Las inquietudes de la alcaldesa Botella
Asiste con enojo pero callada a la guerra por su puesto, que desea mantener
La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, está lo bastante inquieta como para interesarse por las encuestas. Antes de relevar a Alberto Ruiz-Gallardón en diciembre de 2011, exhibía su desinterés por el futuro desde la certeza de que sería alcaldesa. Certeza por su puesto; certeza porque así se lo había prometido Gallardón; certeza desde que, en 2003, se la fichara con ese escenario ya en mente.
Ahora, en cambio, la alcaldesa está inquieta. En los primeros meses de mandato, las encuestas le sonreían: salía incluso mejor que Gallardón. Nadie le tosía en el PP. Desde de la tragedia del Madrid Arena, no levanta cabeza. Y los peores ataques, en público y en privado, provienen de los suyos.
En las pasadas Navidades, llegó a la convicción de que debía romper con la herencia de Gallardón. Pero carecía y carece de relato. Defiende con pasión los servicios sociales, pero la impresión en la calle es que los ha recortado. Porque, aunque poco, los ha recortado. Le queda la baza olímpica. Es su única oportunidad, pero su entorno admite que se ha descuidado como valor político. Se vive de espaldas a esa cita. Por no hablar de las luchas de poder con el Comité Olímpico Español.
Si Madrid logra los Juegos, el mandato que comienza en 2015 será una golosina: grandes inversiones con dinero ajeno, e inauguraciones justo antes de las elecciones, en las que será difícil que no gane el mismo alcalde. El problema para Botella es que el líder socialista, Jaime Lissavetzky, tiene incluso mejores posibilidades de identificarse con el proyecto olímpico. En caso de derrota, será difícil en cambio que nadie se pelee por la alcaldía: quedarán aún años y años de ajustes brutales.
A Botella le gusta administrar la ciudad. Jamás lo admitirá así, pero transmite en sus conversaciones la idea de que tiene un proyecto y quiere sacarlo adelante. No va a rendir la plaza. Sin embargo, es incapaz de diluir la impresión en el PP de que la alcaldía está disponible. Ahora se ha encontrado en medio de lo que interpreta como una lucha por su pedazo de carne entre Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes. La primera asegura que sus miras están más altas, pero en el PP de Madrid tienen claro que la alcaldía puede ser su trampolín o su retiro dorado. Las elecciones locales son en mayo de 2015. Las generales, en noviembre. Si Rajoy pierde, ella estaría tan bien colocada como el que más. Máxime si puede arañar un buen puesto en el Senado o, incluso, en el Congreso.
No es probable que la dirección del PP le facilite sus planes... excepto si las encuestas son desastrosas para Botella. En caso contrario, ella seguirá si quiere seguir. Posiblemente lo anuncie un año antes, como hizo su marido con Gallardón en 2003; es decir, pasadas las elecciones europeas.
El PP sabe que si cae Madrid, cae la Comunidad. Y sin ambas, puede olvidarse de las generales. El problema así se le plantea a Ignacio González. Cambiar a Botella llevaría casi indefectiblemente a cambiarle a él, sobre todo si la baza es Aguirre. El presidente regional, que empezó forzando el pulso con la alcaldesa, ha suavizado mucho las cosas, consciente de que la suerte de ella es la suerte de él. Todo lo contrario sucede con Cristina Cifuentes. Botella cuida las formas, pero cree que muchos de los ataques provienen de la Delegación del Gobierno. El lunes era el día grande de Cifuentes, auspiciada por la secretaria general, Dolores de Cospedal. Que ese día se aireara desde algunos periódicos la bandera de Aguirre para la sucesión reforzó la impresión en el Ayuntamiento de la batalla por su sillón. En público, se le resta relevancia. Pero en privado, hay inquietud.
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