Un país que cambia
Ha pasado una década. ¿Se ha convertido España en un país más igualitario? ¿Han seguido otros el ejemplo español? ¿Ha devuelto la norma la libertad y la dignidad a este colectivo?
30 de junio de 2005
Los informativos repiten machaconamente una imagen: el presidente del Gobierno, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, en el estrado del Congreso: “Un pequeño cambio en la letra que acarrea un cambio inmenso en la vida de miles de compatriotas”, proclama. Ese día España se convierte en el cuarto país del mundo en aprobar el derecho de dos hombres o dos mujeres a casarse (tras Holanda, Bélgica y Canadá, que lo aprobó tan solo dos días antes pero cuya ley entró en vigor después de la española) y en el más avanzado del planeta al posibilitar también la adopción.
Rubén López, 25 años, pasa el día pegado a la televisión. Julia Sevillano, 38, recibe un telefonazo de su madre: “¡Me ha llamado una amiga mía para darme la enhorabuena!”. Moisés, 28, sale disparado del trabajo a Chueca, el barrio más gay de Madrid.
“Estamos ayudando a construir un país más decente porque una sociedad decente es aquella que no humilla a sus miembros”, prosigue el presidente. Los suyos le aplauden. El PP, no. Rodríguez Zapatero pronostica que el cambio en el Código Civil acabará con la infelicidad de muchos. Pide a los gais generosidad y respeto para los que se oponen, entre ellos, el Foro de la Familia o la Iglesia. La tribuna, con representantes de colectivos LGTB, estalla en aplausos. La ley se aprueba por mayoría absoluta, con solo los votos en contra de Unió y del PP. Una diputada popular, Celia Villalobos, da el sí a la norma. En la calle, más de la mitad de los españoles (56%) apoya el matrimonio igualitario, el 21% se opone y un 11% se muestra en desacuerdo con el término, según un sondeo de Metroscopia. Era 2005. Hoy, un 68% está de acuerdo en que la unión entre parejas del mismo sexo se llame matrimonio, según otra encuesta realizada también por Metroscopia este pasado 29 de junio.
Un compañero de trabajo de Emilio Menéndez, 50, le grita: “¡Han aprobado vuestra ley!”. Él llama a su novio de 30 años, Carlos Baturín. Ya tienen listos todos los papeles. “Tienes que pedir permiso a tu jefe”, le dice Carlos, “porque el lunes [el primer día hábil tras la entrada en vigor de la ley] tenemos que ir al Registro Civil”.
Julia, diseñadora gráfica y periodista, no es nadie respecto a los mellizos que gestó su pareja, Esther, y que han criado entre las dos durante 11 meses. Por su parte, Rubén anda enredado con el proyecto fin de carrera y pega en un cuaderno recortes de prensa que relatan los avances en la ley de matrimonio igualitario. Siente que se envalentona. Decide salir del armario y convertirse en activista. Moisés, psicólogo, se deja llevar por la euforia en la calle. No pensaba que lo que había prometido Zapatero en su discurso de investidura llegaría tan pronto. Emilio Menéndez sale con su novio y otras dos parejas de hombres a cenar, y brindan por sus futuras bodas. Ellos serán los primeros en casarse.
Han pasado 10 años. ¿Se ha convertido España en un país más igualitario?¿Han seguido otros el ejemplo español? ¿Ha devuelto la norma la libertad y la dignidad a un colectivo humillado, castigado en tiempos de Franco con la cárcel?
España es ahora el país del mundo donde es más aceptada la homosexualidad. Solo 6 de cada 100 personas cree que es inmoral, según una macroencuesta en 40 países realizada por el Pew Research Center en 2013. Un 55% considera que es aceptable y el 38% opina que no se trata de una cuestión moral.
La actitud de los españoles en 2004 era algo menos avanzada. Si bien ocho de cada 10 consultados por el CIS opinaba que ser homosexual es tan respetable como ser heterosexual, el 22% estaba de acuerdo con que la homosexualidad es algo “antinatural”. Cuatro de cada 100 creía que era una conducta sancionable y un 13%, una enfermedad que debería de ser tratada. Las cifras elevadas ahora corresponden a la tolerancia y el respeto. En la última encuesta de Metroscopia para EL PAÍS, el pasado 29 de junio, solo el 4% de los encuestados creen que el matrimonio homosexual no debe ser legal en ningún caso. Silvia Bravo, investigadora senior del organismo, asegura que el crecimiento de 10 puntos en solo dos años en la aceptación del matrimonio homosexual como tal es un dato "estupendo". "Sí se observa un apoyo mucho más mayoritario entre los electorados de PSOE y Podemos que entre la derecha, y entre los jóvenes", comenta la también directora general adjunta.
“La ley es un símbolo. Es como decir, tú y yo somos iguales, te pongas como te pongas”, dice Julia Sevillano, que con su esposa, Esther Vivas, y sus hijos, Julia y Teo, de 11 años, constituyen una de las nuevas familias amparadas por el matrimonio igualitario. Son las que legalmente han constituido dos mujeres (10.609 enlaces hasta 2013, los últimos datos disponibles) o dos hombres (17.701 bodas). Suponen tan solo dos de cada 100 matrimonios. Un número ínfimo que esconde muchas historias de conquista de la igualdad.
Como en el caso de Julia. Cuando se aprobó el cambio legal, ella educaba a unos niños que solo tenían los apellidos de su pareja aunque eran su proyecto común. Todo cambió ante una juez que tuvo que pedir orden porque los invitados a la boda se pusieron a aplaudir. “Después nos quedamos como imbéciles fotografiándonos delante de una puerta en vez de posar ante el paisaje de Granada. Pero recuerdo salir con el Libro de Familia y sentir que te lo habías ganado”, rememora ella, que no renunció ese día a su atuendo favorito, pantalones y zapatillas, pero en la fiesta ella y su nueva esposa bailaron con unos vestidos de boda vintage que les regalaron. “No lloré, pero estaba muy feliz en las fotos”. Tras aquella celebración que duró tres días llegó la primera consecuencia. “Adoptar a Teo y a Julia, y todo fueron facilidades”. Nunca se ha sentido discriminada. “Siempre he notado receptividad en el médico y en el colegio”. Porque los hijos, sostienen todas las familias consultadas, son la última salida del armario. La visibilidad es total. A Julia le encanta cuando los mellizos dicen con toda naturalidad: “Yo tengo dos madres y un padre”. Porque el donante de esperma fue un amigo de la pareja con el que tienen relación constante.
Un año antes de aprobarse la ley, el 66% de los españoles declaraba estar a favor del matrimonio igualitario según un estudio del CIS, y solo el 48% a favor de que las parejas del mismo sexo pudieran adoptar. Un estudio sobre discriminación en 2013 revelaba que el respaldo al matrimonio igualitario había crecido hasta el 71% y el apoyo a la adopción, hasta el 64%, sumados los porcentajes de quienes decían estar totalmente de acuerdo y algo de acuerdo. Este pasado 29 de junio, un 74% se mostraba a favor de la adopción entre parejas del mismo sexo; y para un 88% “lo realmente importante para un niño es poder crecer en un ambiente de cariño y protección y da igual que se lo proporcione una pareja formada por un hombre y una mujer que una pareja formada por personas del mismo sexo, o incluso por una sola persona”, según la última encuesta de Metroscopia.
“Es un espaldarazo a la visibilidad. Si apareces con un Libro de Familia, todas las puertas se abren”, mantiene la periodista Carmen López, casada en 2008 con otra mujer y recién divorciada. “El matrimonio nos ha servido para no dar explicaciones a nadie”. Carmen, de 46 años, vive en Madrid con Mario, su hijo, y no recuerda haber tenido ninguna experiencia discriminatoria, ni tampoco con el niño, que es el único hijo de dos madres en su colegio público. “Más bien al contrario, hay discriminación positiva. Aunque la casuística es diferente, no todas las familias homoparentales han experimentado lo mismo, pero yo creo que la gente tiene mucho cuidado, es una percepción”. La invisibilidad persiste en algo muy concreto, comenta divertida; “No hago más que tachar de los formularios la casilla de padre. El papeleo, 10 años después, no se ha adaptado”.
Una de las cuestiones más debatidas cuando la ley se tramitaba fue el asunto de la adopción, la capacidad de las parejas gais o lesbianas para educar a los niños. Fue cuestionada por los sectores más conservadores, pese a que el cuerpo académico había bendecido su pertinencia. Los hijos criados por dos padres o dos madres crecen con la misma normalidad que los conviven con una pareja heterosexual. “El matrimonio igualitario ha supuesto algo de muy largo alcance, y ha sido muy pedagógico y educativo para la sociedad”, dice Isabel Gómez, ex presidenta de la Asociación de Familias Homoparentales (Galehi) y madre de dos niñas. “Cuando empezamos a tener hijos sufríamos mucho miedo a la lesbofobia, y también a que, al llevar el niño al colegio, le señalaran por tener dos madres, pero esos miedos no han tenido reflejo real, según los resultados de muchísimos estudios de los que hemos sido objeto”.
Estas investigaciones han mostrado que las familias homoparentales están integradas en la sociedad con redes importantes tanto de amigos como de sus familias de origen (Mar González y María Ángeles Sánchez). Y que la aprobación de la ley ha supuesto que se dispare la visibilización ante la sociedad, además de un nivel superior de felicidad (Mar González y otros, 2013).
Las principales preocupaciones de las familias homoparentales son que se rechace a sus hijos en el colegio o que no hagan amigos, según una investigación de Enrique Arranz y otros publicada en 2010. “Pero lo que experimentan son grados de aceptación muy buenos, y ellos tienen una vivencia de género más flexible”, continúa Gómez, coportavoz de la FELGBT. “La familia en sí misma es muy tradicional, y con gais y lesbianas se normaliza y visibliza, es un elemento vehiculador de la diversidad como una riqueza social”. Esa percepción ha cambiado, ahora un 82% cree que en la adopción y a la hora de determinar qué es lo mejor para el menor, no debe influir en absoluto la orientación sexual de los adoptantes, según Metroscopia.
¿Ha ido todo bien? La ley peligró por el recurso del PP ante el Tribunal Constitucional, que intentó frenarla. Pero en 2012 los magistrados emitieron su voto: una mayoría absoluta del pleno, compuesto por 11 de los 12 magistrados que integran el Tribunal Constitucional, avaló la norma. También se tropezaron con concejales, alcaldes o jueces (pocos) que pusieron trabas o alimentaron la intolerancia. En junio de 2005, el catedrático de Psicopatología Aquilino Polaino fue uno de los expertos llamados por el PP a la Comisión de Justicia del Senado, que estudiaba la ley de matrimonio gay. Sus declaraciones hoy podrían ser sacadas de la hemeroteca como símbolo vetusto de lo que ya no existe: “Se les puede ayudar con terapia reparativa. Aunque se haya desclasificado [como enfermedad] no quiere decir que no haya trastornos", afirmó. El portavoz del PP, Agustín Conde, le contestó: "Usted nos ha descrito perfectamente la psicopatología de la homosexualidad".
Quedan señales de homofobia, violentas también, como el ataque que sufrieron Nacho Domínguez y sus tres amigos la madrugada del 26 de abril, cuando bajaban la calle de Montera agarrados del brazo de camino de una discoteca, “Dos chicos se cruzaron con nosotros, se volvieron y nos gritaron ‘¡Maricones de mierda!'. Luego se nos echaron encima y a uno del grupo le dieron un golpe en el cuello y en el pecho, un tortazo. Y se largaron”, cuenta Nacho, de 23 años, estudiante de Antropología. Se lo contaron a una patrulla del Cuerpo Nacional de Policía que estaba por allí y los agentes se ofrecieron a buscar a los dos agresores, “que parecían jóvenes de nuestra misma edad volviendo a casa después de salir de fiesta, no tenían aspecto de skinheads o algo así”. Nacho y sus amigos pensaron que la cosa quedaría ahí y decidieron seguir de fiesta. “Giramos una calle y nos los volvimos a encontrar. Al mismo chico le golpearon en la mandíbula y en el cráneo”. Esta vez se acercaron a la Policía Municipal, que localizó a los violentos, les identificó y les dejó ir. “Nos dijeron que no podían detenerlos, que teníamos que ir a comisaría a denunciar. Luego supimos que la agresión figuraba en el parte como 'reyerta o pelea en la calle". Hubo una tercera agresión, que acabó con los chicos en Urgencias y denuncia en comisaría.
La mayor parte (un 39,9%) de los 1.285 delitos de odio registrados en 2014 en España fueron contra homosexuales, lesbianas o transexuales por encima de las vejaciones racistas o contra discapacitados, que son las siguientes en frecuencia. “Y calculamos que solo se denuncia un 20%”, dice Rubén López, también vocal de delitos de odio de la asociación Arcópoli, “porque implica visibilizarse o porque no se tiene confianza en la policía”.
Efectivamente, un estudio paneuropeo que entrevistó a casi 100.000 gais, lesbianas, transexuales y bisexuales en 2012 así lo manifiesta. Solo un 22% denunciaron episodios de violencia grave. La mitad de los que no acudieron a comisaría argumentaban que no tenía confianza en la policía y un 29% temía una reacción homófoba de los cuerpos de seguridad. Ese mismo estudio reveló que el 38% de los encuestados en España se había sentido discriminado o vejado durante el año anterior, una cifra por debajo de la media de la UE (47%) y que se sitúa en parámetros similares a los países más avanzados en igualdad (Holanda o Bélgica, que también tienen matrimonio igualitario).
Emilio Menéndez, el primer gay que se casó, dice que aún queda mucho camino por recorrer para la igualdad: “En educación, sobre todo”, asegura, “para que los niños no tengan que pasar el infierno de convivir en el colegio con compañeros que les maltratan y les insultan”. En la macroencuesta europea, nueve de cada 10 personas LGBT españolas habían sido testigos durante sus años escolares de afrentas a algún compañero por ser gay o lesbiana. La misma proporción se da de media en el resto de la Unión Europea. Por ello, dos de cada tres habían ocultado siempre o a veces su orientación sexual.
Junio de 2015
Rubén López ayuda a cubrir una papelera de la plaza de Chueca con una bandera gay para asentar allí el libro de condolencias por el fallecimiento del gran impulsor del matrimonio igualitario, Pedro Zerolo. Tiene 35 años, trabaja como ingeniero, se ha casado y también es activista en la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGBT). Cree que la igualdad legal ha servido de mucho. “Nos han hecho creer en nosotros mismos”.
Julia Sevillano acude con su esposa a Hacienda para hacer la declaración de la Renta. La funcionaria las mira. “Estáis casadas, ¿no?”. Y ni levanta la ceja. “Este país estaba totalmente preparado para esto. Se ha asumido como un derecho justo y necesario”, reflexiona ella, “y desde la aprobación de la ley ha cambiado muchísimo para bien. Yo, que tengo media familia francesa. he visto lo duro que ha sido allí, cuando pensábamos que era un lugar muy avanzado”.
Moisés tiene la cabeza dividida entre una oposición y los preparativos de su boda, el próximo mes de septiembre. Se va a casar “por simbolismo, por amor y por dar una cobertura legal a los niños que queremos tener”, dice. La boda y el proyecto de paternidad ha tenido una efecto catalizador en el padre de su novio, José, que ha pasado en un año de rechazar de plano la homosexualidad de su hijo a avalar el crédito para los gastos de la gestación subrogada en Estados Unidos. “El matrimonio no es opinable”, dice Moisés, emocionado, “tiene un efecto muy normalizador”.
Emilio Menéndez ha cumplido los 60. Ha encanecido y en su casa, además de su marido también vive un chihuahua. Lee en algún sitio que España es el país más tolerante del mundo con los homosexuales. “La ley del matrimonio igualitario ha hecho muchísimo no solo por nosotros sino por todos los españoles. Por su libertad”.
Hace 10 años, un presidente del Gobierno aseveraba: “Detrás vendrán otros muchos países impulsados por dos fuerzas imparables, la libertad y la igualdad”. Acertó. Hoy, casarse es legal para gais y lesbianas en 19 naciones. Ese presidente concluía su discurso con esta cita del poeta griego homosexual Constantino Kavafis: “Más tarde, en una sociedad más perfecta, algún otro, hecho como yo, ciertamente surgirá y actuará libremente”.
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