Apelación al silencio
Está bien que los políticos padezcan timidez emocional. Pero que propicien la discusión, que es de donde nace precisamente la energía que alumbra
Lo más sorprendente de la actualidad es la apelación al silencio sobre lo que pasa. Lo escuché en dos mítines del Partido Popular. Decían de los otros: Mejor estarían callados. Mejor que no salgan de sus casas.
Es verdad que el silencio es donde anida la humildad, como dice Tzvetan Todorov, el gramático, y ahora gramático de la política. Pero el silencio impuesto, o inducido, es un imponderable que la sociedad democrática no se merece.
El silencio está bien para los funerales, o para escuchar, pero no es adecuado para la tarea política, pues solo de la conversación sale la luz. En política, el silencio es un fogonazo agresivo, una tachadura.
Al término del túnel del franquismo se toleraba “el contraste de pareceres”, y por ahí se colaron asociaciones, revistas democráticas muy arriesgadas (Cuadernos, Triunfo), clubes de discusión vigilada, y esa vía del Parlamento intolerable para la dictadura abrió la puerta a mucha gente que no paró de hablar ni debajo del agua.
Todo es silencio, en cierto modo, como sugiere Manuel Rivas en su última novela, pero el silencio es tan solo una metáfora en un país que no para de hablar. Y que no debe parar de hablar. La política es hablar, ¿cómo se le puede pedir a la política que guarde silencio, aunque los políticos que reciban esa apelación hayan incurrido en el pasado en errores contundentes?
Y esto es lo que ha pasado: como los políticos anteriores cometieron equivocaciones, ya sus sucesores no tienen derecho a decir, como decía mi madre, ni por ahí te pudras. Una discrepancia, aunque sea solícita; una discrepancia, aunque sea gritada... ¿Cómo van a quitarles la voz, por muy torpes que hayan sido sus padres o sus mayores, a los que vienen detrás?
Esta apelación al silencio que Mariano Rajoy lanzó en el congreso que señaló por unanimidad a Esperanza Aguirre como la líder total del PP de Madrid responde a la estrategia de silenciar al contrario para que salga adelante la unanimidad de criterio, necesaria, al parecer, en un país ante tan grave crisis. La propia presidenta dijo de los sindicatos que quizá callados estarían más guapos. Si se me permite, yo diría que ahora lo que hace falta es una algarabía de voces, para que en el medio florezca un argumento común. No es mejor lo común que viene de un solo sitio; es bueno lo común acordado, y en eso deberían estar conformes los políticos y también aquellos que les hacen el coro a los políticos.
En el debate francés, que aquí se ha seguido como si fuera el (necesario) debate español, ha salido adelante, parece, el candidato aspirante predicando lo contrario que predica el candidato presidente. Y no se ha resquebrajado la geografía política francesa. Uno y otro cavaron sus trincheras, la gente se hizo su lugar ante el televisor y se dijeron de todo, en mayor o menor grado. Mientras tanto, en España le pedimos silencio al opositor e incluso nos desayunamos con la idea de que por esta vez no debemos recurrir a la fórmula institucional llamada Debate del Estado de la Nación.
Está bien que los políticos padezcan timidez emocional. Pero ya que quieren luz, que propicien la discusión, que es de donde nace precisamente la energía que alumbra. jcruz@elpais.es
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