El rey virtual
En las últimas semanas la monarquía se ha hecho un lifting estético y comunicativo Se ha estrenado web y un canal YouTube con los discursos en todas las lenguas oficiales
El poderoso y profesional equipo de comunicación y de estrategia de la Casa Real se ha empleado a fondo. El deterioro de la Corona y, en particular, de Juan Carlos I ha obligado a cambios que, quizás, deberían haber entrado dentro de la normalidad, más que ser percibidos como excepcionales o novedosos. Una ofensiva pública, orientada hacia la proximidad, la transparencia y un renovado protagonismo, ha guiado los calculados movimientos de la institución.
En las últimas semanas, la monarquía se ha hecho un lifting estético y comunicativo: ha estrenado web (con el blog del monarca, que continúa con un único texto colgado el pasado 18 de septiembre), un canal de YouTube (con todos los mensajes de Navidad del reinado), con una oportuna acción de reconocimiento a la pluralidad lingüística y cultural de España al presentar, en las lenguas oficiales del Estado, el texto de su alocución en Nochebuena. Juan Carlos I es ya un rey virtual en búsqueda del reencuentro con la realidad perdida.
Según los responsables de este diseño, los resultados de este esfuerzo planificado, que ha afectado a la agenda, los gestos, los mensajes y la estética, han empezado a notarse. Hace unas semanas se ha sabido que la Casa Real dispone de encuestas internas (que deberían ser públicas, ya que son financiadas con recursos públicos, y más ahora que conocemos la abstención del CIS con relación a preguntar por la Monarquía) que mostrarían que “lo peor ya ha pasado” en relación con la crisis de Botsuana. Aunque la irritación y el malestar persisten, según las mismas fuentes de La Zarzuela, con la brecha abierta por el comportamiento “no ejemplar” de Iñaki Urdangarin. ¿Tan fácil? ¿Se trataba de un tema de opinión pública y de maquillaje modernizador y tecnológico, simplemente?
Creo que la complejidad política, que roza la parálisis o el bloqueo, de nuestra realidad obliga a aceptar que España, en su conjunto (y con ella, la Corona y todo nuestro sistema y arquitectura institucional) necesita un “reset” inaplazable. Y las palabras son claves. Lo que se omite no deja de existir. Lo que se ignora se recrudece. Lo que se insinúa, no siempre es suficiente.
En su discurso, el Rey ha omitido las palabras paro, corrupción y desahucios, por ejemplo. Tampoco ha citado, ni una sola vez, a la Constitución. Y han caído del discurso las menciones directas a su familia, a la Reina o al Príncipe. Por no aparecer, no aparece ni la inevitable palabra “unidad” (de España), ni la tradicional referencia a nuestras Fuerzas Armadas en el exterior. Algunas plumas de salva patrias excitadas se van a afilar. Este discurso puede valer más por lo que no dice (y por qué), que por lo que dice. Todo muy pensado.
Esta estrategia de no quedar asociado a los temas o conceptos más preocupantes (o cuestionados), o que chirrían en el subconsciente de muchas personas en nuestra sociedad, y de buscar la centralidad con interpretables críticas a diestro y siniestro, es hábil. Pero no es suficiente si se quiere liderar, más que sobrevivir. Es ventajista… y puede tener algún efecto imprevisto de rechazo.
El Rey, consciente —y aprovechándose— de la debilidad de la política formal, busca en la calculada crítica y reivindicación hacia ella una redención (personal) y una reubicación (institucional) de su figura y de su papel. Pero no se trata de su imagen, sino de su responsabilidad de lo que hay que preocuparse, y cuidarse. Esta noche saldrá bien parado, seguramente. Pero, Majestad, la cuestión es salir del “paro” laboral, económico, político, institucional y social en el que está, seguramente, la sociedad española. España está off, necesita reiniciarse.
La sutil, pero intencionada, reflexión sobre la “política grande que supo inaugurar una nueva y brillante etapa integradora en nuestra historia”, que reivindica el Rey en su intervención, es una invitación, fundamentalmente, al pacto bipartidista, propio de los momentos excepcionales en los que la Monarquía ha jugado un papel decisivo e histórico. “Austeridad y crecimiento deben ser compatibles”, ha dicho, buscando la equidistancia. El Rey no se está retirando, más bien parece todo lo contrario: quiere volver y ocupar un renovado protagonismo. Reivindicando la Transición que no menciona, se reivindica a sí mismo.
Hace unas semanas, el Monarca, en su viaje a la India se quejaba de la melancolía y del pesimismo de nuestra sociedad: “Los españoles nos metemos el cuchillo. Desde fuera, España se ve mejor, sales más contento de la imagen de España. Dentro, dan ganas de llorar, todo son penas, pero tenemos que sobrellevarlas” decía en Nueva Delhi. Quizás por esta razón, el Rey ha recorrido, recientemente, más de 70.000 kilómetros proyectando la ‘Marca España’ fuera de nuestras fronteras, en Brasil, Chile, Rusia e India. Y, según previsiones, viajará el año que viene a China, único destino que falta por visitar de los BRIC —países emergentes—.
Dice el Monarca: “Frente a este pesimismo, como frente al conformismo, cabe encontrar nuevos modos y formas de hacer algunas cosas que reclaman una puesta al día”. ¿A qué se refiere? ¿Está dispuesto el Rey a hacer un último —y decisivo— servicio a su país (tras treinta y siete años de reinado), auspiciando un período de cambios de fondo a través de “nuevos modos y nuevas formas”? Las formas, en política, son fondo. Lo sabe bien la Casa Real, que vive y se nutre de legitimación a través de la representación simbólica y de la gestualidad ejemplar. Esta noche, el Rey virtual ha ensayado su ambicionado y deseado nuevo papel. La realidad espera, impaciente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.