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-“¿Tu padre no es el jefe de policía?” -“Y mi tío, el jefe talibán”

EL PAÍS acompaña a una patrulla española en la Ruta Sulphure (Afganistán)

Miguel González | Enviado especial
Militares españoles procedentes de Qala-i-Naw recorren a pie ante un grupo de afganos la localidad de Moqur, anclada en la Edad Media.
Militares españoles procedentes de Qala-i-Naw recorren a pie ante un grupo de afganos la localidad de Moqur, anclada en la Edad Media.CLAUDIO ÁLVAREZ

“El valle de Darreh-ye Bum es como Afganistán en miniatura. Todos están con el Gobierno y todos simpatizan con los talibanes”, afirma el capitán Pablo Torres. ¿Y eso qué significa? “Que la gente tiene que sobrevivir y cada mañana da gracias a Dios por ver de nuevo el sol”, explica el subteniente Ángel Ortega. Varios niños tiran piedras contra un vehículo del Ejército español y, cuando el soldado les recrimina su conducta, le piden galletas. “¿Tu padre no es el jefe de policía?”, le pregunta el militar. “Mi tío es el jefe talibán”, contesta. Ambas cosas son ciertas.

 En noviembre pasado, se inauguró una nueva escuela en Darreh-ye Bum, con fondos donados por Caja Extremadura. A principios de año cerró sus puertas y así siguen hasta hoy. Los talibanes secuestraron una noche a los maestros y, aunque al poco tiempo los dejaron en libertad, no se les ha vuelto a ver por el pueblo. En febrero, los militares españoles cedieron la base de Darreh-ye Bum a un kandak \[batallón\] del Ejército afgano, pero la reapertura de la escuela no figura entre sus prioridades.

Una patrulla de la Brigada Paracaidista recorre a pie las calles polvorientas de Komuri, una aldea anclada en la Edad Media a mitad de camino entre la capital provincial, Qala-i-Naw, y la base Ricketts, en Moqur. Los militares españoles charlan con un notable local, que desgrana su lista de peticiones. Se queja de que algunos pozos no funcionan. El subteniente Ortega le interrumpe: todos los pozos comunales han sido reparados con fondos de la cooperación española. Pero eso no incluye los pozos de propiedad privada y el que no funciona es del notable.

El capitán Torres se interesa por los problemas de seguridad en la zona. Los aldeanos no quieren hablar del tema. “Todo va bien por aquí, de nosotros no se acuerda nadie”, responde el notable. Finalmente, reconoce que hace un mes los talibanes robaron un vehículo cargado con arena. Solo al cabo de un rato añade que, además de su carga, los talibanes se llevaron también al conductor. ¿Lo han denunciado a la Policía?, interroga el capitán. La respuesta afirmativa no le deja muy convencido.

Durante el trayecto por la ruta Sulphure, 35 kilómetros entre Qala-i-Naw y Moqur que se tarda cuatro horas en recorrer, los soldados españoles permanecen alerta. Una motocicleta cargada con un fardo representa una amenaza y el terreno removido junto a la pista de grava puede esconder una trampa. El pasado día 4, un artefacto improvisado (IED) con unos 15 kilos de explosivo destrozó el motor de un blindado RG-31 a solo dos kilómetros de la base Ricketts. “Fue mala suerte, deberíamos haberlo visto”, se lamenta un conductor. Fue buena suerte, los siete ocupantes salieron ilesos. Peor les fue a los cinco militares afganos que esta misma semana perdieron la vida en las proximidades de Moqur por la explosión de dos minas.

Los talibanes emplean tablas de madera en vez de platos metálicos para que los IED se activen al pisarlas, lo que dificulta su detección, y los últimos artefactos estaban cargados con explosivo militar, y no casero como hasta ahora. ¿De dónde lo sacan? El subteniente Ortega se encoge de hombros. Esta es tierra de contrabandistas y su negocio incluye tanto opio como armas. El comandante Alberto Fajardo reconoce que los ataques con IED se han incrementado, pero asegura que se trata de un fenómeno “cíclico”: se acerca el invierno y los insurgentes echan el resto antes de que la nieve limite su movilidad.

El COP (Puesto de Combate Operativo) Ricketts ha sido construido por el Ejército norteamericano sobre un fortín inglés que data de las guerras anglo-afganas del siglo XIX, cuando los imperios ruso y británico chocaron en este país frontera entre Asia Central y el subcontinente indio. La Legión española, que tomó el relevo a los militares norteamericanos, lo ha reforzado con grandes bloques de hormigón armado y junto a las tiendas de campaña donde duermen los soldados hay refugios. Hasta ahora, no han tenido que utilizarlos. En agosto, un cohete de fabricación china cayó a unos 250 metros del cuartel. Los puestos de observación que el Ejército afgano ha situado en las lomas que lo rodean parecen haber alejado el peligro.

Los dos heridos que la Brigada Paracaidista ha sufrido desde que llegó a Afganistán, en junio pasado, lo fueron por disparos de armas ligeras. Un militar resultó alcanzado en julio en una pierna y otro, en agosto, en un costado. Afortunadamente, ninguno de gravedad. El último incidente, sin bajas, se produjo el pasado día 10, cuando fueron tiroteados mientras intentaban desactivar un IED.

La suerte es el mejor aliado en una guerra, una vez que se han aplicado a rajatabla los preceptos de la instrucción rigurosa y la preparación concienzuda. El otro aliado indispensable es la complicidad de la población. “El pueblo afgano es el factor más importante de este conflicto, ganárselos es la clave del éxito”, asegura el comandante Torres. Pero ¿quién puede estar seguro de qué lado está?

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Sobre la firma

Miguel González | Enviado especial
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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