Lo que queda del franquismo
A 400 metros del Santiago Bernabéu, en un barrio privilegiado de Madrid, perviven siete habitaciones repletas de bustos del dictador y recuerdos del régimen. Es la Fundación Francisco Franco
En un barrio privilegiado de la capital, a apenas 400 metros del estadio Santiago Bernabéu, un edificio amarillo mostaza esconde uno de los últimos bastiones de la dictadura. Allí, Francisco Franco se multiplica. Su rostro recubre las paredes. Su figura se erige sobre los muebles. Cada recoveco de siete estancias repletas de cuadros, dibujos, bustos, fotografías y tapices rinden homenaje al militar golpista. Allí, tras dejar abajo un portero oxidado en el número 11 de la avenida de Concha Espina y subir tres plantas pisando escaleras de madera crujiente, se defiende que la historia "se ha manipulado" y "se ha ocultado", que durante la Guerra Civil lo que "estaba en juego" era la "cultura y civilización occidental europea y cristiana" y que durante los 40 años de régimen se construyó un Estado "del que todavía vivimos". La puerta lo anunciaba: es la entrada a la Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF).
La Fundación Nacional Francisco Franco se financia a través de donaciones privadas. Tiene un presupuesto de entre 70.000 y 90.000 euros anuales
Erigida como defensora de la memoria del golpista —ha denunciado a artistas por "ofender" al exjefe del Estado—, esta organización, con un presupuesto anual de entre 70.000 y 90.000 euros que cubre con donaciones privadas, ejerce como ejemplo vivo de que aún quedan restos del franquismo en la sociedad española tras 40 años de democracia. "Se pueden quitar las placas, se pueden quitar las estatuas... Pero es parte de la historia. Y hay que respetarlo", alega Jaime Alonso, vicepresidente de la Fundación.
Sí, pero esa parte de la historia fue una dictadura, algo que incluso la Real Academia de Historia está a punto de ratificar con la nueva definición —como dictador— de Franco. "¿Que el franquismo es una dictadura? Todo el tiempo", dijo, en diciembre de 2014, Carmen Iglesias, la primera directora de esa Academia, y que ocupó su cargo ese mismo mes, en sustitución del fallecido Gonzalo Anes.
Pero en este búnker del pasado afirman, con rotundidad, que aquellas cuatro décadas no fueron una dictadura. Apunta Alonso que hay quien lo equipara a Hitler y "eso es desconocer completamente la naturaleza de lo que fue". "Sería lógico llamarlo reinado de Franco, como sostiene Joaquín Bardavío, o la era, como apunta Tamames. O la época, como la denomina Raymond Carr. La semántica importa menos que la realidad".
Alonso, un leonés que apenas sumaba 23 años cuando murió el autoproclamado caudillo de España, se hizo franquista después. "Con el tiempo vi que era difícil encontrar algo que hubiera hecho mal", añade este abogado, hijo de un militar del bando nacional, herido tres veces en batalla. "No he conocido un hombre más honrado que mi padre. Por eso defiendo la honradez de ese régimen, porque lo he vivido con él, con sus amigos…", remacha el que fuera número dos de Fuerza Nueva hasta 1982.
Su visión edulcorada de un cruel dictador, que firmó las últimas sentencias de muerte apenas dos meses antes de su fallecimiento, genera indignación entre las víctimas del franquismo y entre los partidos de la oposición. Algunas formaciones políticas han pedido, incluso, la ilegalización de la FNFF. Esa que luce en el portal de Concha Espina un cartelito desdibujado por el tiempo y el polvo tras un plástico ya opaco. Pero resiste aún al paso de los años, a la consolidación de la democracia.
Como ocurre en muchas calles y plazas de España, donde algunos Ayuntamientos se han opuesto a quitar otros restos de la dictadura: placas que recuerdan a los militares sublevados en 1936 o que ensalzan sus batallas, como la última estatua de Franco en la vía pública, en el puerto de Melilla o el nombre del Paseo del Doctor Vallejo Nágera en Madrid. Pese a que la Ley de Memoria Histórica, aprobada durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, reza literalmente que las Administraciones públicas deben retirar "los escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura". En otros Consistorios, como Oviedo, con un busto de Franco colocado en pleno centro de la ciudad, solo las han suprimido cuando les ha obligado la justicia.
Desaparecidos, juicios y misas
Pero, ¿qué más queda del franquismo? Lo enumera la ONU: quedan más de 100.000 desaparecidos y arrojados a fosas comunes aún por recuperar; aunque en palabras de Alonso esa cuestión "es un complejo más de la izquierda". "Yo creo que esto merece más un tratamiento psiquiátrico, que un neurólogo lo analizara". Quedan multitud de crímenes sin investigar, como las palizas y "torturas" cometidas por Juan Antonio Gómez Pacheco, alias Billy el Niño; y queda el Valle de los Caídos, una obra faraónica que homenajea a los vencedores de la guerra y donde reposan los restos del dictador. Una de las cruces más grandes de la historia del cristianismo, 150 metros de piedra. Aunque en palabras de Alonso "los muertos [ajusticiados por el regimen] no superan los 23.000, y no fueron asesinados, sino ejecutados en consejos de guerra".
Queda mucho por juzgar, según concluyó el último informe sobre derechos políticos y civiles publicado en julio de este año por el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas: "España debe velar para que se identifiquen a los responsables [de los crímenes del franquismo y de la Guerra Civil], se les enjuicie y se les impongan sanciones apropiadas". En este documento, la ONU denuncia su "preocupación" por el "inmovilismo" para aclarar en España las violaciones de derechos humanos del pasado y exige la derogación de la Ley de Amnistía de 1977. Para el vicepresidente de la FNFF, que destila un discurso intenso, amable y fluido, "aquello no favoreció a ningún franquista, como pretenden sostener hoy".
El 20 de noviembre se cumplen 40 años de la muerte del militar gallego. En estos días, se celebrarán al menos 16 misas en su honor; en Madrid, en la Iglesia de San Fermín de los Navarros, a algo más de 200 metros de la parada de metro de Rubén Darío o del Museo Sorolla, a 800 de Malasaña, el mítico barrio de la movida. Otras 15 repartidas por varias ciudades de toda España como Badajoz, Santander o Almería, según los datos de la Fundación Francisco Franco, que prepara también una cena homenaje para el 3 de diciembre. La cita será en un hotel de cuatro estrellas pegado al Paseo de la Castellana, con un precio por persona de 40 euros. "Se está intentando desmitificar al hombre que liberó a España del comunismo, que consiguió para el pueblo español prosperidad, una gran clase media y la reconciliación con la que se pudo instaurar la monarquía y transitar hacia la democracia", aseveran los convocantes, que minimizan y justifican —"por la época"— la ausencia de libertades civiles y políticas, la falta de derechos humanos.
¿Y las denuncias de torturas y represiones? ¿No se deberían investigar? "Pero eso es como si se investiga que hubo un accidente de automóvil sin aclarar en el año 72. Yo viví esa época. Estaba en la universidad. Los que corrían delante de los grises se lo pasaban muy bien. Era un proceso de demostrar que eran jóvenes. El que fuera a la cárcel, si hubiera sido torturado, que no dudo que algún caso hubo, a lo que llaman torturado es a darle algún golpe innecesario de más", dice Jaime Alonso, que añade: "Pero era el contexto de aquel momento. No eran demócratas, sino comunistas. Y ahora el delito de pensamiento no tiene ningún sentido, pero entonces sí lo tenía".
Hoy, la única causa abierta en el mundo por los crímenes del franquismo es investigada por la jueza argentina María Servini de Cubría. Argentina, a más de 10.000 kilómetros de España, donde persiste la huella del régimen, donde parte de la derecha no ha terminado de desligarse del fascismo, y donde la voluntad institucional no ha llegado a afrontar una política de la memoria, como apuntaba en marzo de este año la historiadora Mirta Núñez Díaz-Balart, al frente de la cátedra de Memoria Histórica de la Universidad Complutense: "No se ha hecho una comisión de la verdad desde el Estado cuando fue una dictadura sangrienta, lo poco hecho ha contado con una financiación que se ha racaneado y se ha dejado en manos de asociaciones y familias. Se han hecho bien aspectos que han resultado cojos, como la Ley de la Memoria Histórica".
Lo visible y lo invisible
Queda lo que se puede ver, como señala Alonso: "Edificios, mucha infraestructura, carreteras, los pantanos, claro...". También el consabido Valle de los Caídos. Y otros menos conocidos: el Arco de la Victoria en Madrid, una obra que se culminó en 1956 y que conmemora la victoria del bando franquista durante la batalla de Ciudad Universitaria en la Guerra Civil; las ruinas del pueblo de Belchite, en Zaragoza, que quedó destruido tras la contienda homónima y que Franco decidió conservar como recuerdo de la guerra y mandó construir un pueblo nuevo al lado; el monumento al crucero Baleares —buque franquista hundido por el bando republicano durante la guerra— en el parque de Sa Faixina en Palma de Mallorca; o los Llanos del Caudillo, en Ciudad Real, uno de los (aproximadamente) 300 pueblos que creó el Instituto Nacional de Colonización a principios de 1950 y cuya historia quedó reflejada el pasado año en el documental Los Colonos del Caudillo.
¿Y lo que pasa desapercibido? El vicepresidente de la Fundación pone como ejemplo la construcción de "ese estado del que aún vivimos", como apuntaba al principio. Aunque hay más. El trasvase Tajo-Segura, una de las grandes —y sufridas— obras hidráulicas de España, se llevó a la práctica a partir de 1966 (aunque comenzara a idearse a principios del siglo XX); la "percepción extraordinaria" de los quiosqueros el 18 de julio —el día de celebración del Alzamiento Nacional— y el 23 de diciembre —cuando se publican los premiados en la lotería de Navidad—, una comisión del 40% del precio de cada ejemplar vendido en lugar del 20%.
También la conocida paga extra, aquel remiendo que Franco impuso en 1947 para maquillar la bajada de los salarios, el aumento de las horas semanales de trabajo (entre 60 y 70) y el encarecimiento del nivel de vida; la Ley de Expropiación Forzosa de 1954, una de las más longevas de España apenas retocada desde entonces y que no hace mucho levantó a los habitantes de la parroquia gallega de Chapela por la ampliación de la AP-9, que dejará sin techo a algunos de sus habitantes; la Ley Penal y Procesal de Navegación Aérea de 1964, tan aireada durante la crisis de los controladores aéreos en 2010; o la Ley Hipotecaria del 46, que ampara, por ejemplo, que los obispos de la Iglesia católica hayan puesto a su nombre edificios, templos y fincas durante décadas —esta ley equipara a los obispos con funcionarios y les permiten registrar a su nombre cualquier propiedad que, en principio, no tenga un dueño reconocido como tal—.
Y se han perpetuado costumbres, como monterías en las que aún hay apretones de manos para cerrar tratos en torno a unos cuantos animales desangrándose sobre el suelo de cemento; lugares que permanecen, como las bases norteamericanas; privilegios, los que sigue ostentando la Iglesia católica. Y detalles, livianos pero simbólicos, como el don y el doña con el que se anteceden los nombres dentro de la Fundación Nacional Francisco Franco y con los que se despide Jaime Alonso, a quien, en un ligero besamanos de adiós, le asoman unos gemelos barnizados con la bandera de España.
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