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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Politizados

Juan Cruz

En la historia universal de las revueltas siempre hay un chispazo. Al cabo del tiempo, cuando eso crece (como creció el 15-M, o el Mayo del 68, por ir más lejos) y ya se habla de ello como se habla de los siglos o de los monumentos, siempre hay alguno que pregunta: ¿y cómo empezó todo?

Es curioso que lo que ha pasado en Valencia empezó en realidad porque los chicos tenían frío. Habían cortado la calefacción en las aulas y consideraron que esa era una razón para salir a la calle, a protestar. Es verdad que en Valencia había tendida mucha pólvora, porque la comunidad se ha empobrecido en medio de fastos que ahora avergüenzan, y entre fastos y nefastos se quedaron sin dinero para la educación, la investigación y, en general, la vida. Y los chicos entendieron que entre las cosas que se hacen para expresar, ya que son ciudadanos, se puede salir a la calle a decir, a voz en grito, que no están contentos. Otra gente protesta por el matrimonio gay, y ahí se juntan católicos y políticos, y unos bendicen a otros, y aquí paz y en el cielo, se supone, gloria bendita. En el catálogo de las protestas hay de todo, y siempre se dice que ese es el ejercicio sacrosanto de la democracia.

Bendita sea la democracia, pues, que hace que la gente se junte incluso para decir que tiene frío. Lo que ha sucedido luego en Valencia, tras el primer chispazo, es la consecuencia de una torpeza policial, y sobre eso ya están de acuerdo tanto los tratadistas gubernamentales como los antigubernamentales, los chicos, los profesores y los padres. Se pasó la policía tanto que hasta el ministro que los manda y el presidente que manda al ministro insinuaron que ese podría ser un rasgo de torpeza que el Estado no debería permitirse. El Estado no puede llamar enemigo al estudiante, si dicen todos que ahí está el futuro, cómo va a ser enemigo el futuro...

Pero, claro, las cosas se sabe cómo empiezan pero no se sabe cómo acaban. Y los que no quisieron que pasara, es más, los que no quisieron que se tratara de torpes a los policías torpes, ni que salieran a la calle los chicos que tenían frío, empezaron a edificar, en torno a las intenciones de los estudiantes, todo tipo de insinuaciones que luego fueron portadas aguerridas de medios que no soportan la levedad del ser. A partir de este desesperado intento de teñir a los jóvenes con la tinta más perjudicial empezaron a decir que no solo estaban politizados, sino que habían sido infriltrados, desde las conocidas hordas violentas, por individuos que estaban aprovechando el frío para calentar el ambiente contra las sedes gubernamentales. Y a los políticos que dijeron, más o menos, lo que ya dijo, más o menos, el ministro del Interior, también les dedicaron el mismo adjetivo: politizados, que están politizados, y por tanto están politizando las quejas por el frío.

Vuelve, pues, la dichosa palabra al verbo nacional, la política como disfraz de una sospecha. ¿Politizado? Ah, pues se van a enterar.

Estar politizado es ser; el alma del hombre, tenga frío o calor, está politizada, es política todo lo que sale del ser. Escuché decir, como adjetivo que desmejora, que era “politizado” el documental que hizo Isabel Coixet sobre el juez Garzón, que ganó un Goya. ¡Un documental politizado! Vuelve Pontecorvo y le clavan flechas, ¡por politizado!

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