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El desterrado que aspiró al trono

Rato lo fue todo en AP y el PP, pero Aznar y Rajoy acabaron con sus aspiraciones

Carlos E. Cué
Rodrigo Rato, expresidente de Caja Madrid.
Rodrigo Rato, expresidente de Caja Madrid.Sciammarella

Rodrigo Rato siempre estaba allí cuando pasaban las cosas importantes. Desde 1982, cuando fue elegido diputado por primera vez, casi nada sucedía en Alianza Popular sin que tuviera algo que decir el hijo de Ramón de Rato Rodríguez San Pedro y Aurora Figaredo Sela, dos grandes familias de empresarios asturianos.

Tanto que este hombre, nacido en Madrid en marzo de 1949, fue uno de los cuatro protagonistas de la reunión en el chalé de Manuel Fraga en Perbes (A Coruña), en agosto de 1989, en la que convencieron a don Manuel para que apostara por José María Aznar y no por Isabel Tocino para ser cabeza de lista de AP.

Cuando Mariano Rajoy aún estaba en la segunda fila del aparato, organizando actos y campañas del PP y pasando muchas horas en la sede nacional de Génova 13, “don Rodrigo” ya era la gran figura ascendente de la derecha y portavoz parlamentario del PP con Aznar. Y ya aspiraba a todo.

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En 1996, al llegar al Gobierno, Aznar lo nombró vicepresidente económico cuando Rajoy aún era solo un ministro más. Rato acumuló un poder enorme especialmente en el mundo del poder económico y financiero, en el que siempre se movió muy cómodo por sus raíces y su educación entre la élite madrileña, rematada en EE UU con un año en la universidad de Berkeley.

Rato y Aznar culminaron las privatizaciones iniciadas por el PSOE de las grandes compañías públicas de energía, transportes, finanzas o tabaco: Telefónica, Iberia, Endesa, Argentaria, Tabacalera... Y al frente colocaron a personas de su absoluta confianza, incluso compañeros de pupitre.

Esas decisiones de entonces marcarían el futuro de la historia empresarial española, aún dominada por algunos colosos privatizados en esa época y personajes que empezaron allí su ascenso, y darían a Rato un enorme poder y muchas deudas pendientes.

Dentro del Gobierno, Rato y los ratistas, que eran legión, iban fabricando una especie de poder paralelo, enfrentado en muchas ocasiones al entorno más cercano de Aznar. Pero su relación seguía intacta. Era uno de los pocos que se permitía llamarle “José María” y no “presidente”. Rajoy nunca ha llegado a eso, ni siquiera ahora, cuando él mismo es presidente y Aznar solo ex.

Poco a poco, con la ayuda de muchos fieles en el Gobierno y el PP y otros en el mundo empresarial, el entonces vicepresidente económico ya iba construyendo su gran apuesta: el ascenso a la presidencia del Gobierno. Pero para eso tenía que contar con la voluntad de José María Aznar.

Aznar asegura en sus memorias que le propuso dos veces a Rato que fuera su sucesor, y él lo rechazó

El expresidente asegura en sus memorias que le propuso dos veces a Rato que fuera su sucesor, y él lo rechazó. Rato nunca lo ha desmentido. Pero en 2003, Rato le avisó de que sí quería ese puesto. “Tú me has dicho dos veces que no”, le dijo Aznar, según su versión. “Pero ahora te digo que sí”. El presidente calló. Pero cuando tuvo que tomar la decisión definitiva, no optó por el que era el gran aspirante, sino por Rajoy. La relación, ya por entonces muy tensa después de discusiones intensas por el apoyo de España a la guerra de Irak, se rompió.

Rato siempre buscó el poder. Rajoy era la antítesis. Le llegó sin pedirlo. Y nunca se entendieron. Así que Rato, despechado, empezó a buscar una salida. Aún sería el número dos en la candidatura de 2004, pero solo tres meses después, tras la derrota, se iba camino del FMI con el apoyo del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Era la gran apuesta, el mayor cargo que ocupaba un español desde que Javier Solana fue secretario general de la OTAN.

Rato nunca dejó de hacer política, de viajar a Madrid, de influir en los círculos de ratistas dispuestos a que en cualquier momento se decidiera a volver y arrebatar el puesto a Rajoy, que no lograba consolidarse. Por eso lo que para la mayoría, incluido el Gobierno español, fue un enorme chasco, esto es que Rato dimitiera como director del FMI tras solo tres de los cinco años de mandato, en 2007, para los ratistas fue un momento de euforia.

El anuncio causó un enorme impacto en el PP. Rato solo sabe y quiere hacer política, decían los suyos. Viene a ver si Rajoy cae en 2008 tras la segunda derrota, aseguraban otros. Pero él insistió a todos: no es eso, lo dejo por motivos personales, estoy cansado de Washington. Venía a dedicarse al mundo de la empresa. A ganar dinero. Y enseguida acumuló diversos cargos, aunque todo empezó con el banco Lazard.

Los marianistas, al ver que Rato no venía a disputarle el puesto a Rajoy, se relajaron poco a poco

Los marianistas, al ver que Rato no venía a disputarle el puesto a Rajoy, se relajaron poco a poco, aunque siempre hubo muchas desconfianzas mutuas. El nombre de Rato, con la comparación entre las capacidades políticas de ambos, siempre ha causado grandes recelos y discusiones.

Pero Rajoy estaba muy tranquilo, decían los suyos. Eran otros sus enemigos. Rato dio la batalla en 2003, perdió y no la iba a volver a dar, explicaban. No eran amigos, nunca lo fueron. Rajoy no le llamaba nunca. Pero había un cierto respeto. El presidente se concentraba en luchar contra Esperanza Aguirre, Jaime Mayor y otros, sobre todo en la prensa conservadora, que sí se lo hicieron pasar mal en 2008.

De esa guerra surgió la gran oportunidad de Rato. En 2009, Aguirre quería colocar en Caja Madrid a Ignacio González, su mano derecha. Rajoy le había dicho a González que le iba a apoyar en esa aventura. Pero Rato lanzó el mensaje de que le gustaría ese puesto, y Rajoy, con el apoyo de Alberto Ruiz-Gallardón, aprovechó el momento para ganarle una batalla clave a Aguirre. Vetó a González, impuso a Rato y este se hizo con todo el poder en Caja Madrid y luego en Bankia. Volvía a ser un referente en el PP, alguien con quien había que contar para las grandes decisiones.

Rato hizo lo que sabía hacer: política. Acudía a seguir las noches electorales con Rajoy, y actuaba como un político más. Convenció a sindicatos, PSOE e IU y logró apaciguar la caja, usando también las tarjetas opacas y los enormes sueldos, como antes había hecho Blesa. El suyo lo fijó en 2,4 millones de euros.

Bankia era el gran quebradero de cabeza del Gobierno de Zapatero y sobre todo de Rajoy después

Pero la gestión no funcionaba. Bankia era el gran quebradero de cabeza del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y sobre todo de Rajoy después. Luis de Guindos, que fue colaborar de Rato, presionaba al presidente para que interviniera Bankia. Los fondos internacionales, los grandes inversores, las autoridades europeas, solo preguntaban al Gobierno de Rajoy una cosa: ¿qué va a hacer con Bankia?

Hasta que al final, en abril de 2012, Rajoy decidió acabar definitivamente con la carrera de Rato: nacionalizó la caja y lo apartó. Él se ha resistido desde entonces a desaparecer del todo, y ha logrado que le fichen en empresas como Telefónica, que se privatizaron bajo su mandato, pero sabía que su carrera estaba acabada. Hasta que llegó el escándalo de las tarjetas opacas, que le ha obligado a dejar incluso el PP, en el que lo fue todo. El hombre que pudo reinar acabó desterrado.

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