Por el miedo a la docilidad
Se confirma otra vez que las huelgas generales se hacen mejor contra un Gobierno socialista
Albricias. Por fin tenemos reforma laboral. Ha quedado plasmada en el decreto ley del pasado viernes. El recurso a este procedimiento confirma que es el preferido por un Gobierno popular sin problema alguno de mayoría parlamentaria. La primera salva de ordenanza con la que la han recibido sus promotores hubiera podido proceder también de sus críticos porque se ha centrado en el reconocimiento de que será incapaz por sí misma de generar empleo. Así que en lenguaje matemático estaríamos ante una condición necesaria pero no suficiente. Eso sí, ya sabemos que ha gustado en Berlín hasta el punto de que la canciller Angela Merkel la ha puesto de ejemplo. Veremos ahora si el texto es capaz de llevarnos a la huelga general, como Mariano Rajoy se maliciaba en su comentario al primer ministro de Finlandia durante el Consejo Europeo del pasado 30 de enero en Bruselas.
Por el momento, los secretarios generales de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo, y de la UGT, Cándido Méndez, rehúsan embestir al primer trapo que les han ofrecido. Prefieren quedar a la espera de que se den las condiciones objetivas, es decir, de que los perjudicados les obliguen a dar una respuesta de máximo calibre. Se confirma otra vez que las huelgas generales se hacen mejor contra un Gobierno socialista, según se observó en tiempos del presidente Felipe González, cuando se sumó incluso la patronal, y de José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora, las circunstancias sociales son adversas para estas convocatorias. No por falta de motivos, sino por exceso de miedo paralizador. Porque el poder y su orquesta mediática han demostrado su extrema habilidad en la siembra del miedo con el resultado provechoso de recolectar actitudes generalizadas de parálisis reivindicativa y de mansa docilidad. Son los mismos estímulos que sostuvieron con éxito el caciquismo de tanta raigambre en nuestro país. Para que todo funcione hace falta además que se produzca una pérdida de horizonte. En este caso, de horizonte europeo. Porque como teníamos advertido o Europa recuperaba su poder radiante de difusora de derechos y libertades o acabaría por importar esclavitudes y precariedades. Y en esa segunda opción estamos empeñados en ser más competitivos que los chinos.
En su libro El crash de la información, Max Otte explica bien los mecanismos de la desinformación cotidiana que tanto ayuda en las tareas anteriores. Nuestro autor impugna la religión del neoliberalismo de estricta observancia. Deja claro que lo sucedido no habría tenido por qué suceder. Subraya que ni se ha embridado el mundo financiero ni se ha puesto freno a los agentes sin escrúpulos de una economía monetaria desbocada. En su opinión, la tendencia ha ido precisamente en la dirección opuesta: se han descompuesto las pautas generalmente reconocidas; se han eliminado las reglas que hasta ahora parecían funcionar bien para abrir el mercado y poder ocultar mejor comportamientos fraudulentos. Entiende Otte que la política lo puede todo cuando quiere y que auténticas regulaciones podrían haber reconducido a vías algo más tranquilas el desarrollo caótico del mercado. Pero argumenta que para eso se necesitaría otra cultura económica, lo que exigiría una rebelión contra la religión del neoliberalismo y la decisión de no abdicar del propio entendimiento.
Sucede que al eclipse de Europa se suma el declive de los Estados Unidos, con un sistema político crecientemente bloqueado que ofrece espectáculos como el de las primarias del Partido Republicano. Sucede, según explica Paul Krugman, que cunde la desigualdad y que los datos de la Oficina de Presupuestos del Congreso en Washington resaltan el aumento del desfase salarial y sitúan a Estados Unidos en la cima de los países donde la condición económica y social tiene más probabilidades de ser heredada. Entonces llegan los conservadores para restar importancia al estancamiento de los salarios y poner el foco en el hundimiento de los valores familiares de la clase trabajadora. Para estos abanderados de la moralidad tradicional es irrelevante que el salario base ajustado a la inflación de los hombres con el bachillerato terminado haya caído un 23% desde 1973 y que, mientras en 1980 el 65% de quienes con esta educación trabajaban en el sector privado tenían seguro médico, en 2009 ese porcentaje había descendido hasta el 29%. Mientras, Adam Gopnik en The New Yorker subraya que la tasa de presos por cien mil habitantes ha pasado de 222 en 1980 a más del triple (731) en 2010. En la actualidad hay más hombres negros sometidos a procedimientos penales que esclavos en 1850. De manera que el gasto en prisiones se ha incrementado seis veces más en los últimos 30 años que el de la educación superior. Atentos.
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