“¿Sindicatos aquí? ¿Para qué?”
El buque insignia de Adelson es el único de la ciudad de Las Vegas que prohíbe a sus trabajadores afiliarse
La oferta de casinos en Las Vegas es tan variopinta como los millones de visitantes (38,9 en 2011) que cada año acuden en masa a Sin City, la Ciudad del Pecado. Frente a clásicos como el Flamingo, que el gánster Bugsy Siegel abrió en 1946, la fórmula decadente del Luxor o la apuesta hortera y de cartón-piedra de Harrah’s, el Venetian-Palazzo es una de las paradas obligadas de la avenida principal o strip (un nombre perfecto por la cantidad de soñadores que terminan allí desplumados).
La atracción que genera el buque insignia de Las Vegas Sands comienza en el exterior mismo, con una recreación a escala natural de Venecia, incluidos sus canales y gondolieri de acento italiano y O sole mio. La fórmula se repite, una vez dentro, en el Grand Canal Shoppes, instalado en la primera planta del recinto, donde 80 tiendas de marcas de lujo al alcance de muy pocos se suceden bajo un techo que simula un atardecer. “El precio de nuestras habitaciones es asequible para todos los bolsillos, oscila entre los 160 euros de la suite Veneciana Deluxe o los 200 de la suite Veneciana Bella con vistas, depende de la época del año, si es entre semana”, explicaba un encargado del establecimiento en agosto.
Otra opción más barata —y menos lujosa— es el New York New York, a 60 euros la noche. “La idea es que el alojamiento, por lo general, sea barato para que los clientes se gasten el dinero apostando, en los restaurantes o yendo a espectáculos”, observa un responsable de este hotel. “Donde no encontrará diferencias es en los aparcamientos: todos son gratis, ni siquiera hay que sacar ticket a la entrada. ¡No se pare aquí, párese el tiempo que quiera en las tragaperras!”, ríen en uno de ellos, donde están acostumbrados al deslumbramiento inicial de los turistas que llegan a Las Vegas al anochecer, tras padecer en muchos casos los rigores del valle de la Muerte o el desierto de Mojave.
Acabadas las semejanzas, comienzas las diferencias. El Venetian-Palazzo destaca por unas cuantas. Para empezar, porque sus trabajadores no están sindicados. “¿Para qué vamos a querer sindicatos aquí? No nos hacen falta, ganamos buena plata”, dice un cajero mientras cambia a dólares un montoncito de fichas ganadas en la ruleta. Adelson siente una especial antipatía por los sindicatos: su casino es el único de todas Las Vegas que prohíbe a sus trabajadores afiliarse a Culinary 226, el mayoritario del sector. “¡La acera es mía!”, llegó a proferir el multimillonario para fulminar un conato de manifestación fuera del Venetian. Y lo llevó ante la justicia (perdió).
En sus negocios tampoco se ve, como en la competencia, a bailarinas ligeras de ropa contoneándose con un toque de cabaré por pasarelas a un metro de altura mientras los forasteros se juegan los dólares al blackjack. “Y claro, muchos pierden porque se descentran y se despistan”, guiña un ojo un trabajador del Oh París, una imitación de la capital francesa —con torre Eiffel—. “Los jefes creen que no hay que mezclar esas cosas, por eso la recepción del Venetian no está rodeada de tragaperras, como pasa en otros locales... Damos un poquito de aire a la clientela, que se vaya adaptando”, apunta un empleado. “Por cierto, dicen que vamos a abrir en Madrid... Eso sí que estaría bien lindo”, añade.
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