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Historia de la cabina 7313U

Los teléfonos públicos comenzarán a desaparecer en 2017. La Puerta del Sol, con 12 aparatos, es uno de los núcleos de resistencia de estos artefactos del siglo pasado

En un país con 50 millones de móviles casi nadie usa ya las cabinas de teléfonos.Foto: atlas | Vídeo: Samuel Sánchez (Foto) / ATLAS (Vídeo)
Daniel Verdú

Hoy Winnie the Pooh se ha vuelto a cabrear con Pocoyó. Ha habido algún empujón, pero no ha llegado la sangre al río como otros días, cuando hubo que separar a alguno de los personajes que corretean por la Puerta del Sol hinchando globos para niños y disputándose el territorio entre ellos de manera menos amigable. Hoy no estaba Hello Kitty, que según cuentan dos prostitutos rumanos apostados en la salida del metro, es la más violenta de todos. Pero a Minnie, asfixiada por el calor dentro de su traje de felpa, algún transeúnte le ha dado una colleja y está llorando mientras la consuela Mickey. Sin embargo, por raro que parezca, lo realmente extraño en este submundo del kilómetro 0 de España es que ayer tres personas descolgaron el auricular de la cabina 7313U, uno de los 12 teléfonos que soportan el vandalismo y un creciente desuso hasta que llegue su retirada en diciembre de 2016. Si es que el Gobierno no lo impide.

En una jornada de diez horas en Sol, solo tres personas la utilizaron

En España quedan 25.820 cabinas telefónicas de las 100.000 que había en el año 2000. En los últimos tres años la caída interanual ha sido del 40%. Hoy son todas deficitarias. Y la Puerta del Sol es quizá el lugar con mayor concentración de estos artefactos del siglo pasado enterrados por los móviles y los locutorios. La 7313U se encuentra justo enfrente del Palacio de Correos. Está garabateada, tiene la chapa roída y un sobre de kétchup vacío del Burger King. En los laterales luce el anuncio de una casa de cambio que paga 20 euros al día por colocar ahí su publicidad.

Esta cabina es la que usaría todo el que pase por la calle Preciados o Carmen, probablemente dos de las más concurridas de la ciudad. Pero en 10 horas descuelgan su auricular solo tres personas: un inmigrante boliviano que acaba de llegar a Madrid y necesita verse con un amigo, una española de 27 años que ha olvidado su móvil en casa y ha quedado con su novio y un romántico de las cabinas con tarjeta de recarga que rechaza de plano su cercana extinción. “Si usted puede hacer algo”, pide, “que no las quiten”.

En España quedan unas 25.820 cabinas y todas son deficitarias

Mientras eso no sucede —en países como Bélgica ya las han liquidado—, el ecosistema de esta cabina desarrolla otros usos. Juan José Coronado, madrileño de 67 años con una protesis de plástico en el brazo, y Jaime Solano, ecuatoriano de 65, charlan apoyados en el recoveco del aparato propiedad de telefónica. Son inquilinos habituales de la plaza. De hecho, el primero se viste de Bart Simpson (el traje amarillo le costó 200 euros y se lo trajeron de Perú) y el segundo de Pocoyó (él no es el que peleaba antes, resulta que hay cuatro, especifica). Jaime admite que es algo así como el secretario de Juanjo, desliza que básicamente le hincha los globos cuando van disfrazados porque su colega no puede con el brazo de plástico. Mientras lo cuenta, Juanjo lo muestra encantado. Ellos lo ven todo en la plaza. “¿Las cabinas? Nadie las usa. Se tragan la plata. A mí esta me sirve para apoyarme y tener un poco de sombra”, dice Juanjo. Su secretario asiente.

En 1928 se instalaron las primeras cabinas telefónicas en Madrid: en el Viena Park (en el Retiro) y en el bar Regio. Esas todavía funcionaban con fichas. Pero en 1966 se empezaron a poner en las calles, con monedas, y llegaron hasta la Puerta del Sol.

Primer teléfono público de España, instalado en 1928 en el Viena Park del Retiro.
Primer teléfono público de España, instalado en 1928 en el Viena Park del Retiro.

Eso de que la 7313U se traga el dinero es verdad. Juan (nombre ficticio ya que se encuentra en actividad semidelictiva) hace la ronda a media mañana con una especie de gancho que mete por el agujero por donde debería salir el cambio. Pero hoy la máquina está seca. Él asegura que antes ha sacado dos euros de una, y diez céntimos de otra. Nada. “Es una mierda. Esto lo hace todo el mundo y ya no se pilla nada”. Eso y vandalizarlas. Por eso, entre otras cosas, las cabinas dejaron de ser rentables en 2002. Desde entonces, Telefónica tiene la misma sensación a final de año que cuando a Jaime la cabina se le traga la plata y no puede hacer la llamada. Pero la empresa de telecomunicaciones no puede olvidarse de ellas todavía.

En España el real decreto 424/2005, modificado al cabo de seis años por el decreto 726/2011, obliga en su artículo 32 a Telefónica a garantizar una oferta suficiente de teléfonos públicos de pago hasta el mes de diciembre de 2016. La relación que exige la norma es de un teléfono por cada 3.000 habitantes en poblaciones medianas y grandes, y de al menos un teléfono en los núcleos de menos de mil habitantes, aunque con excepciones en este último caso. Eso suma, más o menos, las 30.000 que hay en todo un país donde hay 50 millones de móviles, más de uno por habitante.

No sirven, solo se tragan el dinero”, dice un hombre disfrazado de Pocoyó

Por eso, aunque puede pasarse toda la tarde apoyado al lado de la 7313U, Nicola, un prostituto rumano que cobra 50 euros por sus encuentros con “hombres mayores” —aunque a él lo que le gusta son las mujeres— nunca descuelga el auricular. Él lleva su smartphone. Como el dominicano Rey, uno de los más de 20 anuncios andantes de tiendas de oro y empeños de la zona. “Amigo, yo solo móvil”, dice. O como Diego Porcel, el vendedor de la ONCE que lleva 13 años en la esquina de Sol con Montera y que incluso tiene un reloj desde donde puede responder las llamadas. Como si fuera el coche fantástico. “Esto es un capricho. Pero, ¿las cabinas, dices? Apenas las usa nadie. Solo ves a gente aporreándolas”, señala. Nadie aquí, ni los que pasan 10 horas al día en esta plaza, se acuerda de la última vez que descolgó una.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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