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La ‘ola asesina’ que rompió el ‘Prestige’

Los abogados del capitán y del armador del petrolero afianzan en el juicio de la catástrofe la teoría de que una ola gigante causó el siniestro

La proa del Prestige, el día del hundimiento del petrolero, el 19 de noviembre de 2002.
La proa del Prestige, el día del hundimiento del petrolero, el 19 de noviembre de 2002. Xurxo Lobato

Una ola gigantesca, extrema. O en la versión inglesa también denominada anormal (freak o rogue wave), monstruo o incluso asesina. Son múltiples los calificativos oficiales del muy estudiado “fenómeno extraordinario” que, en palabras del capitán del Prestige, Apostolos Mangouras, pudo provocar hace más de una década el accidente del petrolero cuando navegaba en alta mar frente a Galicia. La teoría de la ola gigante, una leyenda marítima durante siglos que ahora ya se considera probada científicamente —siguen las investigaciones para documentarla—, va y viene durante las largas sesiones del juicio de la catástrofe, que enfila ya su quinto mes en la Audiencia Provincial de A Coruña.

Está en juego quién pagará la factura del desastre, cifrada en 4.200 millones

Fue Mangouras, principal acusado, el primero en sacarse de la manga al arrancar la vista oral en noviembre pasado esta posibilidad que nadie había mentado en diez años de laboriosa investigación de la causa, la mayor por delito ambiental jamás instruida en España. Su abogado, José María Ruiz Soroa, y los del armador del viejo barco no escatiman en medios para tratar de demostrar ante el tribunal la probabilidad de una hipótesis que, por el contrario, la Fiscalía y la Abogacía del Estado se esfuerzan en restarle cualquier credibilidad o congruencia. Incluso recurren a comentarios que rayan en la mofa cuando se cita esa teoría de una ola gigante y espontánea que puede alcanzar entre 12 a 15 metros de altura. Escasamente probable también lo es para muchos de los expertos que desfilan ante el tribunal en calidad de peritos.

EL PAÍS

España, que es a la vez demandante y acusada en este proceso a través del exdirector general de Marina Mercante José Luís López-Sors, quiere evitar a toda costa una sentencia que apunte a una causa natural, relativamente frecuente en alta mar, el origen de un siniestro marítimo que derivó en catástrofe, tiñendo de fuel 1.600 kilómetros de litoral gallego, cantábrico y parte del francés. Toda la estrategia del fiscal y los abogados del Estado se centra en cargar toda la responsabilidad en el entramado empresarial del Prestige por fletar un viejo petrolero monocasco de 26 años, que se llegó a calificar de “chatarra flotante”, para transportar 77.000 toneladas de fuel muy contaminante. En juego está quién pagará la factura de la catástrofe, cifrada por el fiscal en más de 4.200 millones de euros.

El Estado quiere evitar una sentencia que apunte a una causa natural

Las olas gigantes no tienen que ver con un tsunami o maremoto, originados estos por movimientos sísmicos. Llamadas también olas vagabundas, son como esos elefantes solitarios que al apartarse de la manada se vuelven peligrosos. Dejaron de ser una leyenda, a la que se atribuyó en varios siglos la desaparición o naufragio de decenas de barcos, a partir de 1995, cuando se obtuvo en la plataforma petrolífera Draupner, en el Mar del Norte, una rigurosa medición científica de una de esas ondas espontáneas del océano de proporciones gigantescas. Un año después del Prestige, la Agencia Espacial Europea incluso consiguió una de las raras imágenes que existen sobre este fenómeno.

Nadie discute que aquel 13 de noviembre de 2002 arreciaba un tremendo temporal en las costas gallegas. El mar estaba enfurecido cuando, tras oír un fuerte estruendo que casi de inmediato escoró el viejo petrolero, su capitán lanzó la llamada de socorro. “El barco se había convertido en un mar”, afirmó Mangouras en el juicio. Aunque sin gran convicción, el anciano marino griego citó como posibles causantes del golpe un contenedor, un tronco, incluso un submarino o “olas de tamaño inusual”. Fue el primer oficial, también acusado aunque en paradero desconocido, quien le habló de una “ola gigante”, declaró. Más descriptivo fue el también imputado jefe de máquinas, Nikolaos Argyropoulos: “Surqué todos los mares y jamás había visto algo así”. No dijo nada hasta sentarse en el banquillo de los acusados, diez años después, por estar en “estado de choque” tras el siniestro.

“Surqué todos los mares y jamás vi algo así”, declaró el jefe de máquinas

“Son fenómenos extraordinarios, más frecuentes de lo que se pensaba”, explicó ante el tribunal, a propuesta del abogado de Mangouras, uno de los mayores expertos oceanográficos en la materia, el estadounidense Alfred Osborne. Calcula que esa hipotética ola asesina que golpeó el Prestige pudo alcanzar los 16 metros de altura. Entre 12 y 14 metros, de acuerdo con datos de la boca de cabo Silleiro, según corroboró en el juicio otro especialista, el británico Nigel Barltrop.

El mar, aquel día, tenía olas “muy peraltadas”, es decir, de gran inclinación. Y la que supuestamente provocó un boquete en el casco del Prestige fue “brutal”, aseguró este ingeniero naval. “Fue como si recibiera el impacto de 36 camiones de 40 toneladas cada uno”, describió durante el juicio, gráfico en mano. La altura, según sus cálculos, fue equivalente a la de nueve de esos pesados vehículos apilados uno encima de otro. Testimonio gráfico no hay, claro está. Apenas se lograron un par de fotos de olas gigantes en el medio siglo de sesudas investigaciones científicas que se lanzaron en todos los mares del mundo para tratar de probar esas asesinas olas a las que marinos achacaron el haber engullido más de 200 barcos. Unas olas que constituyen, según los expertos, una amenaza real para los de gran tonelaje, como el Prestige, pesados transatlánticos teóricamente menos vulnerables ante las embestidas del mar. Más de una decena de buques fueron, según las investigaciones oficiales, víctimas de esas asesinas de los océanos en este siglo XXI. Algunos fueron engullidos y desaparecieron sin dejar rastro.

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