Cristina zozobra en aguas turbias
La élite de Palma rumia cómo comentar la imputación de la Infanta sin salpicar a la familia real “Esto no es bueno para nadie” dice el presidente del Club Náutico
Lo tenía todo para disfrutar de la privilegiada existencia de una princesa sin trono. Disponía de todo el brillo y la consideración social de una heredera y ninguna de sus enojosas servidumbres. Gozaba, además, una feliz vida familiar con su apuesto marido y sus cuatro preciosos hijos. Pero todo eso es pasado. Cristina de Borbón y Grecia, de 47 años, la hija mediana del Rey, la más fotogénica, la más cosmopolita, la primera universitaria de la Monarquía española, pasará a la historia, también, como la primera imputada por la Justicia. Su presunta cooperación —ciega o cómplice— en el desvío de fondos públicos presuntamente cometido por Iñaki Urdangarin, su amado esposo, el hombre que la volvió del revés, la han expulsado del paraíso.
La vida es bella y sencilla sentado al sol en la terraza del Real Club Náutico de Palma. Bronceadísimos hombres y mujeres almuerzan los platos de un menú que concluye con un sorbete de mandarina. Adolescentes de flequillos extralargos zanganean por el gimnasio. Parece que nada malo, feo o sórdido pueda suceder en esta atalaya con vistas a los espléndidos barcos atracados en las 900 plazas de una de las marinas más exclusivas del mundo. Un puerto en el que, por muy bien dragadas que estén, sus aguas no llegan a ser tan claras como para desear bañarse en ellas.
Quizá por eso tiran a la piscina del Club, y no al mar, a los ganadores de la Copa del Rey de Vela. Todos recordamos a don Juan Carlos, muerto de risa, siendo arrojado al agua por la tripulación del Bribón. Seguro que Cristina también acabó chapuzándose muchas de las jornadas que pasó bregando el Azur de Puig, el barco de la clase IMS, con el que tanto regateó en ese certamen. Puede que fuera aquí donde pasara los días más felices de su juventud. Aquí vivió sus primeras fiestas con su amiga Marta Mas, armadora del Azur, y sus primeros amores con el regatista olímpico Fernando León. Era aquí, lejos del escrutinio de Madrid, donde la dulce Cristina, aparentemente más tímida, más modosa, menos Borbón que su hermana Elena, se soltaba el pelo.
Javier Sanz, empresario y presidente del Club Náutico, que recuerda a aquella chica alta y rubia como si la estuviera viendo, no da crédito a lo que oye. Cristina, imputada. Como si ambos términos no casaran en la misma frase. “Esto no es bueno”, musita, “esto no es bueno para nadie”. Luego dirá aquello de la presunción de inocencia y el respeto a la justicia. Pero se le ve tocado. Ayer, muchos políticos y empresarios, el quién es quién de la isla, tenían el mismo dilema. Estupefactos por una decisión que no esperaban, rumiaban cómo valorar la imputación judicial de Cristina sin salpicar a la familia real, auténtica familia sagrada para muchos mallorquines, agradecidos con el “compromiso” del Rey con la isla. “Con la justicia no se juega. A Mallorca no le convienen en absoluto estas cosas”, dijo, atónito, eso sí, Pedro Serra, propietario de Última hora y auténtico capo de la prensa local. Serra, que con 84 años sigue yendo a la redacción, tenía a todos sus periodistas echados a la calle para llenar sus periódicos con todos los detalles de la caída de Cristina. Una cosa no quita la otra.
En la ciudad, a pie de acera, la gente, igual de pasmada, estaba más locuaz. “Ay, la pobre Reina, con lo que sufre una madre por sus hijos”, soltaba una señora madura preguntada a las puertas de El Corte Inglés de Jaime III, donde fue vista doña Sofía en compañía de su hermana, Irene, durante la pasada Semana Santa que, ella sí, pasó íntegra en Marivent y no como los Príncipes de Asturias, que solo acudieron a Palma para hacerse la foto en la Misa de Pascua de la Catedral. “Estaban tardando en imputarla”, dice, sin embargo, un recepcionista de hotel de 27 años. Y se explica: “Los jóvenes tenemos el futuro hipotecado, y ellos, teniéndolo todo, por avaricia, nos roban el presente. No me alegro, pero tampoco me da pena”.
No consta cómo se siente la aludida, pero lo que es evidente es que es la sombra de la regatista del Náutico. Demacrada, con dos dedos de raíces en su antes impecable melena rubia, abandonado cualquier intento de elegancia y estilo, su imputación por el juez Castro sugiere que Cristina nadó en aguas más turbias que las del puerto. Y que ha zozobrado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.