Así fue la vuelta a casa de la abuela canaria que pasó dos días en prisión
Josefa Hernández, la mujer encarcelada por negarse a derribar su vivienda levantada en una zona protegida, regresa con su familia
Una treintena de personas esperaba a Josefa Hernández en su casa de Campoviejo, Betancuria, la famosa vivienda que le ha llevado a la cárcel por unos días. Allí habían preparado una carne de cabra en salsa y papas cocidas para festejar la libertad de la abuela Fefa, como la conocen. Su libertad llegó antes de que el Gobierno se reuniera en Consejo de Ministros para indultarla, algo que está previsto que se produzca este viernes. Es "de sentido común", había dicho Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno. La mujer se negó a tirar una ampliación ilegal de la casa, construida en una zona protegida. En ella vive con sus hijos y varios nietos, todos a su cargo. La Audiencia de Las Palmas se adelantó y revocó este jueves el auto que ordenaba el ingreso en prisión de Josefa Hernández.
Una carretera polvorienta y alejada del casco municipal de Betancuria deja a la derecha la polémica casa, que recibe con un estrecho salón, dos sillones enfrentados y un pequeño televisor. El techo, de planchas, y en la parte "nueva" —como la llama la familia— se abre un pasillo que desemboca en tres dormitorios. La casa está en medio de un páramo llamado Campoviejo, en el municipio de Betancuria, el único de Canarias que no tiene taxis. Ni cobertura de móvil.
Minutos antes de la llegada de Josefa se oía a sus nietos que la esperaban jugando mientras caía la noche. "¿Y abuela cuándo viene?", preguntaba el pequeño Darío, que apenas levanta un metro del suelo y tenía las piernas, las manos y la cara llenas de tierra.
"¿Dónde están mis tesoros?", fue lo primero que dijo Josefa Hernández cuando le rodearon los nietos. "Abuela se fue de vacaciones dos días", les contaba mientras los iba achuchando. Josefa llegó sonriente y ansiosa de entrar a su casa y sentirse en familia. Preguntó por todos como si se hubiera marchado una década. Repartió besos y abrazos. Mostró sonrisas y compartió nervios con sus hijas.
Ahora "hay que cumplir la sentencia", dijo. O sea, derribar la casa. Es pequeña, solitaria y rudimentaria, pero es el techo bajo el que vive la familia. La fiesta del jueves durará lo justo. Ahora deben desplazarse todos hasta la vivienda de transición. Donde estuvo la antigua casa de Betancuria, seguirá el solar: "La tierra es de la familia, y esto no nos lo quitan", decía una de las hijas visiblemente emocionadas.
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