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“¡A la tierra prometida! ¡Yalaaaa!”

Celestín, un camerunés, reconstruye la odisea del salto a la valla de Melilla de 500 inmigrantes

Ana Carbajosa
Tres inmigrantes transportan a un cuarto, herido en el salto de la valla.
Tres inmigrantes transportan a un cuarto, herido en el salto de la valla.antonio ruiz

Poco después de las cuatro de la mañana se tomó la decisión. El miércoles iba a ser el día del salto. Los cameruneses asentados en el monte Gurugú, al norte de Marruecos, comandarían la expedición. Cientos de subsaharianos saltarían juntos la maraña de vallas y cuchillas que cercan Melilla. El momento elegido sería en torno a las cinco de la mañana, la hora del primer rezo musulmán, motivo por el que esperaban que los guardas marroquíes estuvieran distraídos. Un subsahariano iría de avanzadilla y anunciaría la vía libre a los demás.

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"Hoy es el día. ¡A la tierra prometida. Yalaaaa!", fue su grito de guerra. El que reconstruye la odisea que confirman otros compañeros es Celestín, un camerunés de 28 años, que con el pie vendado merodea cojeando por los alrededores del CETI, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla, cuya capacidad hace meses está desbordada.

La llegada este martes de otros cerca de 500 subsaharianos —de los 2.000 que lo intentaron— que lograron sortear las vallas ha vuelto la situación insostenible en este centro, con capacidad para medio millar de personas y en el que se apilan en literas unas 2.400. Este martes mismo, decenas de inmigrantes fueron trasladados de forma extraordinaria a la Península para aliviar el hacinamiento de Melilla. Buena parte de los ocupantes del CETI son desde hace meses sirios que huyen de la guerra que desangra su país. Un grupo de hombres de Homs, al oeste de Siria, se lamentaban de su suerte a las puertas del centro.

A última hora de la tarde, efectivos del Ejército, ayudados por los propios inmigrantes, instalaban inmensas tiendas de campaña militares con literas verde caqui a las afueras del centro, en las que dormirán los recién llegados. El recinto es un trasiego de jóvenes extenuados y desorientados, que acarrean bolsas de colores en las que guardan sus nuevas pertenencias: cubiertos, cepillo de dientes, calzoncillos, jabón, calcetines y ropa deportiva.

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Celestín, enfundado en un chándal azul que acaba de recibir, continúa su relato: "Éramos un grupo mixto. Había gente de Guinea, de Costa de Marfil, de Camerún, de Mali y de Chad". Al grito de Yala —vamos, en árabe—, empezó la caminata en silencio y en fila india. Recorrieron un par de kilómetros hasta llegar a la valla. Allí empezaron las carreras, los empujones y el sálvese quien pueda. Cientos cruzaron. Otros tantos no lo consiguieron y tuvieron que vérselas con los guardas marroquíes. "Nos tiraban piedras, lo que pillaban. Luego estaba la Guardia Civil. Más carreras”, dice Celestín, antes cargador de muelles en el puerto de Duala. E informa: "Esto es una cuestión de fuerza física y de la gracia de Dios".

Efectivos del Ejército, ayudados por los propios inmigrantes, instalaban inmensas tiendas en el CETI

Este joven ha pasado tres años acampado en el monte Gurugú, a tiro de piedra de Melilla y donde los aspirantes a inmigrantes llegados de toda África esperan su momento. Este es su séptimo intento de llegar a Europa. Cuatro veces logró saltar la valla y tres lo devolvieron. "Lo hemos conseguido porque tenemos un mismo objetivo. Llegar a Europa, a Melilla. Es lo que nos mantiene unidos". Ahora no sabe qué va a ser de él. "Lo que sea, menos volver a Marruecos. Allí se pasa muy mal. Si eres negro y cristiano no te tratan bien". A su lado, otros jóvenes heridos y renqueantes, algunos con cruces en el cuello, asienten con la cabeza. "Estamos agotados", dice uno de ellos.

Unos metros más allá, Nelson Ketzeke observa el despliegue logístico. También recién llegado a Melilla y a punto de cumplir 20 años, dice estar feliz de pisar tierra europea. En Camerún regentaba un pequeño restaurante y no le iba mal. "Pero mi sueño era venir a Europa. Aquí pagan mejor".

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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