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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Mone/Pablo: cambio de rumbo

Monedero y Iglesias tenían orígenes comunes, pero que en el orden personal y político sus diferencias eran claras

Antonio Elorza

Cuando me han preguntado sobre el grupo dirigente de Podemos, siempre he respondido que Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias tenían orígenes comunes, en la juventud comunista insatisfecha del fin de siglo, preferencias doctrinales comunes, como el sociólogo portugués Boaventura dos Santos, pero que en el orden personal y político sus diferencias eran claras.

Conocí mejor a Monedero, muy buen estudiante y orientado desde muy pronto hacia la militancia y el liderazgo. Una vez tuvo un esguince y se desplazaba por la Facultad apoyándose en los hombros de dos colegas. “Te falta ir sobre el escudo para ser Abraracúrcix”, le dije. Nuestra relación fue siempre franca, incluso al disentir sobre el chavismo. “¿Qué hay, socialdemócrata?”, me increpó sonriendo. “¿Cuándo le compras los plátanos a tu gorila?”, respondí. “Mone”, como le llamaban sus amigos/as, me recordó siempre a un personaje de Doctor Zhivago, el novio bolchevique de Lara, fijo en sus ideas de oposición a un sistema económico y político que detestaba. Con un punto de antidemocracia, como su padre. La vinculación con Chávez le permitió dar con la fórmula: frente a la democracia representativa, el imperialismo y las oligarquías: el “empoderamiento” del pueblo, bajo la dirección de un líder carismático. Había que empezar desde abajo y de ahí nació Contrapoder, semilla de Podemos que fructificó al capitalizar electoralmente el Gran Rechazo que encarnaran los indignados.

Hasta el verano, la trayectoria política de Pablo Iglesias, convertido por los medios en el Líder deseado, se ajustaba al esquema anterior.

A pesar del antecedente de mi amistad con su abuelo, un entrañable besteirista, nuestra relación fue siempre fría. No se comprometió para nada en cuestiones académicas: el hoy decano era su patrón. Contó siempre el poder. Si Monedero era radical, Iglesias era ambicioso, y con una preocupante propensión a la violencia, desde sus consejos iniciales para las movilizaciones antiglobalización a justificar los ataques de Contrapoder a los conferenciantes demócratas. Ahí está su elogio de Robespierre y de la guillotina. Todo cuidadosamente olvidado.

Ante el descrédito de los grandes partidos, con Podemos subiendo en flecha, todo auguraba el éxito en las elecciones generales de noviembre, bajo la guía de un caudillo civil que había conseguido introducir un movimiento de masas aparentemente espontáneo en un molde leninista, mediante un manejo de la red importado del 5 Estrellas italiano. Solo que había que parar en estaciones intermedias, dos procesos electorales donde era ineludible afrontar una realidad política plural, con el desgaste consiguiente. Chávez pasó a ser un lastre para el montaje populista de Errejón, inspirado en Laclau, como de hecho lo era ya Monedero, y hubo que limar las aristas del programa. Si PSOE y PP eran la misma casta, ¿cómo pactar con aquél? Si cargarse al régimen de 1978 o atacar la deuda como antes no respondía a un destinatario interclasista, ¿cómo evitar la imagen grouchomarxista del “tengo unos principios, pero si no le gustan, tengo otros”? La habilidad retórica de Iglesias le permitía salvar todos los obstáculos, pero no el disentimiento del fundador que necesariamente había de estallar. Y estalló.

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