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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desacato.cat

La reacción de rechazo ante tan irresponsable aventurerismo debería proceder de Cataluña

Enrique Gil Calvo

¿Se está sobreactuando ante la propuesta de insumisión anticonstitucional que aprobará el Parlament catalán? Golpe de Estado, se lo está llamando, aunque mejor sería decir autogolpe, ya que también violará el vigente Estatut. Otras voces más templadas hablan de huida hacia delante, aunque se trata más bien de destruir hacia atrás, en una política de tierra quemada. En realidad, estamos ante la crónica de un desacato anunciado que tiene mucho de golpe mediático, destinado a reforzar más la hegemonía cultural del independentismo. Demasiados catalanes se dejarán impresionar por ese gesto publicitario de rebeldía épica con que les ciegan sus secuestradores, cayendo víctimas del síndrome de Estocolmo. Y el contraataque unitario organizado por La Moncloa no hará más que atizar el fuego heroico del ardor sedicioso, en ese desigual combate entre el truculento radicalismo de los activistas y la sensata prudencia de los moderados.

En todo caso, lo que sí resulta inadmisible es que una asamblea legislativa se comporte como una asamblea universitaria, proclamando su delirante insumisión ante el ordenamiento legal establecido. Como diría Lenin, el extremismo es la enfermedad infantil del nacionalismo. La desobediencia civil sólo la pueden ejercer los ciudadanos y exponiéndose a las sanciones penales. Pero nunca sus representantes electos ni mucho menos las autoridades públicas. Y confundir ambos planos infringiendo la legalidad desde el Parlamento significa violar las reglas de juego y caer a sabiendas en el fraude de ley, lo que implica el retorno a la barbarie incivil. Algo que iguala a la casta secesionista no con el digno modelo escocés o quebequés sino con la indigna Liga Norte padana o lombarda, reforzando el paralelismo que ya ha quedado establecido entre la corrupción de las famiglias Pujol y Bossi.

¿Qué esperanza nos queda? Es evidente que la confrontación entre Madrid y Barcelona resultará contraproducente, pues la reacción de rechazo ante tan irresponsable aventurerismo debería proceder de la propia Cataluña. Es preciso que el fraudulento Mas abandone de una vez el terreno de juego expulsado no por la CUP sino por el propio público, asqueado de tanta trampa y juego sucio. Y entretanto llega ese necesario momento, hay que abrir canales de diálogo a fin de negociar el día de después, cuando haya que reconstruir el arrasado solar catalán. Una negociación de reforma constitucional que debe incluir el derecho a decidir tal como fue planteado y aceptado por el propio Constitucional en su sentencia del 25 de marzo de 2014. Pero lo que nunca se puede pactar en una negociación así es nada que signifique avalar, consentir o asumir la violación de la legalidad. Jamás se debe ofrecer impunidad a la política de forzar la ley, ni siquiera como precio a pagar para restablecer la convivencia civil. Por eso resulta imperativo que Artur Mas abandone el escenario político.

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