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Tribuna
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Desanclaje

Nuestro sistema se mantenía a flote por tres sólidos anclajes: el Rey, Rajoy y Rubalcaba

Enrique Gil Calvo

Ante el mar de fondo que zarandea a la democracia española, el régimen instaurado con la Transición amenaza con zozobrar. Las corrientes oceánicas que lo zarandean son bien conocidas: la impunidad de la corrupción que impregna a la peor parte de la clase política, ante el silencio y el encubrimiento de sus conmilitones; los injustos y quizás inútiles sacrificios impuestos a las clases populares para que las élites económicas salgan indemnes de la masiva crisis que provocaron; y la angustiosa falta de oportunidades vitales para una buena parte de la población, y en particular para la llamada generación perdida. De ahí que los españoles nos hayamos dejado ganar por el escepticismo y la desafección política, ante la imposibilidad de seguir prestando crédito a nuestros representantes y a nuestros gobernantes.

Todo lo cual se ha puesto de manifiesto en las recientes elecciones europeas, donde la mitad de la minoría que se ha molestado en ir a votar lo ha hecho por las candidaturas antisistema. Y ante tan escandalosa evidencia, de inmediato se han producido en el plazo de ocho días dos sonoras dimisiones como si fueran su más lógica respuesta: la del líder socialista y la del titular de la corona. Pero con ello no han hecho más que agravar y agudizar el clima de naufragio y fin de régimen que aqueja a nuestra vulnerable democracia, al quemarse o perder dos de sus más significativos fusibles o anclajes.

Hasta ahora nuestro sistema se mantenía a flote porque su estabilidad estaba relativamente garantizada por tres sólidos anclajes, simbolizados por las llamadas tres erres: el Rey, Rajoy y Rubalcaba. Es decir, la corona que ejercía la dominación simbólica y los dos grandes partidos dinásticos llamados a gobernar. Antes había un cuarto anclaje firmante del pacto constitucional que sujetaba la integridad territorial. Me refiero, claro, a la minoría catalana. Pero tras el fiasco del nuevo Estatut improvisado por Zapatero y Mas, ese anclaje se soltó quizá definitivamente a partir de 2010, y ahora la tripulación y el pasaje catalanes están abandonando el barco con aparente precipitación, lo que habrá de comprobarse en cuanto pase el verano.

Y por si eso fuera poco, el partido socialista y la Corona acaban de iniciar una transición sucesoria que no sabemos muy bien adónde conducirá, dadas las incógnitas que rodean a sus respectivas bicefalias. A partir de ahora habrá dos parejas reales con mal definido reparto de papeles y de autoridad moral. Y tras la debacle electoral también habrá un doble liderazgo socialista, orgánico uno y el otro político (si es que no parlamentario, si accede al liderazgo la presidenta andaluza), lo que inducirá un giro hacia la izquierda para competir con el emergente Podemos. Unas bicefalias demasiado confusas que no harán más que debilitar todavía más nuestra frágil estabilidad política.

De este modo, el sistema político español permanecerá sujeto por un solo anclaje, hoy bien provisto por el partido de gobierno pero sólo mientras siga contando con su actual mayoría absoluta. Lo que a la luz de los resultados europeos tiene fecha fija de caducidad. Es de temer por eso que el año próximo nuestra democracia comience a quedar a la deriva. ¿Durante cuánto tiempo? ¿Y adónde arrumbará?

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