé bien a qué hemos venido, Señoría.
Estamos aquí, según indica la Constitución en su artículo 99.2, para conceder o negar la confianza al "programa político del Gobierno que el señor candidato pretende formar".
Esto implica varias cosas.
La primera, que el candidato, cuente ya con los apoyos suficientes para sacar adelante esta votación de confianza, y, por tanto que esté en condiciones, no sólo de ser elegido Presidente del Gobierno, sino de gobernar.
Pues bien, Señorías, no es esto lo que se nos propone.
Tras escuchar ayer en "sesión especial exclusiva" el discurso del señor candidato, no sabemos cómo se articula su mayoría parlamentaria, ni con quién piensa gobernar, ni-muchomenos- sostenerse en el Gobierno.
Si esto es así, Señorías, repito: ¿qué es lo que estamos haciendo aquí? ¿Hemos venido a ratificar una mayoría o a incubarla? ¿A votar un proyecto de Gobierno o —como su señoría nos ha reconocido ayer— a ver si sale?
Bien se ve que estamos en un nuevo escenario, pero seguimos en la misma comedia.
¿Qué ocurriría si alguno de los otros Grupos de la Cámara se animara ahora a aceptar su oferta? ¿Cuáles serían los cambios que se introducirían en ese proyecto provisional que nos ha leído y que usted debería ultimar sobre la marcha?
No quiero parecer crítico, pero tengo que expresar mi sorpresa porque se nos solicite un voto para un ente de ficción.
En fin Señoría, no lo tome a mal, pero nos ha entretenido durante un mes para nada. Ya sé que han estado trabajando mucho, pero, dado lo poco que les cunde, más les valía no proclamarlo.
Pues bien, si alguien supone que mi Grupo puede aceptar el papel de comparsa que se nos asigna en este cortejo, se está equivocando.
Nosotros no vamos a rebajar nuestra dignidad hasta ese punto. Nos mantiene erguidos el respeto a nuestros electores.
Esta es, como he dicho antes, nuestra primera razón para rechazar este sucedáneo de investidura.
No es la única.
Hay otra mucho más seria: los españoles.
Los españoles, sus problemas de hoy, su derecho a un futuro próspero.
Ahí, en el interés de España, es donde se alza nuestra principal razón para votar en contra de esta investidura de ficción.
Los españoles, Señoría. Esos a los que está tomando el pelo con estos teatros.
Los españoles. Hablo de todos, claro. En el PP siempre hablamos de todos. No usamos cordones sanitarios. No dividimos a la gente. Ni hemos venido nunca a esta Cámara a pedir el apoyo con el único argumento de que otro no gobierne. Porque detestamos el sectarismo. Pedimos el voto para gobernar a todos y defender los derechos y los intereses legítimos de todos, voten a quien voten, porque así lo exige la convivencia, y a nosotros nos importa la convivencia.
Es esa defensa de todos los españoles la que me impide secundar los propósitos de su Señoría.
Se lo voy a explicar.
Lo que menos necesita España, Señoría, son improvisaciones, y usted no puede ofrecerle otra cosa.
Ha estado un mes improvisando programas, poniendo y quitando cosas hasta el último minuto, como quien prepara el menú de la boda para dejarlo al gusto de todos.
Acaba de improvisar con prisas un florilegio de medidas para la ocasión, en el que, como en las dietas de los convalecientes, no se incluye nada que cueste digerir.
De hecho, sigue usted improvisando ahora mismo. Está esperando a ver si, por casualidad, aparece un socorro que le permita, no ya gobernar, sino alzarse con la Presidencia del Gobierno.
La improvisación no es buena para España. España se merece algo más que un Gobierno que improvise para salir del paso a cualquier precio, que no se pare a medir las consecuencias de sus actos, y que disimule sus intenciones para que no se note que le importa más sobrevivir que gobernar.
En segundo lugar, tras la improvisación, lo que menos necesita España es un Gobierno que abandere la incertidumbre.
Hoy día, en que la economía española está en marcha, el empleo crece y el país sale adelante, la inestabilidad política que usted prolonga, junto a los desafíos que otros plantean a la unidad de la Nación, están llenando de incertidumbre nuestro futuro político y, en consecuencia, el económico.
Cuando nuestra primera finalidad debiera ser sostener el ritmo de la recuperación, aprovechar las oportunidades que hemos sabido conquistar, y fortalecer la confianza que todavía se nos otorga… Cuando deberíamos enviar un mensaje al mundo que dijera: “España no hace experimentos, España no cambia de rumbo, España es fiable”… Cuando habíamos logrado que no se volviera hablar de España como problema, y se nos elogiara como modelo…
¿Qué ha conseguido usted en este tiempo, Señoría? Que se vuelva a hablar de España, que parezca más inestable, que despierte inquietud su futuro dado que, en este momento, cualquier extremismo económico, social, nacionalista, parece posible.
Supongo que estamos de acuerdo, Señoría, en que —con su actitud— ha abierto de par en par una gran puerta a la desconfianza.
Éramos un estímulo en Europa, pero nos ha colocado usted en una zona de sombra, con lo cual, muchas decisiones económicas, inversiones, iniciativas empresariales, ofertas de empleo, se vuelven recelosas, y aguardan hasta ver qué pasa.
Se nos reconocen grandes perspectivas de crecimiento, sí, pero todo el mundo sabe que están ligadas al rumbo actual de la economía española, y que son incompatibles con cualquier clase de aventurerismo político.
No son aventuras lo que necesita España, y no es usted el mejor situado para extinguir los recelos, porque ni los antecedentes de su partido, ni los suyos personales le avalan.
No viene usted sólo. Le acompaña un pasado. Estaba usted entre los que aplaudían la política que nos arruinó. Para gustos están los colores; y a usted le gustaba. Nunca la ha condenado; ni siquiera la ha criticado. No la veía mal.
No me obligue a comparar una vez más cómo quedó España con ustedes y cómo hemos logrado, a pesar de ustedes, pasar de la ruina a ser la primera nación europea entre las grandes, tanto en crecimiento económico, como en creación de empleo.
El pasado no le avala.
Ustedes, los socialistas, siembran déficit y paro con la misma naturalidad que noviembre trae los catarros y la primavera las alergias.
No pueden evitarlo. Lo cierto es que no lo evitan. Les deslumbra el brillo del pan para hoy y no se acuerdan nunca del hambre para mañana. Siembran el país de desempleo, eso sí, cargados de buena intención. Lo malo es que las buenas intenciones no alivian a quienes pierden su puesto de trabajo.
Reconózcame que con estos precedentes debemos ser cautos y no regalar la confianza como si dichos precedentes no existieran. Existen y le aseguro que dejan un regusto muy amargo.
Si en estos dos últimos años hemos sido capaces de crear más de un millón de empleos netos, en los dos últimos años de su Gobierno, el gobierno al que usted apoyaba, señor Sánchez, el empleo que se destruyó afectó a más de un millón de personas.
Si en estos dos últimos años el paro se ha reducido en más de un millón cien mil personas, en idéntica cifra, pero al revés, se incrementó el paro, con ustedes, entre 2010 y 2011.
Esa es su autoridad para hablar de empleo, la misma que tiene para hablar, como hizo ayer del déficit público. Le recuerdo Sr. Sánchez que, siendo comisario del ramo el Sr. Almunia, Bruselas expedienta por primera vez a España por déficit excesivo en el año 2009.
Y le recuerdo también que, mientras que en los últimos cuatro años del anterior Gobierno socialista, el déficit se incrementó en ciento diecisiete mil millones de euros, durante los años de mi gobierno se ha reducido en cincuenta mil millones.
Y, todo esto, con una economía que ha pasado de la recesión, a culminar la legislatura creciendo al 3.5% en el último trimestre de 2015.
¿Quién nos garantiza que no volverán ustedes a las andadas?
¡Ojalá pudiéramos creerlo! Sería muy tranquilizador.
¡Ojalá pudiéramos creerlo!Pero no podemos.
Debe usted reconocerme, además, que su trayectoria personal no le avala.
Ha votado usted en contra de todas las grandes reformas de la pasada Legislatura, es decir, de todos los instrumentos que nos han permitido salir de la crisis y situarnos a la cabeza de Europa en crecimiento y en empleo. ¿Cómo se entiende esto?
No le ha gustado ninguna.
Y, lo que es peor, en un ejercicio de demolición iconoclasta amenaza con desmantelarlas hasta no dejar piedra sobre piedra.
Eso se podría entender si, tras dichas reformas, España estuviera peor que antes, con más paro, más estancada, con los precios más altos y las pensiones más bajas… Pero ocurre lo contrario. Y ocurre lo contrario gracias a las reformas a las que usted se opuso y que ahora se propone desmantelar.
Comprendo que usted no tiene experiencia, pero ya le adelanto que eso sería devastador, especialmente para los españoles que están esperando un empleo. Incluso para muchos de los que lo han conseguido. Devastador para muchos emprendedores que han confiado en el curso que tomaban las cosas en España.
Devastador, señor Sánchez. Devastador.
Derogar las reformas significa, ni más ni menos, dejar otra vez a España como estaba cuando gobernaban ustedes. El progreso que propone usted consiste en regresar, en muy pocos meses, al desastre de 2011.
A esto llaman ustedes un Gobierno reformista y de progreso. La reforma consiste en la voladura del edificio, y el progreso en el retorno al pasado.
Reconózcame que existen motivos para inquietarse. Ahora sabemos que usted llama progreso al retroceso, al involucionismo, a la sinrazón de arrasar lo que hacen otros, aunque sea bueno, por la simple razón de que lo han hecho otros, y más especialmente si lo han hecho para corregir los desastres que ustedes dejaron.
Si a eso le añadimos las vaporosas medidas que anuncia en su discurso, y especialmente las que se calla por prudencia, no es exagerado afirmar que estamos ante un programa ruinoso para la economía, disolvente para la confianza y catastrófico para el empleo. Y todo eso, con pactos o sin pactos.
En las condiciones que usted señala, crear empleo es una pretensión imposible.
No me entienda mal, Señoría: yo no discuto la legitimidad de su pretensión. Puede ser legítimo que usted pretenda devolvernos a la ruina. Lo que yo añado es que eso no es lo que más le conviene a los españoles.
Lo sensato, cuando existe un proyecto en marcha con éxito y con buenas perspectivas, no es desmantelarlo; no es echarlo abajo; no es hacer experimentos; no es ahogar las oportunidades de la gente; sino colaborar con él, aportar lo mejor de cada uno para perfeccionarlo, para acelerarlo, para que, si ya era bueno, lograr entre todos que sea mejor. Eso es lo razonable a mi humilde modo de ver.
En definitiva, Señorías, la razón fundamental para negarle nuestra confianza a su investidura es el eje central de su programa de Gobierno, que no es otro que una contrarreforma de la política económica y social de la última legislatura.
Una política que ha hecho posible pasar de la destrucción de empleo a la creación del mismo. Del incremento imparable del paro, a su reducción. Del descontrol de las cuentas públicas a la contención del déficit. De la caída de la actividad económica, a su crecimiento.
Voy terminando, pero antes Señoría: permítame que le reclame un poquito de claridad. Ya que han hecho un pacto, ¿por qué no se pone de acuerdo con su socio en lo que son y en lo que dicen? Oyéndoles da la impresión de que ese pacto encierra ideas antagónicas. No me refiero al texto escrito, sino a las versiones que ustedes ofrecen.
Porque son tantas las diferencias entre lo que dice usted y lo que dice su socio que empezamos a pensar que ninguno de los dos sabe exactamente lo que ha firmado. O lo saben y pretenden engañarnos a todos los demás.
Tampoco se sabe si ofrecen un gobierno de izquierdas o de derechas. No es que importe, porque yo no veo el mundo con esas gafas, pero sí que me importan sus contradicciones. Porque usted dice que su pacto es muy de izquierdas, y pide el apoyo a otras izquierdas, mientras que su socio dice que está hecho al gusto del Partido Popular y reclama nuestro respaldo.
¿Qué es este curalotodo?¿El bálsamo de Fierabrás?
Para gobernar, Señoría, no basta con amontonar unas cuantas ideas que suenen bien, como quien adorna un escaparate o el árbol de Navidad. Es preciso que las ideas sean coherentes con lo que es necesario hacer y con lo que es posible hacer. Y además, que se puedan pagar. Lo contrario es pura palabrería publicitaria. Ustedes primero disparan, luego colocan el blanco donde ha caído la flecha. Así, señoría, acierta cualquiera. Las cosas se hacen al revés. Primero se pone el blanco.
En resumen, señorías, y con esto termino:
No ha sido usted leal con los españoles.
Les ha ocultado la verdad.
Les ha hecho esperar contra toda esperanza.
Se ha tomado un mes de promoción personal en solitario.
No tiene Gobierno, carece de suficientes apoyos, y nos expone un programa que no sabemos si considerar un simple trámite de la investidura, un intento de echar las redes para ver qué sale, o un adelanto de su propio programa electoral.
Si antes conservaba usted cierta capacidad para engañar a los ingenuos, la teatralidad del acto solemnísimo del intercambio de carpetas, despeja las dudas. Es evidente, y así lo ha entendido todo el mundo, que su mensaje a la ciudadanía era: "Declaro solemnemente inaugurada la campaña electoral porque es lo que más me conviene".
El diccionario de la Real Academia define la palabra bluf como montaje propagandístico para crear un prestigio que posteriormente se revela falso. Me parece que está bien descrito.
Por todo esto, Señorías, y otras cosas que callo por no alargarme, mi grupo cumplirá con su deber votando en contra de lo que únicamente se puede calificar como amenaza para los intereses de los españoles.
Muchas gracias.
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