Báñez se mete en todos los charcos
Los deslices y las consignas de la ministra de Empleo disparan la crítica de la oposición
La noche del 25 de marzo fue una de las más amargas del PP andaluz. Contra todo pronóstico, no logró la mayoría absoluta. En el balcón de la sede del partido, en Sevilla, el líder popular, Javier Arenas, lanzó un discurso emotivo. A su derecha, el ministro de Hacienda, un circunspecto Cristóbal Montoro. A su izquierda, Fátima Báñez hacía suya la máxima de que cualquier noche electoral es un éxito: con una amplia sonrisa, jaleaba a unos 300 simpatizantes del PP hasta el límite del desconcierto. No sería la primera vez, ni la última, que la ministra de Empleo estiraría las consignas hasta despegarse de la realidad.
La última ha sido esta misma semana, en el Congreso: “Estoy convencida de que los pensionistas van a valorar de forma positiva el esfuerzo y el ejercicio de responsabilidad del Gobierno”, dijo sobre la decisión del Ejecutivo de no actualizar las pensiones al desvío de la inflación. Lo que Báñez reclamaba es que los jubilados aprecien que se subirán las pensiones entre un 1% y un 2% en 2013. Pero, también, que olviden que acaba de anular una revalorización del 1% al 2,9%, una pérdida de poder adquisitivo que se perpetuará en los próximos años.
Las palabras de la ministra inflamaron a la oposición, varios portavoces pidieron su dimisión. La ministra encajó como pudo, culpó de todo a la gestión del anterior Ejecutivo socialista y llegó a decir que la reforma laboral del PP había permitido “ralentizar la destrucción de empleo”.
Báñez ya hizo gala de optimismo irredento en el arranque de su mandato, cuando el recién llegado Gobierno del PP anunciaba otra recesión. “2012 debe ser el año de la esperanza en el empleo”, afirmó a la semana de ser nombrada. Lo decía tras un año que cerró con 5,3 millones de desempleados y una tasa de paro del 23%. 2012 acabará con seis millones de parados y una tasa cercana al 26%.
“Siempre preferiré un acuerdo, aunque sea parcial, a una reforma por decreto”, dijo también aquellos días. La afirmación encajaba con los adjetivos de dialogante y trabajadora que se había ganado tras 11 años como diputada popular por Huelva en el Congreso. Su nombramiento como ministra fue una sorpresa relativa: pertenecía al equipo de Soraya Sáenz de Santamaría y había trabajado mano a mano con Montoro. Pero Báñez, licenciada en Economía y Derecho, nunca había desempeñado cargo de gestión alguno, ni se le conoce actividad profesional más allá de la que desempeñara en el grupo empresarial familiar.
La reforma laboral acabó siendo por decreto. Y del supuesto diálogo con los sindicatos dan cuenta dos huelgas generales en menos de un año. O que los líderes de CC OO y UGT se enteraran de que no iban a actualizarse las pensiones apenas media hora antes del anuncio oficial.
Báñez está siempre entre los ministros peor valorados en los sondeos. Que sea la cara de la reforma laboral, o que acabe de mermar el poder adquisitivo de los pensionistas, no ayuda. Pero lo que la ha convertido en un blanco más fácil para la oposición es un combinado de frases inoportunas, decisiones en las que se confunde la ministra con la militante, optimismo imposible y noticias sorprendentes.
Apenas dos días antes de las elecciones andaluzas, la Junta Electoral Central obligó a retirar un vídeo de Empleo vendiendo los supuestos logros de la reforma laboral, muy similar a los mensajes de campaña del PP andaluz. Más evidente resultó la filtración, desde el correo electrónico de la ministra, de datos del ERE que acababa de presentar el PSOE al diario La Razón.
De su afición a forzar el argumentario del partido es buena muestra esta declaración de octubre, tres días después de que se informara del peor trimestre para el empleo fijo: “Estamos saliendo de la crisis, vemos señales muy esperanzadoras”. En alguna ocasión, las palabras se le han vuelto como un bumerán. Báñez acaparó el rédito político de prorrogar la ayuda de los 400 euros. Pero el ejemplo que puso para explicar los nuevos límites de la ayuda —aseguró que antes la recibían los hijos de familias que cobraban 8.000 euros al mes— fue tan alejado de la realidad, que desvió la atención. Cosechó un efecto similar cuando declaró que “para el Gobierno, son también personas aquellas que se van al paro en el sector público”. Las contradicciones también dan juego. A Iberia le ha pedido “sensibilidad” en la aplicación de la reforma laboral para “evitar el despido” de 4.500 empleados.
La ministra pareció olvidar que era ministra cuando su cuenta de Twitter difundió un mensaje con el resultado de un popular juego, en junio, apenas un día después del rescate a la banca. “Fue una travesura infantil”, aseguró. Las críticas en las redes sociales arreciaron, se popularizó la expresión “hacerse un #FátimaBáñez”. O cuando agradeció, emocionada, el “capote” que acababa de echar la Virgen del Rocío a los onubenses “en la salida de la crisis”, tras la decisión del Gobierno de dar desgravaciones fiscales a las empresas que participaran en la celebración. Una anécdota en palabras de un dirigente local, una noticia en palabras de una ministra.
Y, si queda algún charco por pisar, otros miembros de su departamento se ponen las botas de agua. El secretario de Estado de Seguridad Social, Tomás Burgos, falseó su currículo para decir que era médico. José Manuel Castelao, nombrado por Báñez presidente del Consejo de Ciudadanía en el Exterior, dimitió tras decir: “Las leyes son como las mujeres están para violarlas”. A la ministra se le atribuye incluso que relacionara la salida de jóvenes al extranjero para buscar trabajo con “el impulso aventurero de la juventud”, una expresión de su secretaria general de Emigración, Marina del Corral.
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