El presidente que nunca debió ser nombrado
En los 200 años de historia del Supremo nunca su presidente se había visto obligado a dimitir
El primer presidente del Tribunal Supremo que en 200 años se ha visto obligado a dimitir nunca debió ser nombrado. Fue uno de los mayores errores de José Luis Rodríguez Zapatero, que, en un alarde de consenso, pactó con Rajoy la designación de Carlos Dívar, un tipo conservador, con un sentido religioso casi mesiánico, sin ninguna talla jurídica ni política, que fue recibido con las mismas dosis de sorpresa y chirigota en el Tribunal Supremo y que en el Consejo del Poder Judicial siempre votó en contra de los intereses de los socialistas. Como se ve, todo un acierto.
Porque toda la judicatura sabía en 2008 quién era Dívar, que por aquellas fechas presidía la Audiencia Nacional. Tanto es así que cuando se hizo público su nombramiento en el Supremo se recibió con rechifla. Varios magistrados comparaban la designación de Dívar, que no era uno de los suyos porque no tenía la primera categoría de la magistratura, con la Cirilo Cánovas, ministro de Agricultura en el octavo Gobierno de Franco, y recordaban la anécdota del telegrama -“Te juro por la memoria de mamá que a Cirilo lo han hecho ministro”- con el que el 25 de febrero de 1957 el estupefacto hermano del nuevo ministro notificaba a su hermana lo que consideraba un notorio disparate.
La sorpresa fue general en toda la carrera judicial, porque hasta entonces, todos los que habían ocupado el cargo habían sido o magistrados del alto tribunal o catedráticos de universidad de reconocido prestigio. Sin embargo, Dívar no parecía reunir las teóricas características que debe tener un presidente del Supremo. Nunca ha puesto una sentencia, ni ha formado parte de ningún tribunal colegiado. Tampoco tiene la categoría de Magistrado del Tribunal Supremo, circunstancias teóricamente importantes. Tampoco se le conocen artículos o publicaciones por los que haya destacado en el campo del Derecho. Eso sí, con esos condicionantes fue presidente de la Audiencia Nacional durante siete años y, anteriormente, durante otros 21, luchó contra el terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado como juez central en el citado órgano.
Malagueño, de 70 años, soltero y próximo al Opus Dei, estudió Derecho en Deusto y Valladolid y ejerció como juez en Castuera (Badajoz) y Orgaz (Toledo) antes de llegar a la Audiencia Nacional. No pertenece a ninguna asociación judicial, aunque sus profundas convicciones religiosas y su pensamiento cristiano más tradicional le sitúan ideológicamente próximo a los postulados del PP.
Sin embargo, Dívar supo venderse con éxito. Disciplinado y respetuoso con el poder, hizo gala de sentido institucional. Tanto es así que informaba por igual de lo que ocurría en la Audiencia a los ministros del Interior del PP y del PSOE, y tenía buenas relaciones con representantes de todas las opciones políticas democráticas, a los que invariablemente aseguraba que rezaba por ellos, lo mismo que también repetía a otros magistrados, fiscales, funcionarios o periodistas.
Su trato es extremadamente afable y melifluo, por lo que se pensó que podía generar consensos desde su nuevo puesto, lo que evidentemente en los más de tres años que ha presidido el Consejo del Poder Judicial no se ha producido.
Dívar vive de forma exacerbada la religión y, además de peregrinar regularmente a Palestina, en estos tres años de mandato ha visitado varios santuarios marianos, como Fátima y Lourdes, y ha hecho ejercicios espirituales en Roma. Precisamente a la virgen de Fátima, y no a la casualidad o a la suerte, atribuye que su conductor eligiera un itinerario distinto para ir desde su domicilio a la Audiencia Nacional, cuando un 13 de mayo ETA preparó un atentado contra él en el recorrido que solía hacer habitualmente.
Ha dado conferencias acerca del “testimonio cristiano en la vida pública” en el Arzobispado de Madrid y en la página web de la Hermandad del Valle de los Caídos puede todavía encontrarse un escrito suyo titulado “Justicia y Juan Pablo II”, en el que tras reflejar su coincidencia de pensamiento con el del anterior Papa sobre temas como la justicia divina, los derechos de Dios, la independencia judicial, los nacionalismos, la dignidad del ser humano, los emigrantes y refugiados, el matrimonio, la familia y el aborto, concluye: “Sólo en amar a Cristo y hacerle amar, en una vida coherente y cabal, se encuentra la única y verdadera Justicia”.
Dívar ha gozado de una vida divina y suele huir de los problemas como del mismísimo diablo, pero de lo que no ha podido huir es de la justificación de esos 32 viajes de fines de semana caribeñosdisfrutados en los tres años de presidencia del Consejo y que ha cargado en su mayoría a los presupuestos de la institución. Nadie se cree que haya ido 20 veces a Puerto Banús por motivos oficiales, y las coartadas ofrecidas sobre los otros 12 viajes de fin de semana de cuatro días a Galicia, Barcelona, Mallorca o Cantabria se han desmoronado como azucarillos en agua. Incluso el expresidente Miguel Ángel Revilla afeó su conducta al señalar que nunca le invitó, en contra de lo que había dicho Dívar, y que fue este quien pidió entradas gratis para visitar la cueva de El Soplao.
Ahora se ha convertido en el primer presidente del Supremo y del Poder Judicial obligado a dimitir por indignidad. Nunca debió ser nombrado.
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