"Estudié en la pública, no tengo enchufes y gano 2.500 euros al mes"
"El éxito se consigue después de muchos fracasos, no tiremos la toalla tan pronto" "No podemos ser estudiantes eternos, ni “cierra-bares” eternos"
Estoy siguiendo esta serie nimileuristas con una mezcla de interés y desazón a partes iguales, ya que creo que no todo es tan negativo como se pinta.
Tengo 27 años, soy ingeniera Industrial, trabajo en Bélgica y gano 2.500 euros al mes. He estudiado en una universidad pública, terminé con un expediente medio y no tengo enchufes. He podido hacer algunas cosas como estudiar idiomas e irme de Erasmus, que cierto es que abren puertas, pero tampoco es algo fuera de lo común que no hagan una buena parte de los estudiantes universitarios. En resumen, que tengo un perfil y vengo de un ambiente de lo más normal.
Como vivo fuera de mi país no tengo una vida social abrumadora —para qué negarlo. Pero tengo un trabajo que me encanta, que me permite desarrollar mi potencial y aplicar aquello por lo que tanto he trabajado, tanto a nivel técnico como personal. Ni que decir tiene que esto me produce una satisfacción muy grata. Las únicas personas que conozco aquí son compañeros de trabajo, pero por la situación en la que me encuentro, eso me ha hecho establecer una relación con ellos que difícilmente habría logrado en otras circunstancias. Desde que llevo aquí he salido muy pocas veces de fiesta como lo haría en España, pero he disfrutado de las personas de otra manera, conversando mucho con gente muy distinta a mí en los pasillos, al mediodía o delante de una cerveza, entre otras. Y vivo sola, claro.
En el tiempo que llevo aquí, he evolucionado mucho tanto profesional como personalmente, y creo que esa es la señal de que (para lo que personalmente espero de la vida) he tomado el buen camino. Si me hubiera quedado en España, estaría más cerca de mi familia, de mis amigos y saldría mucho más de copas, sí, pero seguramente, seguiría siendo prácticamente la misma persona que hace un año, pero con un año más.
¿Quiero eso? No. Ahora no. Soy muy joven, no tengo ataduras, y por eso me puedo permitir el lujo de buscar lo que quiero, de probar, experimentar y equivocarme. Sí, también de equivocarme. ¿Qué es lo peor que me puede pasar si descubro que esto no me llena? Pues nada, volver a lo de antes y punto. No es el fin del mundo. Habrá quien piense que es egoísta, pero llega un momento en que cada uno tiene que hacer su propia vida y desengancharse de las faldas de papá y mamá. Sé que mi familia me echa de menos, pero también sé que les compensa y tranquiliza el hecho de ver que su hija ha conseguido hacer una vida de adulta, ser independiente, tener un buen trabajo del que disfruta y ver que todos estos años de esfuerzo por ambas partes han dado sus frutos.
No podemos ser estudiantes eternos, ni “cierra-bares” eternos (o no sólo eso). El éxito se consigue, entre otras cosas, después de muchos fracasos, pero si nos dejamos vencer por el primero, nunca llegaremos a la parte buena. No tiremos la toalla tan pronto. Y si una ventaja tiene nuestra generación en comparación con la de nuestros padres, es que tenemos muchas más posibilidades de elegir, y entre otras cosas, hemos podido elegir estudiar lo que queríamos, así que, para aquéllos que duden en emigrar por las desventajas de irse fuera, dejemos de ver el trabajo como un simple medio de ganarnos la vida e intentemos enfocarlo como lo que es cuando se hace lo que gusta: algo que también nos puede dar muchas satisfacciones.
No todo ha sido un camino de rosas, ni muchísimo menos —ni lo es a día de hoy—, pero ha sido un reto que he ido superando. Eso me ha permitido aprender mucho y me siento afortunada por tener la oportunidad de vivir una experiencia tan enriquecedora, aunque no sea fácil. Que la vida me siga dando retos como éste. El futuro es nuestro, construyámoslo.
Silvia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.