Rajoy y la Leyenda Negra
Es un buen momento para revisar cómo han de ejercerse las funciones del poder
No eran las cinco en punto de la tarde, ni daban la misma hora todos los relojes, pero desde la tribuna de oradores del salón de Plenos del Congreso de los Diputados, hace ya casi dos meses, el 20 de febrero, en su intervención inicial del debate sobre el estado de la Nación, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, clamaba sobre los males de la patria. Bien oiréis lo que decía: “Yo, como todos ustedes, estoy dispuesto a perseguir la corrupción donde aparezca, pero no podemos permitir que se escriba, otra vez de España, una Leyenda Negra”. Es decir, que en esa ocasión el presidente Rajoy apreciaba en todos los miembros de la Cámara —sin hacer acepción alguna de sus orientaciones políticas, ni de sus circunscripciones electorales de procedencia— la misma disposición que se atribuía a sí mismo, la de “perseguir la corrupción donde aparezca”.
El adverbio de lugar donde figuraba en esa frase sin señalar preferencia ni exclusión alguna, como si todos los diputados, unánimes, estuvieran dispuestos a perseguir la corrupción que pudiera aparecer, ya sea en las filas ajenas o en las propias. Si esa observación del presidente hubiera sido acertada habría desencadenado un gran avance, capaz de romper las actitudes habituales de los partidos políticos, que han probado tener vista de lince para detectar las corrupciones en las filas ajenas y ceguera penosa para pasar por alto las sucedidas en las propias, donde el buen sentido exigiría mayor severidad en la corrección de comportamientos irregulares. ¡Ah! si nuestros representantes electos fueran abnegados y austeros para afrontar la dureza de la vida política, tuvieran amor al servicio público, honrada ambición y constante deseo de ser empleados en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga.
¡Ah! si quienes se encuentran al frente de los partidos se supieran responsables de su buen gobierno, cuidaran de su adiestramiento, sostuvieran las facultades de cada uno de los miembros de su equipo, vigilaran que todos supieran cumplir sus obligaciones y que se atendieran los deberes señalados en la Constitución por todos los que les están subordinados. Buen momento para revisar cómo han de ejercerse las funciones del poder. El texto donde mejor parecen compendiadas señala que la condición esencial del que ejerce el poder es su capacidad para decidir; que su acción más eficaz se logra por el prestigio, la exaltación de las fuerzas morales y la preocupación por sus equipos, de forma que sirva de modelo. También sabemos que el prestigio de quien ostenta el poder deriva de su entrega, entereza moral, competencia y ejemplaridad; que debe mantenerse mediante el espíritu de sacrificio, el afán de superación y una dignidad intachable en todos sus actos.
Pero, sobre todo, conviene recordar que la responsabilidad de quien se encuentra al frente del Gobierno o de una formación política no es compartible, de modo que en su desempeño nadie puede excusarse con la omisión o descuido de sus subordinados en todo lo que pueda y deba vigilar por sí mismo, en la inteligencia de que solo a él se le hará cargo de la decisión que adopte. Quien pensare que disimular las faltas contribuye a elevar la moral de los equipos yerra de manera grave. Dice el artículo sexto de la Constitución que los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política y que su creación y el ejercicio de su actividad son libres y que su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos. La distancia de este enunciado con la realidad observable deja ver la tarea pendiente que se impone cumplir.
Pero qué es eso de presentarse bajo el acoso de la Leyenda Negra. Aquí no hay más leyenda negra que la escrita como siempre por los propios españoles, la cual suficientemente reiterada acaba transmitiéndose por ósmosis a un ámbito que nos sobrepasa. Pero, además, los casos que ahora están ardiendo no son simulaciones son hechos verificables que nos avergüenzan y por cuya sanción nada se hace. Es inaceptable seguir manteniendo que se trata de excepciones cuando todos los tesoreros que se han sucedido desde la invención de esa formación política —Sanchís, Naseiro, Lapuerta y Bárcenas— se lo han estado llevando crudo. Estamos ante una regla de comportamiento que se ha mantenido decenas de años mientras la dirigencia miraba para otro sitio. Señálense las diferencias que sean del caso pero el asunto de los ERES y el Gobierno andaluz de José Antonio Griñán tampoco tiene un pase, ni las amistades con barcos por medio de Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia. La medicina necesaria es separar a los abusadores.
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