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Secuestrados por el miedo

El grupo Delorean pasó 30 horas de terror en México por un ‘secuestro virtual’ La misma banda sometió a idéntica tortura a otra española siete días antes

El grupo Delorean en la sala Charada de Madrid
El grupo Delorean en la sala Charada de MadridManolo Finish

Treinta horas de angustia. Más de 100.000 segundos sintiéndote como un títere cuyos hilos mueve a su antojo un ser invisible. Y notar cómo esos hilos se vuelven sogas que se anudan alrededor de tu cuello. Y tú ahí, atrapado en un laberinto kafkiano del que es imposible escapar porque crees que te vigilan mil ojos que tú no ves. Tal fue la quimera que padecieron hace unos días los cuatro integrantes del grupo musical vasco Delorean en la Ciudad de México. Víctimas de lo que la policía denomina un secuestro virtual. Pero real. Aunque nunca nadie les tuvo retenidos. Ellos, sin embargo, estuvieron convencidos de lo contrario, a causa de una farsa milimétricamente urdida por una banda que les aterrorizó hasta hacerles temer que jamás volverían a ver amanecer si salían de la habitación de su hotel. Fueron unas marionetas del miedo.

Uno de los cuatro miembros de Delorean escribió el pasado 5 de octubre en su cuenta de Twitter: “El DF es un flipe”. Igor Escudero, Guillermo Astrain, Unai Lazcano y Ekhi Lopetegi acababan de llegar a México para actuar en el festival Mutek como parte de su gira por América. Estaban entonces muy lejos de imaginar que su entusiasmo inicial se tornaría en una pesadilla difícil de prever. Y de olvidar.

Cartel de la gira 2013 de Delorean por América.
Cartel de la gira 2013 de Delorean por América.

En la madrugada del pasado lunes, día 7, los jóvenes músicos recibieron una llamada en su habitación del hotel Four Points: “Va a haber un tiroteo. Les aconsejamos que se marchen a otro hotel. Sabemos que son españoles. No queremos herirles. Somos del grupo de los Zetas” [el cartel de narcotráfico más sanguinario de México]. Les pidieron el número de sus teléfonos móviles para seguir en contacto con ellos.

Les mandaron destruir sus móviles españoles, que sacaran dinero de un cajero, que comprasen celulares mexicanos y, además, que hicieran una recarga en favor de las tarjetas prepago de los móviles de sus interlocutores. Los Delorean obedecieron ciegamente. Ahí empezó su pesadilla.

— Como apaguéis el teléfono, daos por muertos. El teléfono es tu vida. Tenéis que estar en contacto permanente con nosotros.

Dos de los músicos fueron al hotel Milán y los otros al Catalina. Dos de ellos tomaron un taxi y los otros fueron a pie. Ni siquiera se atrevían a hablar entre sí.

Sin dejar ni un segundo de hablar con los desconocidos, estos les conminaron a que, después de que llegaran a sus respectivos hoteles, les informaran del número de sus habitaciones.

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— ¿Cómo se llaman tus padres? ¿A qué se dedican? ¿Dónde viven? Dame su teléfono.

Poco a poco, los criminales fueron teniendo información. Supieron que las familias de los jóvenes viven en el País Vasco. Cada dato nuevo que obtenían, lo comprobaban a través de Google Maps. Veían dónde estaba la calle que les indicaban y luego preguntaban a los chicos qué había cerca de su casa, para cerciorarse así de que les decían la verdad.

El terror crecía segundo a segundo, sin que Igor, Guillermo, Unai y Ekhi pudieran escapar de la telaraña en que habían caído.

— Dile a ese chingón que deje de moverse por la habitación. Le estamos viendo y nos está mareando, le dijeron a Igor.

Parecía que los tipos de afuera tenían cien ojos controlándolos, cien oídos oyéndolos, cien manos dispuestas a estrangularlos...

Los delincuentes empezaron a contactar con las familias de los chicos para asegurarles que estos habían sido secuestrados y exigirles cinco millones de pesos (300.000 euros de rescate).

— Si no obedece, le mandaremos a su hijo hecho trocitos en una caja de zapatos.

A las 8.15 (hora española) los padres de Ekhi, Igor y Unai fueron a la comisaría de la Ertzaintza de Zarautz (Gipuzkoa) y denunciaron la extorsión que estaban sufriendo. El padre de Guillermo lo hizo en San Sebastián.

La Ertzaintza y la Sección de Secuestros de la Brigada Central de Delitos contra las Personas de la policía española se movilizaron de inmediato. Montaron su cuartel de operaciones en Oiartzun, donde llegaron a juntar a más de 20 familiares de las víctimas —padres, hermanos, novias— que a lo largo de horas habían ido siendo llamados por los secuestradores.

Los supuestos zetas mantenían multiconferencias a tres bandas, lo que les permitía hablar a la vez a ellos, a los secuestrados y a sus familias. Aunque otras veces cortaban airados: “No están obedeciendo. ¡Castigados!”

Contactaron con el mánager del grupo en Los Ángeles (Estados Unidos) y le exigieron el pago de un millón de dólares.

— Sal, compra comida y luego quiero oírte cómo comes, les ordenaron en otro momento.

La presión era tenaz y asfixiante. Ni un segundo de respiro.

— Apaga la luz de la habitación.

Y el chico, sin rechistar, iba a dejaba la estancia a oscuras.

— Pon la televisión.

Y el joven iba y encendía el aparato.

— Más alto. Quiero oír qué canal es. Ponlo más alto.

Con el paso de las horas, aumentaba el nerviosismo de los chantajistas:

— Te vamos a sacar las tripas y luego nos las vamos a comer...

En un contacto con la familia, uno de los delincuentes fingió que estaba apaleando a uno de los músicos, mientras otro le jaleaba: “¡Dale más! ¡Dale más!”. Otra vez pusieron en marcha una motosierra para que la familia, horrorizada, creyese que uno de los rehenes estaba siendo descuartizado.

La Ertzaintza y la policía se movían en la sombra, aconsejando a las familias cómo actuar, qué decir, cómo lanzar claves ocultas a los chicos utilizando el euskera... Las investigaciones se encarrilaron al descubrir que el número de uno de los móviles de los mexicanos era el mismo usado por los secuestradores virtuales de Manuela D. R., una española de Rubi (Barcelona) que había sufrido una experiencia similar el 1 de octubre en Jalapa (México). Su jefe pagó 100.000 pesos por ella. Luego se supo que jamás vio a sus secuestradores.

Con esa y otras pistas, los policías españoles tuvieron claro lo que pasaba con Delorean. Poco a poco, con ayuda de la policía mexicana, fueron averiguando la zona donde podían estar los cuatro chicos vascos. Estos habían sido obligados a trasladarse al hotel Prado Floresta. Allí estaban —repartidos en dos habitaciones— cuando fueron liberados de su cárcel virtual. Pero ni rastro de los cuatro hombres y una mujer que urdieron la farsa telefónica. Una hora después, uno de estos llamó a Fernando Lopetegi, padre de Ekhi, para insultarle.

“El terror no es virtual. El terror es terror. Y hemos sufrido muchas horas de terror. Los secuestradores, que nos llamaban cada hora y media, estaban torturando psicológicamente a los chicos constantemente. Desde entonces, mi hijo no puede dormir”, afirma Lopetegi. El grupo musical indie suspendió su gira y regresó a España el pasado jueves.

Alberto Carba, jefe de la Sección de Secuestros de la policía, aconseja a los españoles que puedan verse en un caso similar que desconfíen si alguien —incluso si dice ser policía— les llama invitándoles a salir del hotel. Carba recomienda: “Llamen a la recepción del hotel o a los servicios de emergencia del país o al 091 de España. Si no le dejan llamar ni colgar el auricular, es que se trata de una llamada maliciosa. No desvele jamás ninguna información personal. Únase a otras personas y decidan juntas qué hacer”.

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