Un partido como la boca del lobo
El PSM ha estado sometido desde su fundación a una continua pelea interna, solo sofocada con componendas, dimisiones y también con luchas cainitas
José Luis Rodríguez Zapatero se lo pidió. Alfredo Pérez Rubalcaba maniobró. Pero fue Pedro Sánchez el secretario general que lo derribó. Tomás Gómez recordará la mañana del 11 de febrero como aquella en que, tras cinco años de desencuentros (y desafíos) con el PSOE federal, fue descabalgado de la cúpula del Partido Socialista de Madrid a la que llegó franco en 2007. Otro caído para la historia de este partido en la capital de España, acostumbrado a la lucha interna, al mal rollo y a la componenda desde que el tipógrafo Pablo Iglesias fundó el 2 de mayo de 1879 la Agrupación Socialista Madrileña. Una historia cargada de cadáveres políticos, que se repite y revuelve como el chotis.
Los socialistas estrenaron su relación en democracia con Madrid de una manera dulce. Pero en 1979 —cuando Tomás Gómez tenía 11 años, Pedro Sánchez siete, y Enrique Tierno Galván era alcalde de Madrid—, la que entonces se llamaba Federación Socialista Madrileña se enfrascó en su primera crisis interna en democracia. La pelea acabó con la destitución del secretario general, Alonso Puerta, quien fue sustituido por un concejal llamado Joaquín Leguina en el liderato de la entonces llamada Federación Socialista Madrileña (FSM), que procedía de la Agrupación Socialista Madrileña (la de Pablo Iglesias) y que hoy es el Partido Socialista Madrileño (PSM).
Leguina, quien fue presidente de la Comunidad de Madrid (de 1983 a 1995), se las vio y deseó para mantener en paz al partido madrileño durante once años. Las componendas que tuvo que hacer con las distintas familias del partido se urdían en lo que entonces se llamó la mesa camilla, un vórtice de negociación y pacto a la que se sentaban el propio Leguina y dos viejos pesos pesados: José Acosta (presidente del partido entonces y líder de los llamados acostistas) y Juan Barranco, quien el pasado 19 de enero, a sus 67 años, dejaba la presidencia del PSM con un pequeño portazo (“¡A ver si dejo de ser el último alcalde socialista de Madrid!”).
A Leguina no le ha gustado “el golpe en la mesa espectacular” de Pedro Sánchez. Él ha sido el secretario general de Madrid que más ha aguantado en el cargo, de 1979 a 1991, posiblemente porque los socialistas tenían el Gobierno regional, ganaban las elecciones con holgura y porque podían ser la voz crítica del partido frente a un gobernante Felipe González, que iba a dúo con Alfonso Guerra. Las peleas internas se arreglaban con un reparto de cuotas de poder entre familias. “Esto no tiene ni pies ni cabeza”, dijo ayer sobre la destitución de Tomás Gómez.
Leguina fue sustituido en 1991 como secretario general por el navarro Teófilo Serrano, teóricamente un guerrista. Este quiso imitar las componendas de su antecesor, pero se acercó tanto a los progresistas (sí, entonces era una familia socialista), que los suyos (los guerristas eran los archienemigos de los progresistas) le hicieron la vida imposible. En 1994, harto del fuego amigo, dejó la política activa y abrió, otra vez, una herida sangrante en la FSM.
Turno de Jaime Lissavetzky. Llegaba, se dijo entonces, en el peor momento. El Ayuntamiento de Madrid había caído en manos del PP y el famoso cinturón rojo de Madrid tornaba azul. En 1995, al año siguiente de la llegada de Lissavetzky, acaecía otra catástrofe: Alberto Ruiz-Gallardón arrebataba la Presidencia de la Comunidad de Madrid a los socialistas y abría un periodo de Gobiernos del PP que hoy perdura, 20 años después. El ya llamado PSM hizo un intento de primarias para nombrar un candidato a la Alcaldía de Madrid que acabó con el rosario de la aurora: el exministro Fernando Morán venció por unos pocos votos a Leguina, quien atacó a quienes entonces eran conocidos como “renovadores por la base” (otra familia socialista) por haber cambiado de apuesta a mitad de la carrera. Pero la alcaldía siguió en manos del PP, como ahora.
La salida de Lissavetzky elevó a Rafael Simancas a la secretaría general allá por el año 2000. Por eso ayer muchos socialistas creían estar viviendo un déjà vu al ver a Simancas como responsable de la comisión gestora del PSM pos Tomás Gómez con Lissavetzky a su espalda. Pero no, era 12 de febrero de 2015. Cuando llegó Simancas, Tomás Gómez ya había ganado unas primarias y era alcalde de Parla (en minoría) y se preparaba para ser en 2003 el alcalde más votado de España. Todos son viejos conocidos.
Simancas sufrió la que, quizás, pueda definirse como la mayor tragedia política de los socialistas madrileños: el tamayazo. Simancas había logrado un resultado suficiente en las elecciones autonómicas de 2003 para gobernar la Comunidad de Madrid, provocando una severa derrota de Esperanza Aguirre, que estaba llamada a revalidar la mayoría absoluta de la que venía gozando hasta entonces Alberto Ruiz Gallardón. Un pacto con la Izquierda Unida de Fausto Fernández le convertía en virtual presidente de la Comunidad de Madrid.
Pero pasó lo que parecía imposible. Los tránsfugas socialistas, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, de Renovadores por la Base, evitaron un Gobierno de izquierdas en la Comunidad de Madrid. La familia a la que había atacado Leguina, la misma que antes apoyó a Zapatero para hacerse con la secretaría general de los socialistas (frente a José Bono, Rosa Díez y Matilde Fernández), conducían ahora a la miseria al socialismo madrileño. Las autonómicas se repitieron y Aguirre lograba revalidar la mayoría absoluta.
Simancas aguantó hasta 2007. Fue forzado a dimitir tras otro fracaso electoral. Y entonces, en julio de 2007 y casi sin oposición, Tomás Gómez Franco fue elegido (tras un mes con Cristina Narbona al frente de una comisión gestora) secretario general del PSM, con un 91% de apoyo. Gómez laminó cualquier oposición interna, se rodeó de fieles y fue por libre. Se enfrentó a Zapatero y se enfrentó Rubalcaba.
Al primero le dijo “no” cuando le pidió que cediera a Trinidad Jiménez el primer puesto para las elecciones autonómicas de 2011. Ese año, Gómez cosechó el que hasta ahora es el peor resultado de la historia del PSOE en Madrid. Se enfrentó a Rubalcaba: apoyó a Carme Chacón en las primarias que venció el primero. Apoyó a Pedro Sánchez cuando este ganó las primarias frente a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapia. No cedió a la petición de Zapatero: aguantó. Chocó con Rubalcaba: resistió. No hizo caso a las llamadas de Sánchez para que diera un paso atrás ante las encuestas que auguraban otro batacazo electoral. Y fue destituido. Lo normal en un partido que dice en la breve historia que cuelga en su web: “El socialismo creció en Madrid en un ambiente de vivo debate y de tensión apasionada por la política...”.
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