Quince años después
En el aniversario de Miguel Ángel Blanco persiste la deshumanización que causó su muerte
La sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha caído en un mal momento. Ciertamente, nada le obligaba a respetar una fecha determinada, pero la consecuencia de haber coincidido con el aniversario del secuestro de Miguel Ángel Blanco, por lo visto y oído en Euskal Telebista, es que en vez de reflexionar sobre el alcance del crimen, quienes lo aprobaron en silencio entonces pueden ver confirmada la idea de que el culpable de todo es el Estado español, y que Europa les da la razón. Siniestro, pero así ha sido.
Por lo demás, la resolución favorable a Inés del Río se encuentra dentro de lo que cabía esperar, teniendo en cuenta el espíritu de la ley que inspira la Carta Fundamental de Derechos Humanos de la Unión Europea. Si en su artículo 49 se dispone que la ley a aplicar será la vigente en el momento de ser cometida la infracción, salvo en el caso de que con posterioridad una nueva ley resultara más favorable para el condenado, cabe deducir que si por el contrario la nueva norma le perjudica, habrá de seguir prevaleciendo la antes vigente.
El artículo 7 del Convenio europeo sobre derechos humanos, expresamente citado en la sentencia, refleja esta última intención, y por consiguiente no parece que existan demasiadas posibilidades de que prospere el recurso del Gobierno español. Más base para recurrir había en marzo de 2011, cuando la sala presidida por el juez catalán Casadevall, que va trazando una línea poco favorable para nuestro Estado de derecho, en nombre de la libertad de crítica no vio delito alguno en las injurias proferidas por Otegi contra el Rey como jefe de torturadores, abiertamente lesivas del derecho a la honra y reputación, protegido por la Declaración Universal de Derechos Humanos (art. 12). Aquello fue una sentencia militante y chapucera; esta tiende a invalidar una aplicación militante de la ley.
El hecho es que se ha perdido la ocasión para reflexionar sobre el significado del crimen de 1997 y sus consecuencias políticas. Los comentarios vienen insistiendo en que el secuestro y el asesinato de Miguel Ángel Blanco marcaron un antes y un después en la historia de ETA, y de la actitud de la sociedad española frente al terrorismo, en alusión a la impresionante respuesta pública de toda España, vascos incluidos. Por una vez, las gentes de Batasuna fueron quienes sufrieron el aislamiento ante las movilizaciones. Pero tampoco cabe olvidar que muy pronto la cohesión democrática se vio erosionada hasta desmoronarse, tanto por las declaraciones de algunos líderes de opinión (la equiparación en las violencias de Vázquez Montalbán, la apelación al estadista con otras soluciones de Herrero de Miñón), como sobre todo por el intento de capitalización partidaria, a excepción del PSOE.
El PNV venía condenando las movilizaciones antiterroristas a lo largo de los noventa y ahora temió por la supremacía del nacionalismo: acabó pactando en Lizarra con el terror. Cuando este volvió tras la tregua, y en particular al ser asesinado el socialista Fernando Buesa, aun próxima la ejecución de Miguel Ángel, no hubo solidaridad democrática alguna, como si fuera cierto aquello de ETA eskua, Arzalluz burua. Gracias a los errores políticos de casi todos y a la insensibilidad nacionalista, el asesinato del concejal popular desembocó así en una victoria estratégica de ETA. Entonces y ahora, al valorar los hechos, para un nacionalista vasco radical, las muertes del enemigo son asumidas con plena naturalidad. El agresor sigue siendo vasco. Su oponente es el otro, un español, según refleja el titular del diario peneuvista al comentar la amenaza de muerte de un político bildutarra a los euskaldunes seguidores de La Roja, episodio donde únicamente la condena del violento por Sortu abre espacio para esperar un cambio: “Un cargo de Bildu cesa por amenaza a hinchas españoles” (sic). Un vasco con bandera española deja de serlo. Patriotismo es odio. No es cuestión de independentismo a ultranza, sino de radical deshumanización.
En gran medida, esta es su fuerza, como sucede con otros movimientos de ideología totalitaria. Y ello atrae adeptos, convencidos de que no hay otra solución que atender a sus planteamientos. Lo recuerda Florencio Domínguez en su imprescindible La agonía de ETA. Aun hoy, según su último comunicado, ETA sigue percibiendo que la desunión de los demócratas le permite esgrimir su amenaza. Aunque al carecer de fuerza para materializarla, sea tiempo de votos para Bildu. En el aniversario de Miguel Ángel Blanco —pensemos en el diputado Rekondo— persiste la deshumanización que causó su muerte.
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