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Marcial, el farmacéutico del ‘narco’

El profesor detenido por fabricar drogas fue adicto al juego

Carmen Pérez-Lanzac
En 1995 Marcial Sánchez González sale de los juzgados (cedida por La gaceta de Salamanca)
En 1995 Marcial Sánchez González sale de los juzgados (cedida por La gaceta de Salamanca)

La red de narcotraficantes actuaba con cuidado para proteger la identidad de Marcial Sánchez, su cocinero. Una vez quitadas las matrículas, ocultaban su coche en una finca cercana a Toro (Zamora). Después lo trasladaban en otro vehículo a su laboratorio, una humilde vivienda al final de un pueblo con 55 habitantes censados. Allí se encerraba a fabricar speed. Para llegar hay que atravesar campos de vid cobriza y pasar por debajo de un puente por el que pronto viajará el AVE a Zamora. Hasta que aparece Valdefinjas.

Los primeros rastros de Sánchez, de 64 años, los encontramos en la facultad de Químicas de la Universidad de Salamanca, donde se licencia hace cerca de 40 años. Era buen alumno y generoso, de los que presta sus apuntes. En 1976 empieza como profesor ayudante de Química Orgánica en la facultad de Farmacia de la misma universidad. En 1985 asciende a profesor titular, dirige tesinas y publica en revistas científicas. Casado y padre de dos hijas, pronto da muestras de una particularidad: trabaja siempre de noche. Es el único que sigue en el departamento cuando el resto ya se ha marchado.

Una de sus hijas estudió en la misma facultad en la que dio clases

Al químico le gusta hacer pruebas con reactivos. Un día deja una sustancia en una nevera que horas más tarde provoca una explosión que causa importantes destrozos. Un excompañero de estudios recuerda que por entonces su afición por el juego se volvía obsesiva. Póker. Otros juegos de cartas. Dados. No es raro que el profesor falte a clase y llegan quejas al vicerrector. Es 1993 y le abren expediente disciplinario. Sánchez coge una baja por enfermedad y, tras 17 años, desaparece de las aulas. Entonces era enjuto, llevaba bigote, gafas de aviador y tenía el pelo cano y los carrillos hundidos.

Meses más tarde, la policía lo detiene a 30 kilómetros de Salamanca, en Espino de la Orbada, un humilde pueblo de 280 habitantes rodeado de campos de cebada. Cinco vecinos que toman algo en el bar al lado del Ayuntamiento señalan por la ventana sin dudar cuando se les pregunta. “Esa era”. Una vivienda con una larga chimenea de la que solía salir humo negro por las mezclas del exprofesor durante la fabricación de PMA, una sustancia que se vende como sustituto del éxtasis. La policía se incauta de pipetas, balanzas, hornillos eléctricos y cápsulas de gelatina. “Dejó la casa destrozada”, dice Meditación, quien la alquiló tras su detención.

Su abogado sostiene que lo incautado son productos de limpieza

Ignacio Berdugo, entonces rector de la Universidad de Salamanca, recuerda que por aquellas fechas les llega una orden de embargo del sueldo de Sánchez por meses de adeudo de la pensión de su ya exmujer. Poco después, es el juicio. A pesar de que el exprofesor alega que fabricaba perfumes, el juez le condena por delito contra la salud pública a tres años de cárcel. Sánchez cambia su céntrico piso salmantino por la vecina cárcel de Topas. Tras la sentencia, la universidad inicia su suspensión como profesor. En prisión el químico ejerce de ordenanza de los profesores de los internos. En su ficha pone: “Nada que reseñar”.

Hasta 2003 no volvemos a saber de Marcial El Químico, como se le conoce en Salamanca. Ese año, con los 52 ya cumplidos, le detienen en un chalet del salmantino barrio de Fregeneda. Le cogen con las manos en la masa, elaborando éxtasis entre recipientes, ventiladores y extractores de gas. Los agentes se incautan de 20.000 pastillas y de material suficiente para otras 36.000. Alega que está fabricando productos adelgazantes pero le condenan a 12 años y 100.000 euros de multa.

Apuntes de su puño y letra

Quienes conozcan la serie Breaking bad —que cuenta la historia de un profesor de Química de un instituto de Albuquerque (EE UU) que, tras serle diagnosticado un cáncer, decide fabricar metanfetamina— se sorprendieron la semana pasada al descubrir que existe al menos una versión española de Walter White y desde bastante antes, pues la primera vez que detuvieron al salmantino Marcial Sánchez fue en 1995. Si en la serie estadounidense se ocultan para fabricar por carreteras desérticas, Sánchez tenía sus laboratorios entre campos de vid y cebada. La segunda vez que lo detuvieron, en 2003, la policía se incautó de una libreta en la que el químico explicaba, con dibujos, los pasos a seguir para elaborar drogas.

Hace 14 días el nombre de Marcial volvía a aparecer durante el desmantelamiento de una red en Toro, a 100 kilómetros de Salamanca. Su tercera caída. La operación se salda con 14 detenidos. Él es apresado tres días después de que la Guardia Civil, tras meses de escuchas, detenga a nueve vecinos de la localidad, de 9.000 habitantes. Entre ellos, las hijas de un tendero, un conocido camello y un joven guarda rural. El abogado de oficio del exprofesor (que pide anonimato) está contrariado: lo han trasladado de la cárcel de Topas a la de Palencia. No pudieron reunirse hasta el pasado miércoles. Alega que no hay pruebas para imputarle puesto que no han encontrado “precursores”. “Eran productos de limpieza”, afirma. La guardia civil sostiene que los fabricaba él mismo y que hay pruebas suficientes para inculparle.

Los vecinos de Valdefinjas no recuerdan al exprofesor, pero sí a Luis Ignacio Hernández, alias Willy, también detenido y dueño de la casa convertida en laboratorio. Cobra una pensión porque tiene las manos destrozadas por una alergia al cemento que le surgió tras años de albañil. Sus horarios eran extraños. Lo mismo se lo cruzaban de madrugada que no lo veían en días. Todos lo recuerdan bebiendo más de la cuenta en el bar del pueblo.

Para llegar al laboratorio hay que bajar una cuesta de cemento sin aceras. La casa, pequeña, solo tiene una ventana con rejas. Enfrente hay un cubo de la basura del que asoman los restos del registro: botellas de alcohol, aguarrás, mascarillas y bolsas de las que salen insectos rojizos. El silencio es casi completo. Lo rompe el cacareo de una decena de gallinas que saludan a toda alma que pase por su puerta.

Sus antiguos compañeros de la facultad de Farmacia no quieren hablar de él. “He olvidado todo de Marcial”, dice antes de desaparecer el director de su viejo departamento de Química Farmaceútica. Una hija de Sánchez cursó Farmacia en la misma facultad. “Pero de eso hace tiempo”, concede antes de cortar la comunicación telefónica  otro compañero. Un tercero cuelga directamente.

Según la Guardia Civil, Marcial Sánchez no consumía nada de lo que producía.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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