¿Espías o trabajas?
Si solo el escándalo mueve la vida política, se considerará normal recurrir a detectives
La frontera de lo inverosímil sigue retrocediendo. Los partidos catalanes no es que se espíen entre sí, sino que encargan a una agencia de detectives que espíen a sus rivales. ¿Que cómo hemos llegado a esto? Pues como a otras cosas: poco a poco y en un clima de pérdida del sentido de los límites (ejemplo: Urdangarin).
Los cambios de presidente casi siempre se han producido en un contexto de escándalo y crispación. Ello ha llevado a que cada vez sea más relevante entre los afanes de los partidos el descubrimiento y explotación de asuntos susceptibles de convertirse en escándalos. Estos son más probables en situaciones de mayoría absoluta: por la sensación de impunidad de los que gobiernan y porque los que aspiran a sustituirles no ven otra posibilidad de hacerlo a corto plazo que conseguir un buen escándalo que obligue a dimitir al presidente del Gobierno.
La muy generosa financiación pública ha permitido la profesionalización de cuadros políticos de origen modesto; pero el aumento desmesurado de ingresos públicos y privados ha provocado que el principal trabajo de muchos dirigentes en los distintos niveles ya no sea el debate y la elaboración política, o la organización de actos públicos, sino el encargo de esas tareas a especialistas externos: estudios, informes, discursos. Y desde que los escándalos potenciales pasan a ser algo esencial se ha considerado lógico que su descubrimiento también se encargue a profesionales: a detectives de una agencia. Incluso para disponer de munición con vistas a las batallas internas.
Entre el material encargado a la agencia Método 3 se ha citado un informe sobre el cultivo de la avellana, por el que se pagaron 30.000 euros. Al parecer forma parte de aquel paquete de miles de estudios encargados por el segundo Tripartito sobre temas tan esotéricos como la almeja brillante, un tipo especial de murciélago o la opinión de los columnistas catalanes sobre el Govern de entonces. Lo singular del informe de la avellana, relacionado con subvenciones a su cultivo, es que se encargase a una agencia de detectives.
Parece una broma, pero también lo parecía que Álvaro Pérez, El Bigotes, cabeza visible de la trama Gürtel en Valencia, declarase al juez que su organización llevaba “el día a día del partido”, organizando los “mítines, ruedas de prensa, presentaciones” del PP en esa comunidad.
Como explicó con detalle Fernando Jiménez (Detrás del escándalo político. Tusquets. 1995), no todo caso de corrupción se convierte en escándalo; un mismo comportamiento puede ser considerado normal o tolerable en un momento dado, e inaceptable unos años después. Ello depende en parte de la actitud de los medios, pero también de factores objetivos, como la situación económica: con seis millones de parados y el progresivo empobrecimiento de las clases medias, episodios de despilfarro o corrupción provocan ahora mucha más irritación y tienen más posibilidades de convertirse en escándalos.
En todo caso, parece una simpleza preguntar, como Francesc Homs, por qué las escuchas se difunden ahora y no hace dos años, y deducir que es una maniobra contra el proceso soberanista; o insinuar, como Duran i Lleida, que el CNI podría estar detrás del escándalo. Es cierto que se ignora más de lo que se sabe, pero casos como el del exconsejero de Interior, Felip Puig, que ha dado verosimilitud a la información de haber sido espiado por cuenta de un sector de su partido, aconseja relativizar esas sospechas. Las cuales vuelven a servir de pretexto para que la Administración catalana se desentienda de los gravísimos episodios de corrupción política en cuyo marco se inscribe el espionaje.
Uno de los efectos del deslizamiento de la política hacia lo escandaloso es la tendencia a que en el debate político se pase directamente a pedir dimisiones, plantear querellas, romper relaciones. Felipe González se ha mostrado reticente al paso dado por Rubalcaba de exigir la dimisión de Rajoy porque un presidente con el lastre del caso Bárcenas a sus espaldas está incapacitado para gobernar. Es un argumento de peso, pero extemporáneo mientras no haya una actuación judicial que avale que Rajoy ha mentido al negar de plano haber recibido sobresueldos.
Puede ser también un error político, por mucho que en Sevilla, dos días después, coincidiendo con el primer aniversario de su elección como secretario general, Rubalcaba fuera ovacionado por los miembros de la ejecutiva del PSOE, que elogiaron su contundencia. El problema que se le presenta es cómo hacer compatible, en el debate de hoy, ese “váyase señor Rajoy” con el emplazamiento a un acuerdo entre PP y PSOE sobre la salida de la crisis que según las encuestas reclama la mayoría de los españoles; y más ahora que Rajoy está flexibilizando su apuesta monolítica por la austeridad caiga quien caiga.
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