¿Primarias? ¡Democracia interna!
La verdadera regeneración de los partidos pasa por aumentar la transparencia e imponer controles externos
Poco imaginaba yo en mayo de 2013 que las elecciones primarias se convertirían en un tema central del debate político español apenas dos años más tarde. En esa fecha, Carles Casajuana, Luis Garicano, Elisa de la Nuez y yo mismo promovimos una recogida de firmas en apoyo de un manifiesto rubricado por 100 personalidades de talante regeneracionista en el que se reclamaba una nueva ley de partidos políticos. Esta nueva ley se veía como un primer paso necesario para detener y revertir el deterioro de la política española y, a estos efectos, el manifiesto planteaba terminar con la autorregulación de los partidos españoles e imponer, como ocurre en toda la Europa democrática continental, una regulación y una serie de controles externos, como corresponde a instituciones que ostentan el monopolio de la representación política y que están financiadas con fondos públicos.
Con perspectiva sociológica, puede decirse que el Manifiesto de los 100 —como terminó conociéndose el documento— se insertó en el despertar de capas medias ilustradas y de los profesionales ante la situación de bloqueo institucional y de corrupción sistémica que vive nuestro país.
En cierto sentido, ese despertar fue una reacción a la prominencia casi exclusiva que movimientos como el 15-M y similares tenían por aquel entonces en la denuncia de las lacras de la política en España. Está bien denunciar, pensábamos muchos, pero está mejor proponer medidas concretas encaminadas a reformar el sistema, no a derribarlo. En este contexto y con ruidos de fronda en el establishment, el Manifiesto consiguió 25.000 firmas, cantidad respetable pero alejadísima de las 500.000 que nos habíamos propuesto los promotores.
Parece ser que una escuela de negocios puso el Manifiesto como ejemplo de cómo no hay que llevar una campaña. Puede ser. En cualquier caso, el número de votos conseguido me llevó a pensar que las medidas de reforma que proponíamos tardarían en adquirir protagonismo y que habría que afrontar una larga travesía del desierto hasta que lo adquiriesen. Me equivoqué, aunque sólo en parte.
En estos dos últimos años el mapa político español ha cambiado mucho. Los movimientos contestatarios tipo 15-M, confluyendo con algunos sectores de la izquierda tradicional, han sido capaces de presentar candidaturas muy votadas en las últimas elecciones territoriales, hasta el punto de conseguir las alcaldías de Madrid y Barcelona. Por su parte, el establishment frondista también ha ido confluyendo en el apoyo de opinión pública y en las urnas que ha tenido Ciudadanos.
La falta de mecanismos correctivos ha alentado la corrupción y ha favorecido a políticos mediocres
Hoy en día la crisis del bipartidismo y la necesidad de buscar apoyos para formar gobierno han provocado que, de mejor o peor grado, todos los partidos se planteen la posibilidad de celebrar elecciones primarias para seleccionar a sus candidatos. Las primarias están de moda y como son una de las medidas propuestas en el Manifiesto de los 100, me alegro de su inesperada popularidad: ha habido progreso desde mayo de 2013.
Reconocido esto, la pregunta es ¿cuánto progreso? La verdad es que, en mi opinión, no mucho y que la mayor parte de las medidas necesarias para democratizar el funcionamiento de los partidos políticos españoles permanece inédita. Veamos.
Como recordaba Tom Burns Marañón en un artículo reciente, la elección de candidatos mediante primarias es un instrumento eficaz para asegurar la democracia interna de los partidos en los países en los que las elecciones se hacen mediante circunscripciones uninominales.
En estos casos la elección del candidato en la circunscripción por los militantes del partido en la misma —a los que pueden añadirse simpatizantes o votantes registrados— minimiza las oportunidades de manipulación por parte de los dirigentes del partido no sólo antes de las elecciones sino también durante la legislatura, puesto que el electo ha sido escogido de manera directa por los votantes y de ahí deriva su legitimidad, no de una exhibición de fidelidad perruna a los líderes del partido que le haya garantizado un puesto en las listas.
En sistemas electorales con circunscripciones plurinominales amplias, como España, las primarias son mucho menos eficaces como instrumento de democracia interna porque los dirigentes tienen muchas más oportunidades de configurar las listas a su conveniencia, pero menos da una piedra y bienvenida sea su reciente popularidad, aunque su eficacia sea limitada.
Lo que hay que hacer es aumentar la democracia interna y la transparencia de los partidos. Para conseguirlo no hay otra vía que la de reforzar los controles externos, como ocurre en las democracias europeas, porque no van a llegar espontáneamente o a golpe de primarias. La autorregulación y opacidad de los partidos en España no tiene parangón en Europa. Sus raíces se remontan a la Transición, período histórico en el que hubo mucha preocupación por la estabilidad de la joven democracia. Para asegurar esta estabilidad se optó por dar a las cúpulas dirigentes de los partidos un poder muy grande sujeto a muy poco control por las bases militantes o por instituciones externas.
Así se consiguió que la gobernanza de la democracia española haya sido una de las más estables de Europa, pero las consecuencias de haber prolongado durante décadas una situación que debiera haber sido, como mucho, transitoria saltan a la vista. Mencionaré sólo tres. En primer lugar la corrupción. Casos aislados de corrupción, unas pocas manzanas podridas, existen en todas las democracias, pero en España la corrupción ha adquirido proporciones sistémicas por falta de mecanismos correctivos internos en los partidos políticos. Estos mecanismos son la competencia por el liderazgo entre los miembros de un mismo partido, para lo que se necesita democracia interna, y la transparencia, sin la que no se pueden fiscalizar las verdaderas cuentas.
El control eficaz de un dirigente político es el de un compañero de formación que lo quiera reemplazar
En segundo lugar la politización y la consiguiente pérdida de eficacia de todas las instituciones del Estado que deberían fiscalizar la actividad de los partidos: Consejo General del Poder Judicial, Tribunales Superiores autonómicos, Tribunal de Cuentas, Agencia Tributaria, etc.
Y, en tercer lugar, la mediocridad profesional de los políticos que, gracias al principio de cooptación, hacen carrera en los partidos tradicionales. La cooptación es un procedimiento de selección adversa: las personas brillantes que puedan hacer sombra o acabar desplazando a los líderes jamás serás designadas.
El contraste de los líderes de Podemos o de Ciudadanos con los de los partidos tradicionales es sangrante. Los de los nuevos partidos parecen casi siempre más brillantes, mejor preparados, más eficaces en el debate, más capaces de ofrecer una narrativa de la realidad que conecte con el electorado y, diría yo, hasta más guapos que los de los partidos establecidos. Y es que los primeros no han tenido que pasar por varias iteraciones de cooptación, que ha sido lo que ha acabado adocenando a los segundos.
La necesaria regeneración de la política española tiene que comenzar por la de los partidos políticos. No hay circunvalación posible. El control más eficaz de un político es el de un compañero de partido que lo quiera reemplazar. Para hacerlo posible se necesita democracia interna y transparencia. Las elecciones primarias son un primer paso en la buena dirección, pero por sí mismas son insuficientes. Hay que seguir y la vía más fácil es imitar lo que está funcionando bien en otros países, como Alemania, por ejemplo. Como decíamos en el Manifiesto de los 100.
César Molinas acaba de publicar un libro titulado Acabar con el paro, ¿queremos?, ¿podremos?, que puede descargarse gratuitamente en fef.es.
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