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UN AÑO DE LA ABDICACIÓN DE JUAN CARLOS I
Columna
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Felipe, el Rey prudente

La consolidación de la monarquía pasará por la consulta popular La antorcha está a punto de pasar a la generación de los que tienen 40 años

Francisco G. Basterra
El rey Juan Carlos I y su hijo Felipe VI en el acto de abdicación del 18 de junio en el Palacio Real.
El rey Juan Carlos I y su hijo Felipe VI en el acto de abdicación del 18 de junio en el Palacio Real.JUAN MEDINA (REUTERS)

Hace unos días, el joven Rey Felipe me comentaba lo rápido que se le había pasado el primer año de su reinado. “Casi sin darme cuenta”. Un año fulgurante para los españoles, posiblemente los doce meses más importantes desde 1982, en los que la Monarquía, una institución incomprensible desde la razón pura, se ha renovado dejando al resto de instituciones —desde los partidos políticos a las cúpulas empresariales, al establishment— envejecidos. Corroídos por la misma fatiga de los metales que hizo imposible la continuidad del anterior reinado. Partidos nuevos y líderes emergentes aspiran a un cambio profundo, no a la mera sustitución de lo existente. La renovación generacional en la Jefatura del Estado producida por la abdicación del rey Juan Carlos en su hijo abrió las compuertas de una nueva época en la historia de España.

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Las elecciones del pasado día 24 de mayo confirmaron que el Gobierno de la mayoría absoluta en el parlamento está desnudo en la sociedad; lo precario también del partido socialista, que necesita apuntalamiento, precisamente de la fuerza que quiere arrebatarle la primacía de la izquierda. La antorcha está a punto de pasar a la generación de los hombres y mujeres que están en los cuarenta años, incluso raspados. Felipe VI, 47 años, pertenece a esa generación. Reina, pero no gobierna, sobre media España para la que la transición y la Constitución de 1978 son solo una página de la historia. Este escenario de exigencia de cambio y purificación de las instituciones es el que transita el nuevo rey y en el que deberá moverse en el futuro.

Su definición más clara se producirá tras las elecciones generales de finales de año. El bipartidismo imperfecto que ha sostenido a la monarquía tiende a debilitarse en beneficio de nuevos protagonistas, que no ven tan favorablemente la forma de Gobierno que nos dimos con la actual Constitución. El buque de los dos partidos hasta ahora turnantes ya no es un acorazado, está tocado, pero no hundido. La nueva agenda de cambios de calado, incluido el constitucional, tanto tiempo represada por el PP, con el añadido del contencioso de Cataluña, deberá ser afrontada por Felipe VI en el segundo año del reinado. El Jefe del Estado es el símbolo constitucional de la unidad y permanencia de España. El nuevo Rey ha sido prudente en el Año I, preocupado sobre todo de no cometer ningún error importante. Lo ha logrado. Se ha prodigado en gestos hacia nuevos sectores sociales; ha redoblado los contactos con gente de su generación; se le ha visto poco en encuentros con banqueros y empresarios, que tenían rodeado a su padre. Se ha presentado en el exterior.

La antorcha está a punto de pasar a la generación de los que tienen 40 años

Le ha bastado con proyectar una imagen opuesta a don Juan Carlos. La reina Letizia, muy cambiada, le está ayudando y se ha convertido contra muchos pronósticos en una baza importante para el reinado que comienza y augura una mayor sintonía con la sociedad en gestación. Felipe sigue siendo sin embargo una gran incógnita, su pensamiento es hermético sobre los grandes problemas nacionales. No ha descendido de la promesa de la monarquía renovada para un tiempo nuevo. Cuenta con escasas herramientas. La Constitución concede al rey un juego delimitado al arbitrio y moderación del funcionamiento de las instituciones.

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A Felipe VI pronto se le acabará sin embargo la gasolina de que es diferente o incluso opuesto a su padre. Sabe que el felipismo no puede sustituir al juancarlismo, que hizo crisis en la etapa final del anterior reinado. Su misión histórica es asentar la monarquía, que se convierta en algo que forma parte del paisaje, como ocurre en Gran Bretaña. Pronto, tras las próximas elecciones, tendrá que reafirmarse y ser visto como el rey de todos los españoles, incluso de los que quieren acabar con muchas cosas y alarman a los sectores más inmovilistas.

Además de escuchar y atender a los nuevos interlocutores, debiera fijarse un gran objetivo que daría sentido a su reinado. Impulsar un pacto intergeneracional que permita a las nuevas generaciones soldarse con las que propiciaron la España democrática que disfrutamos, para avanzar conjuntamente sin construir desde cero. Y un paso más, la consolidación de la monarquía pasará por someterla a consulta popular, a la voluntad de los que nacieron tras la muerte de Franco. A los que la Transición les suena tan historia como las guerras carlistas. Sería entonces Felipe VI, el rey prudente ma non troppo.

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