Alfalfa del Ebro para vacas chinas
Agricultores aragoneses valoran el acuerdo alcanzado con China para exportar al año 200.000 toneladas de esta forrajera
Los contenedores que llegan a los puertos españoles desde China cargados de bagatelas todo a 100 ahora volverán llenos de alfalfa. Por unos días, los agricultores y productores de forraje deshidratado —de Aragón, en primer lugar, catalanes y castellanos después, siguiendo el orden de las toneladas producidas—, han cambiado su mirada al cielo por el horizonte chino, donde atisban buenas noticias para el campo español: el país asiático ha abierto el mercado de la alfalfa después de cerrar un acuerdo cuya negociación se ha demorado tres años. “Y porque les corría prisa”, dicen los que han estado al tanto de las conversaciones.
Los cálculos más equilibrados cifran en 200.000 las toneladas que España podrá vender a China el año que viene tras el acuerdo que selló el pasado 25 de septiembre en Pekín el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. “A un precio aproximado de 220 euros cada una, son 44 millones de euros”, afirma Joaquín Capistrós, director de la Asociación Española de Fabricantes de Alfalfa Deshidratada (AEFA). ¿Son las cuentas de la lechera? Ya se verá. Cierto es que los chinos necesitan diversificar sus mercados y reducir la fuerte dependencia que tienen de la importación de Estados Unidos. Un enfado de los norteamericanos les podría cerrar un comercio vital para sus nuevas exigencias.
Capistrós, que en los últimos tiempos no ha dejado de recibir a ciudadanos chinos en Zaragoza, lo cuenta así: “Ellos han tenido grandes problemas por el fraude de su leche maternizada, de consecuencias terribles para la salud de miles de niños, y además están cambiando su dieta y aumentando la ingesta de lácteos. Ahora mismo tienen 1,7 millones de vacas en grandes explotaciones. Quieren llegar a los cinco millones en 2020. Han comprado novillas en Uruguay, montado las mejores salas de ordeño... Ahora necesitan la mejor alfalfa”. Y los de Aragón dicen que esa es la que crece en las orillas del Ebro.
España es el primer productor del mundo de forraje deshidratado (en su mayoría alfalfa): el año pasado se obtuvieron 1,6 millones de toneladas en 250.000 hectáreas sembradas. Y es el segundo, tras EE UU, en exportación de esta alfalfa —con alrededor de un millón de toneladas anuales.
Un exfutbolista del Zaragoza lleva ahora una de las plantas deshidratadoras
Algunas de ellas pasan por el molino de los hermanos Sanz, en La Puebla de Alfindén, a unos pocos kilómetros de Zaragoza. Esta planta deshidratadora es una de las 24 autorizadas por los chinos para comerciar con ellos —se postularon 33 de las 72 existentes y los asiáticos descartaron 9 porque a su entender no cumplían los requisitos—. Entre la letra pequeña del acuerdo hay una condición que tuerce el gesto de los hermanos Sanz: las pacas de alfalfa no podrán embalarse con alambre, como hace el 95% de la industria española en la actualidad. Los chinos exigen que se haga con otros materiales. Pascual, el mediano, calcula que cambiar la prensa para empacar con cuerda supondrá una inversión de unos 300.000 euros. ¿La van a hacer?
— Bajo ningún concepto, responde sin pensarlo dos veces Pascual. Y si luego no quieren comprar, ¿qué?.
— Lo vamos a pensar, templa Luis, el hermano menor. No se descarta para nada.
Y así queda la cosa. Los tres hermanos (falta José Antonio, el primogénito, que ha ido a comprar unos repuestos) han heredado el negocio que inició el padre y lo han convertido en una deshidratadora que factura seis millones de euros, procesa 50.000 toneladas de alfalfa y da trabajo a 12 personas. Hasta su planta llevan la cosecha unos 200 agricultores. El desecado de la hierba deja un polvo que vuela por todo el almacén y cubre el suelo con una gruesa capa. Fuera, los perros dormitan o ladran entre enormes pilas de paja del verde al amarillo, ajenos al ruido machacón de la maquinaria. Un volquete va y viene cargando la pala en la montaña de alfalfa y depositando la hierba en el molino, que la triturará un poco antes de depositarla en el enorme bombo giratorio donde el aire caliente seca parte de la humedad que trae del campo; después, la alfalfa sube por aquí, baja por allá mientras se enfría… y acaba en la prensa: de ahí salen a un ritmo constante balas perfectas de 700 kilos cada una y un 12% de humedad, con sus cinturones de alambre, listas para que los camiones las transporten hasta el puerto de Barcelona.
Hace años que la alfalfa española surca el mediterráneo. Fueron los aragoneses los que inauguraron el mercado árabe. El año pasado se vendieron en España un millón y medio de toneladas, casi el 60% al extranjero: el grueso, para los Emiratos Árabes y Arabia Saudí. Tienen camellos, tienen caballos, tienen ganado, pero no tienen agua. Lógico, pero ¿qué pasa en China? ¿No disponen acaso de extensiones de terreno y de agua para regar? Es posible, pero para alcanzar los 10 millones más de toneladas de alfalfa que van a precisar según sus previsiones, necesitarán importar de EE UU, de España y de dónde sea, además de incrementar su propia producción.
En la deshidratadora, Pascual Sanz, el antiguo centrocampista que cambió el césped de primera división de la Romareda (Zaragoza) por el procesado de la alfalfa, no acaba de creer en el maná que se anuncia desde China. “Estamos contentos, claro”, dice con sobriedad. Y Luis, que también fue futbolista, pero en categoría regional, remata: “Con la de cosas que nos venden los chinos, ya es un milagro que les vendamos algo nosotros a ellos”.
Los agricultores ya no miran solo al cielo para saber qué va a ser de sus cosechas. El mundo globalizado les exige observar horizontes que se antojan mucho más lejanos: el mercado estadounidense, las exigencias de Bruselas, los aranceles argentinos, un ciclón llamado Niño o las necesidades de los chinos. Con la alfalfa la preocupación es ahora Argentina, que puede pegar un estirón en este mercado, y Sudán. Quien decía Ebro dice Nilo y se acabó la fiesta.
Buena para la tierra y el ganado
La alfalfa la domesticaron los turcos hace más de 9.000 años y, como su nombre deja adivinar, la trajeron los árabes a la península, donde encontró óptimo acomodo a orillas del Ebro. Agua y sol a porfía y una tierra con poca acidez hicieron de este enclave la columna vertebral del cultivo. Es la reina de las forrajeras, por su alto contenido proteico, y su siembra fija nitrógeno atmosférico en el suelo que luego agradecerán los cereales. Una vez plantada, crecerá aguantando una y otra siega, hasta seis cada año. Pero al cabo de un lustro, las hierbas nuevas ya no lucirán tan verdes y habrá que remover la tierra y echar las semillas otra vez. José Manuel Rivera baja del tractor y alarga el brazo con el índice extendido. Señala un prado que amarillea: “Eso ya esta viejo, hay que volver a sembrar”.
¿Está contento con el nuevo mercado chino? Teniendo en cuenta que es agricultor, la respuesta parece optimista: “Algo nos costará”. Y será verdad, porque él es el presidente de la cooperativa San Mateo, en Pinsoro, cerca ya de Navarra. Y todos los socios, incluido él, tendrán que adaptar la maquinaria si quieren vender a China. Sube al tractor y sigue barriendo las hileras de alfalfa cortada que se amontonan automáticamente en el remolque.
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