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“Tardaron doce horas en coserme las heridas después de saltar la verja”

Testimonios de subsaharianos cortados hace años por las cuchillas de la valla que rodea Melilla “El grueso de los traumatismos eran por la alambrada y después por los golpes de los marroquíes" “Nunca vi una amputación, pero los cortes en tendones de la mano si provocaban discapacidades"

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Kenjo, de 38 años, pasó las últimas horas de la noche del 3 de diciembre de 2006 escondido en un gran contenedor de basura junto, con otros inmigrantes cameruneses, en Mariguari, casi pegado a la valla de Melilla. “Llovía a cántaros”, recuerda en una cafetería de un pueblo de Valencia donde reside desde hace más de seis años. Soldador de profesión, no tiene papeles y sobre él recae una orden de expulsión de España. Por eso insiste en que no se publique su nombre.

Era la cuarta vez que iba a intentar entrar irregularmente en la ciudad de sus sueños. En julio de ese año lo había incluso conseguido sin grandes esfuerzos físicos. “Algunos de los agentes marroquíes [del cuerpo para militar de las Fuerzas Auxiliares] que acampan pegados a la verja han escarbado túneles de menos de diez metros que desembocan en Melilla para poder hacer sus trapicheos o para dejar entrar a inmigrantes mediante pago”, prosigue Kenjo.

Un subsahariano herido por las cuchillas, a finales de 2005, ante el centro de acogida de inmigrantes de Melilla.
Un subsahariano herido por las cuchillas, a finales de 2005, ante el centro de acogida de inmigrantes de Melilla.JOSÉ PALAZÓN (PRODEIN)

“Pese a que tenía la entrada tapada localizamos un túnel y cuando los agentes dormían nos introducimos en él, pero una vez en Melilla la Guardia Civil nos cazó y nos expulsó a través de una portezuela en la valla” no sin antes preguntar por dónde habían atravesado. “No se lo dijimos porque quién sabía entonces si no volveríamos a utilizar ese túnel”. El relato de Kenjo confirma, como el de otros muchos subsaharianos, que la Guardia Civil echa manu militari de Melilla a inmigrantes incumpliendo la ley de extranjería que estipula que deben ser llevados a la comisaría más cercana.

Diluviaba tanto aquella madrugada de diciembre que a las cinco Kenjo optó por quitarse las deportivas, “porque empapadas de agua y barro pesaban mucho”, y también parte de su ropa mojada para trepar así por la valla con más agilidad en compañía de tres compatriotas. “Nada más empezar a subir ya nos hirieron las cuchillas”, rememora. “Pero los cortes más profundos me los hice arriba en el abdomen y las manos”, asegura.

“Gracias a Dios logré caer del lado español”, recuerda. Fue trasladado al Hospital Comarcal de Melilla donde le curaron y le cosieron. Tardaron “doce horas, desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde”. “Aun hoy en día me avergüenzo de ponerme en bañador en una playa”, afirma mientras muestra las cicatrices en brazos y piernas.

José Palazón, responsable de la ONG melillense Prodein, que le conoció durante una visita al hospital, le encontró en la cama “todo vendado, piernas, brazos y manos y abdomen”. Al haber trepado semidesnudo fue más vulnerable a las cuchillas. Aunque sea pleno verano los subsaharianos trataban entonces de escalar con varias capas de ropa para protegerse algo de las cuchillas.

“Las cuchillas de la verja desgarran hasta los guantes industriales”

Los cortes de Kenjo eran “impresionantes”, según Palazón, pero no fue el peor parado. Sambo Sadiako, un senegalés, quedó enganchado en lo alto de la valla de Ceuta una noche ventosa de 2009 y “murió desangrado por la fuerza de un viento que golpeó su cuerpo contra una de esas alambradas” salpicadas de cuchillas, escribió Carmen Echarrí, directora del periódico El Faro de Ceuta.

Kenjo no solo tenía incisiones. Tenía una bala o un perdigón “alojado justo encima del tobillo”, asegura. Ante el grupo compacto de subsaharianos que, de sopetón, corre hacia la valla los militares y antidisturbios que la custodian del lado marroquí optan primero por apartarse, pero cuando empiezan a trepar les golpean, les tiran piedras y hasta les han disparado con escopetas de postas y de perdigones.

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“¡He extraído tantas postas de las piernas, las nalgas y las espaldas; he cosido tantas heridas de las cuchillas!”, recuerda con una sonrisa amarga Bertín Makoumson, camerunés de 44 años, que vivió nueve meses en el monte Gurugú, que domina Melilla, con los ojos puestos en la ciudad que estaba a sus pies. Las concertinas, como llama el Ministerio del Interior a las cuchillas, “cortan hasta los guantes industriales que algún compatriota consiguió en una obra y se puso para saltar”, sostiene. “Nunca he visto una amputación, pero los cortes en los tendones de la mano, que no podíamos operar, sí dejaron a algunos discapacitados”, rememora.

Makoumson, que reside legalmente en Bilbao donde trabaja para una agencia de publicidad, estudió biología en Nigeria y trabajó incluso en un laboratorio. “Hablo francés e inglés y era lo más parecido que había allí a un médico; por eso hice de enfermero en el monte, primero con medicamentos caducados que sacábamos de la basura y después con los que nos proporcionaba la ONG Médicos Sin Fronteras”, relata paseando por la capital guipuzcoana.

“Cada vez que los chavales se marchaban rumbo a Melilla, los que no lograban saltar volvían todos heridos”, prosigue Makoumson. “La mayoría de los traumatismos los causaba la alambrada y, en segundo lugar, los golpes que propinaban las fuerzas de seguridad marroquíes”, añade. “Se ensañaban sobre todo con las articulaciones para que los inmigrantes para quitarles las ganas de volver a escalar la verja durante meses”.

Sambo se desangró al golpear el viento su cuerpo contra la alambrada

Makoumson nunca logró cruzar a Melilla –acabó llegando a nado a Ceuta en 2007- pero tampoco se hirió en la valla. “Desarrollé una técnica”, explica. “Las cuchillas de la parte inferior se sorteaban con escaleras de madera fabricadas en el monte y las de arriba yendo despacio; cogiendo el alambre pero evitando las hojas y, una vez del lado español, dejándose caer de frente a la verja con las manos agarradas al enrejado hasta que no diera más de sí”.

El alambre entremezclado con hojas cortantes fue instalado en el otoño de 2005 por el Ministerio del Interior junto con sirgas de acero, mallas metálicas y un sistema de dispersión de líquidos urticantes que nunca fue empleado. Ceuta y más aún Melilla habían padecido ese año una presión migratoria sin precedentes -5.551 inmigrantes lograron entrar- a la que el Gobierno socialista reaccionó colocando cuchillas al pie de la valla, del lado marroquí, y en lo alto. A la vista de las heridas que causaban Interior decidió retirarlas a principios de 2007, pero solo de la parte superior de la verja melillense. En Ceuta se mantuvieron.

La multiplicación de los asaltos a la valla de Melilla en 2012 –con 2.186 entradas irregulares- y en lo que va de año ha incitado al titular de Interior, Jorge Fernández Díaz, a volver a colocarlas en los tres kilómetros más calientes del perímetro fronterizo sobre un total de doce. Sostiene el ministro que “no son agresivas”, que solo causan heridas “superficiales” pero que son “disuasorias”. ¿Lo son? “Para nada, con o sin ellas los africanos lo seguirán intentando”, contestan al unísono Kenjo y Makoumson desde su lugares de residencia. Makoumson se declara satisfecho por la vida que lleva en España. Kenjo, en cambio, está desilusionado, pero no se arrepiente de haber emigrado.

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