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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mariavelismo

Rajoy cuenta con un contundente relato, que quizá le permita ganar las elecciones

Enrique Gil Calvo
Mariano Rajoy, en una imagen de archivo.
Mariano Rajoy, en una imagen de archivo. Bernardo Pérez

Es un lugar común sostener que Mariano Rajoy carece de liderazgo, ya que según sus críticos no gobernaría tanto por acción como por omisión, por inhibición o por indecisión. Es el llamado marianismo. Ahora bien, como sabemos por Steven Lukes, el no tomar decisiones es también una forma de ejercer el poder, que incluso puede llegar a ser bastante eficaz, en la medida en que logre alcanzar con éxito sus objetivos últimos. Es el estilo minimalista que caracteriza al liberalismo conservador: laissez faire, laissez passer. Algo que repugna al activismo neoliberal de la revolución neocon. Pero que sin embargo le ha permitido al presidente del PP (el Partido de los Propietarios) defender satisfactoriamente los intereses de sus votantes: las clases medias-medias y medias-altas españolas, que ya han logrado superar la crisis con su patrimonio recuperado e incluso ampliado.

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De modo que, en realidad, en lugar de marianismo deberíamos hablar de mariavelismo, si se me permite esta contracción del prefijo mariano con el maquiavelismo que define la habilidad pragmática para ejercer el poder con éxito: el fin justifica los medios. Y una muestra de este maquiavelismo marianista la hemos tenido esta Semana Santa, con lo que se vino a llamar la conjura de Viernes Santo. Ante el descalabro del PP en las elecciones andaluzas, se esperaba que su presidente diera la cara, realizase una autocrítica y fijase responsabilidades. Incluso se hizo creer, quizá porque así se filtró, que sustituiría a la secretaria general del partido para recuperar mayor eficacia política en las próximas elecciones. Pero en lugar de eso lo que se produjo fue una agria fractura política entre cospedales, sorayos y arenistas. Por tanto, durante los días de pasión ya nadie hablaba del fracaso andaluz sino de la cruenta lucha por el poder en la cima del partido. Pero finalmente llegó el martes de pascua y no hubo nada. Rajoy se lavó las manos como Poncio Pilatos y todo siguió exactamente igual. Con un claro vencedor, evidentemente: divide et impera.

¿Quiere decir todo esto que el presidente del Gobierno y del PP ganará las próximas elecciones? Pues probablemente sí. Algunos creen que Rajoy no tiene relato pero sucede exactamente al revés, pues lo que siempre nos cuenta es una historia de éxito: misión cumplida. A fuerza de recortes y más recortes (el fin justifica los medios), he logrado vencer a la crisis. Así que si incumplí mi programa fue para cumplir con mi deber. Un relato increíble para millones de parados y empleados precarios, pero muy verosímil para la mayoría de clase media que ha recuperado su nivel de consumo y estilo de vida.

De modo que Rajoy cuenta con un contundente relato, que quizá le permita ganar las elecciones. Pero le falta todo lo demás, pues no tiene ethos ni pathos. Su mariavelismo es tan minimalista que resulta incapaz de sintonizar con sus electores. Nadie puede pensar que es uno de los nuestros y nadie se conmueve o se impresiona por sus palabras. De ahí que, en el ranking internacional de popularidad de los jefes de Gobierno que registra la revista El Molinillo (órgano de la Asociación de Comunicación Política), Rajoy puntúa siempre el más bajo desde hace tres años. Por lo tanto, es posible que gane las elecciones. Pero será por la mínima y difícilmente podrá gobernar, si no encuentra nadie dispuesto a apoyarle. Y eso sería morir de éxito.

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