Los Eurofighter españoles enseñan los dientes a Rusia
“No estamos aquí para generar problemas, sino para evitarlos”, dice Morenés en Estonia
De Morón de la Frontera (Sevilla) a Amari (Estonia), más de 3.200 kilómetros y al menos 30 grados de diferencia. Los 15 bajo cero del invierno estonio no han hecho mella en los cuatro cazas Eurofighter del Grupo 11 del Ejército del Aire que, desde el pasado 1 de enero y hasta el 4 de mayo, vigilan el espacio aéreo de las repúblicas bálticas. Hasta ahora, solo una salida ha tenido que cancelarse por avería, de las más de 108 realizadas, y, con casi 200 horas de vuelo, los aviones responden “mejor de lo que esperábamos”, presume el teniente coronel Enrique Fernández Ambel, al frente de los 115 militares del destacamento Ambar.
Si en Ucrania se libra una guerra caliente por vía interpuesta (ni Kiev forma parte de la Alianza Atlántica ni Rusia reconoce la presencia de sus tropas en el bando separatista), en las gélidas aguas del Báltico los antiguos adversarios de la Guerra Fría se miran directamente a los ojos, y se enseñan los dientes, desde solo 300 metros. Esa es la distancia que separa a los cazas españoles de los aviones rusos cuando los interceptan.
Hasta ahora ha sucedido en media docena de ocasiones. Se trata de aeronaves de transporte, Ilyhusin o Antonov, algunas modificadas para misiones de espionaje o guerra electrónica, que cubren el trayecto entre San Petesburgo y el enclave ruso de Kaliningrado, encajonado entre Lituania y Polonia. Ninguno ha violado el espacio aéreo estonio. Se limitan a sobrevolar aguas internacionales, pero hacen caso omiso de las normas de navegación aérea: no comunican su plan de vuelo, llevan apagado el traspondedor que permitiría identificarlos y no contestan a los requerimientos por radio. Los cazas españoles, siguiendo órdenes del Centro de Operaciones Aéreas Combinadas (CAOC) de la OTAN en Uedem (Alemania), se aproximan para reconocerlos visualmente y escoltarlos fuera de su zona de responsabilidad. Un gesto tan cortés como disuasorio. El momento más tenso, reconoce el comandante Eladio Daniel Leal, es cuando suena la alarma y “no sabes a quién vas a encontrarte ni cómo va a reaccionar”.
Desde 2004, la OTAN suple la falta de aviones de combate de las repúblicas bálticas con relevos entre sus demás socios (España ya tuvo cuatro F-1 en Lituania en 2006), pero la crisis de Ucrania ha llevado a reforzar el despliegue y, actualmente, además de los EF-2000 españoles, hay cazas italianos, polacos y belgas en bases de Lituania y Polonia. Los destacamentos se turnan en alerta por semanas alternas, una fría y otra caliente, y en esta última dos aviones están siempre listos para volar en 30 minutos como máximo. Con todo su armamento de batalla aire-aire.
Es una guerra de nervios, en la que cualquier error puede provocar una catástrofe. Según datos de la Alianza Atlántica, en 2014 se produjeron más de 400 interceptaciones de aviones rusos, un 50% más que en 2013. Y el Kremlin es cada vez más audaz. Dos cazabombarderos rusos Tupolev 95 se colaron en enero hasta el Canal de la Mancha, haciendo salir a su encuentro a cazas británicos y franceses. El Gobierno noruego divulgó el pasado 2 de diciembre un vídeo que mostraba como uno de sus F-16 estuvo a punto de colisionar con un caza ruso. El mayor riesgo es que un avión comercial se vea envuelto en estos juegos de guerra.
El ministro de Defensa, Pedro Morenés, que hoy ha visitado al destacamento español en Amari, a 40 kilómetros de la capital estonia, rechaza que el despliegue español en el Báltico suponga un gesto de hostilidad hacia Rusia. “No estamos aquí para generar problemas, sino para evitarlos”, ha proclamado. El despliegue de los cuatro Eurofighter, que cuesta unos nueve millones de euros, se repetirá el año que viene, como una muestra de “la solidaridad de los países del sur [de la OTAN] hacia los del norte”. Una solidaridad que España espera ver correspondida, si llega el caso, ante el implacable avance del imperio del terror del Estado islámico en la caliente ribera sur del Mediterráneo.
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