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“Me quemaron vivo, no les perdono”

La decisión del hospital de Getafe de devolver a Melilla a un inmigrante sin papeles al que abrasaron en esa ciudad puede desatar “una ola de venganza interétnica”. Patrick Hervé ha pedido al centro que le siga cuidando hasta que pueda valerse por sí mismo

Patrick Hervé, en el Hospital de Getafe.
Patrick Hervé, en el Hospital de Getafe.

Desde niño, Hervé Patrick abrigaba un sueño: vivir en Madrid. Y no solo por estar cerca del equipo de fútbol que hacía sus delicias cuando lo veía jugar por televisión desde su país natal, Camerún. También para trabajar y mandar dinero a su madre y tres hermanos. Su familia es muy pobre. Con 19 años, y tras una larga travesía de 18 meses África arriba, logró entrar en Melilla. Como otros muchos inmigrantes sin papeles, saltando la valla. Pero quedó encajonado en los 14 kilómetros cuadrados que ocupa Melilla a la espera de ser repatriado. Tras dos años cercado, su sueño de alcanzar Madrid casi se había desvanecido.

Un crimen horrendo le ha trastocado la vida. Cuando hace unas tres semanas abrió los ojos, tras cerca de tres meses en coma, se halló en una unidad de cuidados intensivos, envuelto en metros y metros de vendas y conectado a un sinfín de aparatos. Preguntó y las enfermeras le dijeron que estaba en Madrid. En la unidad de grandes quemados del hospital madrileño de Getafe.

Patrick no recordaba nada. Ni qué hacía allí ni cómo había llegado a Madrid. Le explicaron que un helicóptero lo trajo desde Melilla, el pasado 5 de mayo. A su lado, Herminie, su madre, lloraba de alegría: su hijo, por fin, había regresado a la vida. Pero también estaba traspasada de dolor por cómo unos criminales le habían dejado el cuerpo: mientras dormía quemaron una de las chabolas de cartones, con él dentro, levantadas por inmigrantes cerca del centro de refugiados de Melilla.

El fuego arrasó el 60% de la superficie de su piel, con un 50% de quemaduras muy profundas. Al despertar, casi empapelado en vendas, se asustó de sí mismo. Los dedos de su mano estaban amputados. Se habían transformado en una suerte de muñón de un color muy negro, más aun que el de su piel. Su color fue supuestamente la causa que llevó a dos árabes de Melilla, que ahora están presos, a prender fuego a la chabola en la que esa noche dormía. Ese día se produjo un enfrentamiento entre argelinos y cameruneses en Melilla. En la trifulca ardieron 21 chamizos. Él estaba dentro de uno, ajeno al espanto que se vivía fuera.

Patrick ni siquiera recuerda que salió de ella envuelto en llamas y dando gritos desgarradores. Unos policías vieron a lo lejos una bola de fuego que se movía. La apagaron con los extintores del coche. “Patrick fue víctima de una agresión de odio motivada por un conflicto interétnico que debe ser investigado a fondo. Le quemaron mientras dormía; él no tuvo nada que ver con esa bronca. Los que lo hicieron fueron a quemar negros, sin más”, subraya Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, que se va a personar en las diligencias por intento de asesinato que tramita el Juzgado de Instrucción 3 de Melilla.

Patrick lo corrobora desde la cama del hospital: “Me quemaron vivo, yo no hice nada; y no perdono a los que me hicieron esto, que los juzgue Dios”, reflexiona. Es un joven de 21 años, corpulento, 1,80, ojos grandes. Ya arrastra cinco operaciones. La última, hace apenas diez días, en la cabeza. Le han hecho autoinjertos en distintas zonas del cuerpo. Las piernas y dedos los tenía achicharrados, y parte de la espalda y el estómago. Por sí mismo no se puede mover, ni hacer sus necesidades básicas.

Siempre a su lado, desde hace un mes, su madre, que ha dejado a sus otros tres hijos pequeños en Camerún al cuidado de vecinos y su hija mayor. La mujer solo habla francés. Hermine pidió prestado dinero para viajar a Madrid. El próximo día 31 expira el visado humanitario que le facilitó el Gobierno español.

Hermine y Patick volvieron a llorar el pasado jueves. Las congojas van por dentro y a veces estallan, aunque ella finge sonrisas para animarle y sacarle de la depresión. "Cuando despertó del coma, me dijo que para estar así hubiera preferido morir", cuenta la madre. Patrick la oye hablar, pero su mirada parece perdida. En el helicóptero le trajeron en una caja de madera, casi desahuciado. El llanto del jueves, de alegría, quedó borrado el sábado, de amargura. Él y su madre llevaban días nerviosos porque el hospital les había avisado de que el jueves, 16 de agosto, debía dejar el hospital e instalarse en un centro que hay en Getafe perteneciente a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Una ONG.

Patrick es un inmigrante sin papeles y, por tanto, también, posible diana de la ley del Gobierno que deja sin seguro médico a los sin papeles. Pero no fue este el motivo esgrimido por el hospital. La razón es que su evolución clínica era positiva y que el resto de cuidados podía realizarlos sin necesidad de estar ingresado, como cualquier otro paciente. Pero la ONG comunicó al hospital que no disponía de medios para atender a un gran quemado como Patrick. Ni siquiera dispone de un vehículo para llevarlo a las imprescindibles curas periódicas antiinfecciosas, el ogro de las quemaduras. ¿Quién iba a cuidarle en la ONG? ¿Quién le llevaría a las curas? ¿En qué vehículo? ¿Quién le ayudaría allí levantarse para hacer sus necesidades, para comer…?

Justo cuando una ambulancia esperaba el jueves a Patrick para llevarlo al citado centro de refugiados, la dirección del hospital se lo repensó in extremis y decidió mantenerle bajo su cuidado. Hasta que pudiera valerse por sí mismo, según informaron los médicos a la familia. “Hubiese sido absurdo que el mismo hospital que le salva la vida y le tiene varios meses cuidándole, luego lo deje en una ONG sin medios sanitarios y expuesto a cualquier infección”, señalaba Ibarra el jueves, satisfecho. También le avanzaron que cuando pudiera valerse por sí mismo le llevarían al de Navalcarnero, para continuar con las curas.

Pero la del jueves fue una alegría efímera. Solo duró 24 horas. El hospital cambió de planes el sábado. Un médico acudió a su habitación y le comentó que se preparase, que el lunes a las once de la mañana le llevarían de vuelta a Melilla. “No han dicho a dónde, ni cómo. No sabemos si lo llevan al hospital de allí, que no tiene servicio para grandes quemados, o al centro de refugiados, que tampoco está preparado. Y, además, ¿qué va a pasar con la madre, que no tiene papeles, ni habla español y allí no conoce a nadie”, denunció ayer Ibarra a EL PAÍS. Y añadió: “Es la peor decisión que podía tomar el hospital de Getafe, y puede tener consecuencias legales”. Y no solo eso: “Llevar de vuelta a Patrick a Melilla es muy peligroso, y no solo para su salud: cuando vean sus paisanos las grandes quemaduras de su cuerpo, se puede desatar una ola de venganza interétnica; y más como está Melilla estos días”. La madre de Patrick escribió ayer una carta al director del hospital en la que se opone a viajar con su hijo a Melilla. "En Madrid tenemos a un paisano, pero en Melilla me veré sola y sin apoyo de nadie", explica Heminie. "Sólo nos iremos si es por la fuerza", destaca.

Si nada cambia, Patrick, pues, tendrá que dejar Madrid sin haber visto su anhelado Bernabéu. Nunca había estado tan cerca, ni tan lejos.

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