¿Es más fácil que Cataluña se independice o que España se reforme?
EL PAÍS inicia una serie en la que se analizan las posiciones políticas dispares en torno al independentismo y si hay cabida para reagruparlas alrededor de un proyecto compartido
Seguir como estamos ya no es posible. No hacer nada ha dejado de ser una opción. Tenemos a buena parte de los catalanes y vascos pidiendo irse de España, un modelo territorial de autonomía “insolidaria, no integrada y poco eficaz”, en palabras del constitucionalista Eliseo Aja, y un sistema político que está pidiendo a gritos su regeneración. El Gobierno central puede esperar a que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, se ahorque con su propia corbata soberanista o confiar en que los procesos independentistas se pudran por sí solos, pero si la herida continúa desgarrándose, la ruptura llegará y será traumática y dolorosa para todos. Salvar la situación catalana puede darle a España la oportunidad de acometer las reformas pendientes y reagrupar las voluntades ciudadanas en torno a un renovado proyecto compartido. Estos vienen a ser los planteamientos de una veintena de catalanes distinguidos en las áreas del pensamiento, la empresa y los movimientos sociales.
"Hay gente que se molesta al oír el catalán, como si hablar nuestra lengua materna fueran ganas de fastidiar"
En mayor o menor grado y desde posiciones políticas dispares, todos ellos participan de la idea de que el problema catalán no está siendo bien leído y tratado. Una cuestión clave a considerar es si los catalanes independentistas de nuevo cuño, que superan en número a los tradicionales, quieren irse de España o de esta España.
On ets, Espanya? — No et veig enlloc.
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua — que et parla entre perills?
Has desaprès d’entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!
(¿Dónde estás, España, dónde que no te veo? / ¿No oyes mi voz atronadora? / ¿No comprendes esta lengua que entre peligros te habla? / ¿A tus hijos no sabes ya entender? / ¡Adiós, España!)
Es como si buena parte de los catalanes recitara hoy esta estrofa del poema “Oda a España” con las que Joan Maragall, abuelo de los políticos Pasqual y Ernest Maragall, repudió la España oficial centralista, dictatorial, oligárquica y subdesarrollada de 1898. “Hay una desconexión psicológica. Este no es nuestro Estado y nos queremos ir. Cuando Madrid dice que Cataluña independiente será más pobre, la gente se echa a reír. Podremos ser socios, pero no otra cosa. Muchos hacemos zapping cuando Rajoy o el PSOE salen en la televisión, como si nos hablaran de otro país”, recalca Lluis Ferran Requejo, catedrático de Políticas de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y uno de los ideólogos de peso en el independentismo catalán.
España como problema de Cataluña y Cataluña como problema de España: la eterna cuestión del viejo solar hispano. Solo que ahora la minoría independentista ejerce una hegemonía política y social abrumadora, ha sacado a la calle a un millón de personas y puede convertirse en mayoría. ¿Cómo se explica que el apoyo a la secesión se haya duplicado en los últimos dos años hasta llegar al 45%? ¿Qué ha ocurrido para que el partido de las élites económicas, Convergencia i Unió, apueste por el independentismo? “Los nacionalismos han cubierto sus reivindicaciones y ya solo les queda la independencia. Ahora, esa es una apuesta mucho menos arriesgada que cuando el Estado soberano necesitaba ejército, moneda propia, etc., porque les bastaría con ponerse bajo el paraguas de la UE”, explica Eliseo Aja.
El muro de incomunicación-incomprensión se refuerza día a día a ambos lados del Ebro, mientras en la sociedad catalana se levantan las tapias del encasillamiento y el gran taller institucional de fabricación de agravios reales o inventados trabaja a pleno rendimiento cultivando el victimismo colectivo y agigantando las diferencias con esa Madrid-España vista como unidad simbiótica, distante y ajena. Se diría que el aserto de Ortega y Gasset “lo que nos pasó y nos pasa a los españoles es que no sabemos lo que nos pasa” sigue vigente. “Existe incomprensión y desconocimiento por ambas partes, pero creo que más por parte de España respecto a Cataluña que al revés. Hay gente que se molesta al oír el catalán, como si hablar nuestra lengua materna fueran ganas de fastidiar. Lo que era solución hace unos años ya no lo es. Ahora se quiere disponer de los instrumentos propios de un Estado para defender la identidad y el futuro. También los Estados nacen, crecen, se desarrollan y mueren”, indica Enoch Albertí, decano de Derecho de la Universidad de Barcelona.
Antes de colocarle el RIP lapidario al Estado español y de dar por sepultados siglos de convivencia —de “conllevanza”, que decía Ortega—, conviene tener en cuenta que la fortaleza mayor de la sociedad catalana es precisamente su pluralidad interna. A falta de organización, liderazgo y discurso que encauce y defienda argumentalmente sus posiciones —no hay un Better Together catalán, tan solo pequeñas asociaciones cívicas—, esa ha sido el auténtico rompeolas de la población no nacionalista a lo largo de estos dos años de intensa movilización y agitación institucional y callejera. “Después del sucedáneo de consulta del 9-N, en el que el soberanismo ha descubierto que no tiene la mayoría suficiente, hemos pasado de la fase del engaño y el autoengaño a la del desengaño. Los políticos hicieron creer a la gente que en dos años habría referendo, ganaría el independentismo y lo negociarían con España y la UE”, resume Enric Fossas, catedrático de Derecho Constitucional por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Ahora que la marea soberanista entra en reflujo —imposible mantener movilizada tanto tiempo a tanta gente— y se da un respiro pensado en las elecciones “plebiscitarias” del 27 de septiembre, muchas miradas se vuelven hacia el Gobierno central reclamando un gesto, una iniciativa, un punto de apoyo que devuelva la confianza y permita soslayar el encontronazo. Hoy, como ayer, el Ejecutivo del PP sigue sin dar señales y es como si España y Cataluña emitieran en distinta longitud de onda, como si vivieran en planos separados. En contraste con ese silencio, el campo de las élites profesionales, académicas y empresariales catalanas no independentistas, desde Guanyem a Uniò y desde La Caixa a las multinacionales, bulle de inquietudes y propuestas: federalismo, cooperativismo asimétrico, autodeterminación, confederación…, a la búsqueda de un mejor asiento para el corazón, la cartera y la cabeza de Cataluña en el Estado.
La crisis económica ha abierto a la secesión
La mayoría de los entrevistados para este reportaje piensa que, con reformas constitucional y estatutaria de por medio o sin ellas, la solución pasa ya, a estas alturas, por un referendo pactado, decisorio y de ámbito catalán, pese a lo empobrecedor de la opción binaria del sí o no y al peligro de ahondar en la división social. No hay fractura, pero sí una grieta que altera actitudes y comportamientos: “Ha surgido un factor de división entre nosotros”, “hemos dejado de salir a cenar con unos amigos para no amargarnos la noche” o “en casa y en el trabajo, hemos optado por no hablar del tema”.
Dada la situación, puede que la “conllevanza” orteguiana exija hoy la ruptura de esquemas mentales, la sustitución de la visión radial del Estado por una reticular en la que sus instituciones no tengan por qué estar necesariamente concentradas en la capital de España. ¿Resultaría escandaloso que, por ejemplo, el Senado se encontrara en Barcelona, el Tribunal Constitucional en Sevilla y la política industrial se dirigiera desde Bilbao? “La Constitución se elaboró sin saber cuántas autonomías iba a haber. De ahí, que hayamos desarrollado este perverso sistema en el que la relación y el enfrentamiento se produce de forma bilateral, con el Gobierno central. La posible salida de Cataluña es una cuestión de Estado que afectaría a todos, perjudicaría a unas autonomías y beneficiaría a otras y, sin embargo, no hablan de nada de eso”, destaca Eliseo Aja.
La fortaleza de la sociedad catalana es precisamente su pluralidad interna
La situación catalana ha llegado a este punto crítico por la senda del aventurerismo y la irresponsabilidad política, pero gracias a que la crisis económica ha abierto a la secesión una ventana de oportunidad. “La crisis hace que muchos se aferren a la ilusión de un país nuevo. Hay una presión institucional tan intensa que los que no están de acuerdo se ponen de perfil. Los independentistas venden humo,pero es que los otros no venden nada”, comenta Xavier Pons, catedrático de Derecho Internacional por la Universidad de Barcelona. Y es que el soberanismo se ha convertido para muchos damnificados de la crisis en la utopía de sustitución del momento. El resultado es que una propuesta tan extrema y trascendental como la fractura, externa e interna, de un país, una sociedad, ha pasado a ser moneda corriente.
“Desde la concepción tradicional de la política es difícil entender este estallido independentista porque, efectivamente, optar por la secesión no es como sacarse la tarjeta de El Corte Inglés, pero vivimos en el tiempo de lo espectacular, la volatilidad, la banalización y, por lo visto, uno puede hacerse independentista en cuatro días. Claro que, por lo mismo, también puede dejar de serlo en otros cuatro”, explica el filósofo Manuel Cruz. Según eso, los independentistas sobrevenidos podrían desandar sus pasos si encontraran una alternativa más atractiva. Los nacionalistas llevan tiempo predicando que los problemas económicos y sociales desaparecerán con la independencia. Cuelgan de las ventanas de las ciudades pancartas que abundan en la idea de que con la separación los catalanes serán no solo más libres y ricos, sino también más solidarios, feministas, ecologistas, innovadores, justos, demócratas… ¿Cabría añadir “peores españoles” y, por lo tanto, “mejores ciudadanos”?
“Las personas tienden a vivir los errores y defectos propios como circunstanciales mientras que los ajenos se perciben como fallos del carácter e inherentes a ‘los otros’. Este es un sesgo universal. Como en cualquier grupo humano con claro sentimiento de pertenencia, la ciudadanía catalana de fuerte conciencia identitaria vive los errores propios (mala gestión, corrupción) como circunstanciales y los ajenos equivalentes como intrínsecos y propios del Estado español”, indica Sara Berbel, doctora en Psicología Social. Hasta el punto de que la corrupción destapada en Cataluña con el caso Pujol y otros ha sido atribuida públicamente a “tantos siglos de colonización española”.
Financiada por las instituciones catalanas y las aportaciones voluntarias de miles de ciudadanos, la película L’Endemà (Al día siguiente) de Isona Passola, emitida en la televisión autonómica TV3 en horario de máxima audiencia, se ciñe a la interesada y equívoca estampa de la pareja mal avenida para explicar la necesidad de la ruptura. España es representada por un novio machista, autoritario e irresponsable que se niega a conceder la separación a una Cataluña moderna, racional y con visión de futuro. El filme, una muestra de xenofobia blanda adobada en buena conciencia, recoge parte de los falsos tópicos-prejuicios sobre España y los españoles, como que Cataluña trabaja para que los andaluces se pasen la vida en el bar, que los otros niños españoles tienen un ordenador para cada uno en las aulas, y que los catalanes son los únicos forzados a pagar los peajes de las autopistas. “Se está construyendo un enemigo”, advierte Astrid Barrio, doctora en Ciencias Políticas y autora de una tesis doctoral en la que se explica el giro independentista de CiU por la llegada a la cúpula de ese partido de las antiguas juventudes nacionalistas más radicalizadas.
La corrupción se atribuye a siglos de colonización española, dice Berbel
“La sociedad catalana no es xenófoba, particularmente en el área metropolitana de Barcelona donde abundan parejas catalano-andaluzas. El déficit de infraestructuras ha creado un sentimiento de injusticia que va cuajando y alimentando la causa independentista”, subraya Miquel Valls, presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona. Los peajes, prácticamente insoslayables, en torno a esta ciudad aportan gas a la caldera del agravio hasta el punto de que hay quienes abren con este asunto la lista de razones que justificarían la independencia.
Aunque el nacionalismo parece tener ganada la batalla del supuesto maltrato financiero a Cataluña, digan lo que digan los técnicos de la Administración y los expertos de la contraparte, flota en el ambiente la sensación de desproporcionalidad y falta de correspondencia entre el fundamento y peso de las afrentas e injusticias que se aducen y la opción rupturista, incluso cuando desde la frivolidad o la ingenuidad se expone la independencia como algo perfectamente al alcance, sujeto tan solo a la buena voluntad de las partes. El nacionalismo sostiene que es más fácil que Cataluña se independice de España que España se reforme. Es una interpelación, un órdago implícito, un dilema a considerar.
“Los independentistas venden humo, pero los otros no venden nada”, según Pons
Nueve años después de su “adiós” a España, el poeta Joan Maragall publicó un artículo titulado “Visca Espanya!” en el que defendía que el verdadero patriotismo español pasaba por la descentralización. Decía que España no debía vivir “arrastrándose por los caminos provincianos del caciquismo” ni “agarrotada en las ligaduras de un uniformismo que es contrario a su naturaleza” (…) que debía “vivir en la libertad de sus pueblos” (…) “para rehacer todos juntos una España viva”.
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