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Columna
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Para que no nos confundan

Votad: para que los ultras no nos absorban y los líderes no cocinen solos el nuevo Ejecutivo

Xavier Vidal-Folch

¿Por qué conviene votar? Para que no nos confundan. Que no nos confundan con los extremistas antieuropeos y xenófobos. Una baja participación en nuestro país, tradicionalmente de los más europeístas, sería aprovechada por los ultras para apuntarnos a su carro. No la imputarían a ignorancia, desinformación, conformismo o euro-criticismo, sino a hostilidad hacia Europa. Dirían que nos quedamos en casa porque no pudimos votarles… a ellos. Hay mucho donde escoger, pero si nada nos convence, antes en blanco que abstenerse.

Conviene votar para aumentar la calidad democrática de la Unión. Para que los primeros ministros no se confundan. Que no caigan en la tentación —asalta hasta a la canciller alemana— de volver a guisarse entre ellos la elección del presidente del Ejecutivo, la Comisión. Y de colocar a un candidato extraño a los cabezas de lista que se presentan a examen popular. Cuanta más legitimidad atesore la votación de hoy, más difícil será esa maniobra torticera: sería forzar el Tratado de Lisboa, que consagra la elección semiautomática del presidente, y una burla a los ciudadanos. A más votos, menos regreso al pasado.

Votad: para que los ultras no nos absorban y los líderes no cocinen solos el nuevo Ejecutivo

Conviene votar porque Europa es el aire que respiramos. La integración en la (hoy) UE es la única operación trascendental emprendida por los españoles contemporáneos más allá de sí mismos. La UE ha sido detonante de la modernización de nuestra economía. Catapulta de nuestra presencia en Latinoamérica. Y lanzadera de prosperidad: incluso con la despiadada crisis actual, el bienestar se disparó desde la adhesión desde el 69,8% (1985) al 89,5% (2011) del PIB per cápita medio europeo, medidas ambas fechas respecto a la UE a 15 (a 28, se situaría en el 98,2%): otra cosa es —asunto doméstico— su antiigualitaria distribución social. Contra lo que arguye el nacionalismo hispano, que aún sueña con picas en Flandes, no existe interés nacional español que no sea europeo, o que no albergue un vector esencial comunitario. La mayoría de las decisiones que influyen en nuestra vida cotidiana se toman en común con los socios: de la calidad del agua y los alimentos, a la seguridad de los electrodomésticos; de la movilidad de nuestros estudiantes, a la homologación de las tabletas. Y se garantizan por un tribunal común (desahucios, decisiones antioligopolios, igualdad de género, céntimo sanitario…) Este proceso no irá a menos, irá a más.

Conviene votar para reequilibrar las actuales políticas europeas. Para suavizar la austeridad enfatizando el crecimiento y el empleo; rehacer la senda del bienestar y repartirlo mejor; matizar la obsesión securitaria abriéndose a la inmigración ordenada; relanzar la unión económica para que la monetaria no quede huérfana; acompasar la lentitud de lo social a la velocidad de lo económico. Cada uno sabe quién se adecue mejor a esos designios, u otros de cosecha propia. Conviene votar con todos los europeos. Solos, somos poco en el mundo.

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