La socialista de la playa pedregosa
Elena Valenciano es la primera mujer que llega a 'número dos' del PSOE en sus 130 años de historia. Es una luchadora nata, de las que pisan fuerte y se crecen en la pelea
Hace una tarde heladora en Madrid. A la vicesecretaria general del PSOE no le gusta posar para las fotos, aunque termina saliendo a la calle a cuerpo gentil para que el fotógrafo Gorka Lejarcegi pueda aprovechar los últimos fulgores del sol de invierno en retirada. Su primer gesto frontal ante la cámara es cruzar los brazos sobre el pecho y apoyar el mentón sobre un puño. Es una guerrera de armas tomar, de las que pisan fuerte y se crecen en la pelea. No se engañen con el recatado toque de su sonrisa, la serenidad de su semblante, la mariposa de colores que lleva tatuada en el hombro, ni los requiebros poético-literarios con que ilustra en su blog la relación hipnótica amorosa que mantiene con Altea y su mar.
La primera mujer que llega a número dos del PSOE en los 130 años de historia del socialismo español tiene mucho carácter y es tan resuelta como apasionada en todos los ámbitos de la vida. “Soy una persona decidida, no le doy demasiadas vueltas a las cosas. Cuando creo firmemente en algo, aparco las dudas y me lanzo a actuar. Tengo un punto de mal genio, pero es del bueno, del que se saca fuera y no deja marcas, secuelas o rencores”. Lo dice con naturalidad, sin cambiar el tono, como quien pondera objetivamente los beneficiosos efectos del buen colesterol.
Elena Valenciano ha estado junto a Alfredo Pérez Rubalcaba desde el momento mismo en el que el actual secretario general del PSOE saltó del Ejecutivo de Zapatero para preparar su candidatura a la presidencia del Gobierno. Pero ha sido tras la debacle electoral del 20-N cuando su influjo sobre un Rubalcaba y un partido conmocionados se ha hecho más patente. “Ella ha acompañado a Alfredo, le ha ayudado y confortado para que no arrojara la toalla y se presentara a la secretaría general. En estos momentos tan difíciles ha sido como su diván, y creo que, gracias a su apoyo y a su frescura como mujer y representante de una generación más joven, Rubalcaba ha encontrado el clima de equilibrio y serenidad que necesitaba para seguir. Han formado una pareja política de hecho”, concluye un alto dirigente.
Tiene carácter y dosifica con inteligencia la autoridad y la mano izquierda. Es imprescindible” Rubalcaba
Lo ratifica el propio Rubalcaba: “Somos amigos desde siempre porque es inteligente, valiente y honesta, pero ha sido en esta durísima campaña cuando se me ha revelado como una persona imprescindible”. Las campañas unen mucho, y ella ha ejercido de compañera, amiga, psicóloga, jefa del candidato, de todo. Tiene carácter y dosifica inteligentemente la autoridad y la mano izquierda. Por eso es mi número dos”, dice el secretario general del PSOE.
Aunque las versiones sobre el alcance y proyección de esta alianza varían en función de los afectos y perspectivas políticas —la idea de que el secretario general del PSOE se ha procurado un cancerbero serio y de confianza tiene bastantes seguidores—, nadie duda de que Elena Valenciano se dejará el alma en el empeño de su nueva función, como tampoco se duda de su capacidad para engrasar el aparato, empastar y formar equipos. “Elenita”, aquella chica tan maja que atendía el teléfono de la sede central porque sabía idiomas, la “niña” por la que sentían debilidad los santones del partido, con Felipe González a la cabeza, se les ha hecho mayor y ahora manda lo que Alfonso Guerra y José Blanco mandaron a las respectivas sombras de González y Zapatero.
¿Quién es esta mujer depositaria de un poder orgánico con el que nunca pudieron soñar Victoria Kent o Clara Campoamor, las míticas diputadas feministas y sufragistas del socialismo y republicanismo español? “Es lo que parece, una mujer echada para delante, apasionada, pero también analítica y racional que procura el consenso y el acuerdo. Éramos bastante transgresoras con el feminismo clásico porque decíamos que el feminismo era ‘el único movimiento de liberación que se enamoraba del enemigo”, recuerda Anna Terrón i Cusí, exsecretaria de Estado de Inmigración. Aunque los amigos de la número dos socialista sostienen que en materia de igualdad de género ella es extremadamente beligerante, incluso belicosa, Valenciano rehúye prudentemente la comparación con las grandes figuras de la emancipación femenina. “Lo nuestro es mucho más fácil. Al contrario que nosotras, Victoria Kent y Clara Campoamor tuvieron que pelear y ser reconocidas a pesar de sus partidos”, dice.
Como contrapeso, quizá, a ese temperamento tan fuerte —“tiene cuajo, proyección, sentido común y la frialdad del mando”, apunta el exministro de la Presidencia Ramón Jáuregui—, la vicepresidenta del PSOE acredita un sentido del humor notable y eso que, según ella, en su partido no le acompañan demasiado en esto de las risas.
—Igual es que las cosas no están para muchas bromas tras el batacazo electoral.
—No, no, viene de lejos. En el partido no hay ambiente. Hombre, claro que nos reímos, pero hablo de reírse a carcajadas, de no poder parar y terminar llorando de risa. Eso yo solo lo hago con mi marido, Javier, que además de guapo tiene un humor exquisito, con él y con mi hijo pequeño.
Debe de ser por eso por lo que en cuanto puede deja Madrid y se va a Altea, que viene a ser como el escenario natural que perpetúa su selección de grandes momentos de la vida. Si se le invita a cerrar los ojos y a pensar en su niñez, María Elena Valenciano Martínez-Orozco (Madrid, barrio de Chamberí, 18 de septiembre de 1960) se ve a sí misma jugando en la orilla de la pedregosa playa de esa población alicantina, bañándose en sus aguas, correteando con los amigos y sus dos hermanas. “Es que tuve una infancia espectacularmente feliz. ¡Qué veranos aquellos con los abuelos, los padres y los primos en aquella casa grande con jardín, junto al mar! Altea siguió estando tan presente en mis sueños y recuerdos de infancia que opté por vivir allí con mi marido y mi hijo pequeño, de 16 años”, dice, y quiere decir que en Bruselas, donde estuvo de eurodiputada entre 1999 y 2007, y en Madrid, donde ejerce también de diputada del Congreso, no vive, solo trabaja. “En Madrid puedes tener días buenos y días malos, pero se acaba la jornada y te vas a casa a estar sola y dormir sola”. Su actual cónyuge, Javier de Udaeta, es arquitecto y de Altea. Él diseñó la casa que tienen con vistas a la bahía.
Era una adolescente rebelde cuando descubrió la política a través de compañeros y profesores del Liceo Francés
Cosa extraordinaria, todo un desafío estadístico al cálculo de probabilidades, la número dos socialista pasa con nota alta la siempre insidiosa prueba sumarísima del juicio de su exmarido, el asesor de empresas donostiarra Quico Mañero. “Elena es una tía maja, en el buen sentido de la palabra, es vehemente, trabajadora y de mucho carácter”, dice el primer marido de Valenciano. “Cuando me enteré por la radio del coche de que en las primarias de 1998 ella apoyaba a Josep Borrell y Bono a Joaquín Almunia, mi reacción inmediata fue exclamar: ‘Lo siento, Almunia, pero con Elena enfrente ya puedes darte por perdido’. Ha militado en el PSOE desde siempre, creo que con 16 años ya tiraba panfletos. En el 23-F utilizamos su coche, un Dyane 6, para ocultar el fichero de militantes de las Juventudes Socialistas. La víspera, yo había sido elegido secretario general de las Juventudes y la foto de la nueva ejecutiva se había publicado en los periódicos. En la duda de si destruir el fichero u ocultarlo, se nos ocurrió esconderlo en el maletero del coche de Elena y aparcarlo en un prohibido para que se lo llevara la grúa. Cuando pasó el peligro, recuperamos el coche y el fichero. Pese a nuestra separación, Elena y yo nos llevamos estupendamente”, señala el primer marido de Valenciano. La antigua pareja y su hija de 23 años son vecinos, viven casi puerta con puerta, en el centro de Madrid.
Hija mayor de un médico experto en salud pública que desempeñó el cargo de subsecretario de Sanidad en el Gobierno de UCD durante el envenenamiento masivo por aceite de colza, Valenciano era una adolescente particularmente rebelde cuando, al poco de morir Franco, descubrió la política a través de sus compañeros y profesores del Liceo Francés de Madrid, donde estudiaban los vástagos de la burguesía ilustrada y liberal. “Me hice del PSOE por mi compañero de clase Magdy Martínez, hijo de un socialista histórico y de Miriam Soliman, secretaria entonces de Felipe González y más tarde de Javier Solana. Estaba enamorada de él, no le fue difícil convencerme”, comenta.
Aquella jovencita de casa bien con servicio doméstico, “pijilla”, como la recuerdan algunos de sus compañeros, pidió ingresar en el PSOE a los 16 años, pero no lo logró hasta un año más tarde, una vez cumplió con los cursillos de formación. Felipe González le impactó de tal manera que hoy todavía sigue manteniéndole en el pedestal con la velita encendida. “Era un líder apabullante, atractivo, interesante, pedagógico, un héroe, de esos que ya no existen”.
—¿Qué descubrió al entrar en el PSOE?
La vicesecretaria empezó atendiendo llamadas en la centralita de la antigua sede central de la calle Santa Engracia
—Todo me pareció maravilloso, muy romántico. Todos hacíamos de todo: lo mismo pegabas sellos que montabas una mani, hacías captación o atendías el teléfono.
—En el 23-F estuvo en la centralita.
—Era de los pocos que sabían francés e inglés y llamaban de todos los partidos socialistas para enterarse de lo que pasaba. Estudiaba por las tardes, y por las mañanas echaba unas horas en la centralita de la sede de Santa Engracia para sacarme unas pelas.
—También frecuentaba otros ambientes de la movida madrileña, el Rockola...
—Es que además Antonio Vega y su compañero Nacho, de Nacha Pop, eran de nuestro liceo. Todas estábamos enamoradas de él y nos apuntábamos a los ensayos, a los conciertos, a todo.
—Joven rebelde, militante de izquierdas y aficionada a la movida. ¿Muchas discusiones en casa?
—Sobre todo por mi militancia. Les disgustaba mucho, particularmente a mi madre, que es conservadora y suscriptora de Abc. No aprobaba que siendo tan joven me metiera en política y en un partido marxista. Pero mi padre, que es científico y más liberal, nos aleccionó siempre a las tres hermanas, yo soy la mayor, para que fuéramos independientes.
—Su partido cargó entonces contra su padre en el escándalo de la colza.
—Sufrimos mucho en la familia. Yo tenía 20 años y le mandé una carta a nuestro portavoz parlamentario, Ciriaco de Vicente. Le decía que mi padre no era responsable de aquello, pero él me la devolvió.
Su autodefinición: “Tengo un punto de mal genio, pero es del bueno, del que se saca fuera y no deja marcas o rencores”
Al igual que otros dirigentes socialistas de su generación que han venido a confirmar la profesionalización de la política, Elena Valenciano ha dedicado toda su actividad pública a ese afán y ni siquiera ha terminado sus estudios universitarios. Su ascenso a la cúpula socialista ha desatado cierta polémica a propósito de un currículo académico que le atribuye las carreras de Derecho y Ciencias Políticas. “En mi currículo pone que tengo estudios, no títulos. Empecé Derecho y luego me pasé a Políticas. No terminé, pero solo me faltan dos asignaturas de Estadística. La verdad es que me aburría y ahora me da pereza acabar. Algunos de los profesores que tuve en Políticas están ahora aquí, en el partido”, indica.
El exministro de Transportes y exdiputado europeo Enrique Barón es de los que siempre vieron en ella a una persona entregada en cuerpo y alma a la causa del partido. “Es abierta, ambiciosa, trabajadora, sabe comunicar y tiene capacidad de interlocución e inquietudes culturales, pero el rasgo más marcado es su vínculo con el partido. El partido ha sido su vida”, apunta.
—¿Qué lagunas tiene?, le pregunto a Elena Valenciano.
—Una muy grande es la economía. Desde que empezó la crisis procuro rellenar ese vacío y tengo buenos profesores, pero…
—Tampoco ha hecho gestión. Ni siquiera ha dirigido una alcaldía.
—Sé lo que es pagar nóminas, hacer presupuestos, tratar de rentabilizar una actividad. Dirigí la Fundación Mujeres, más difícil de gestionar que muchas empresas.
Elena Valenciano dio su gran salto político en junio de 1999 gracias a que Josep Borrell consiguió que le acompañara en la lista a la Eurocámara. “Fue muy valiente al apoyarme porque entonces desafiamos al poder establecido en el partido”, recuerda el expresidente del Parlamento Europeo.
La eurodiputada Valenciano comprobó las complicaciones que reportaba un puesto alejado de su familia. Todavía revive aquella experiencia con pesadumbre. “Fue horrible tener que dejar en Altea a una hija adolescente, a un niño pequeño y a tu marido. Tenía que coger seis aviones para poder estar con ellos los fines de semana y la ruptura era dolorosa porque a veces dejabas al niño con fiebre y porque como me dijo una vez mi hija, que tuvo una adolescencia tan terrible como la mía y hoy es una mujer maravillosa: no se puede pretender educar solo los fines de semana. Si no entregué entonces mi acta de diputada fue porque mi amiga Anna Terrón me aconsejó que aguantara un poco más. Tenía razón porque al final encuentras una rutina incluso en la locura”.
Hay que cambiar el partido para que, sin aventuras, siga siendo útil para la sociedad” Elena Valenciano
Aunque contribuyó a la elección de Rodríguez Zapatero aportando votos de antiguos partidarios de Borrell y tenía buena conexión con José Blanco desde la militancia común en las Juventudes, Elena Valenciano no fue agraciada en los sucesivos repartos ministeriales destinados a cubrir la cuota femenina. Eso sí, sustituyó a Trinidad Jiménez en la Secretaría de Relaciones Internacionales de su partido.
—¿No encajaba en el modelo de mujer política de Rodríguez Zapatero?
—Si no me hizo ministra sería porque no encajaba o no le parecería adecuado. De todas formas, en los últimos tres años coincidimos en algunos viajes y tuve una relación de confianza y cariño con él. Lo pasó muy mal.
—¿No mantenía una posición crítica?
—Sí, pero lo uno no quita lo otro.
—Todo el mundo parece descalificar hoy su política, pero ¿por qué no se oían voces críticas en la ejecutiva y el Consejo de Ministros?
—Alguna cosa dije alguna vez. En la ejecutiva no había voces discrepantes, entre otras cosas, porque muchas discusiones se filtraban inmediatamente a la prensa y no éramos libres para hablar. También, claro está, porque el partido está para apoyar al Gobierno, que es el que maneja más información y porque nunca faltan los “pelotas”.
—¿En qué se sustenta su alianza con Rubalcaba?
—Pensamos lo mismo sobre lo que debe ser el partido. Hay que cambiar el PSOE para que, sin aventuras, siga siendo el PSOE, un instrumento útil para la sociedad.
Pese a haber alcanzado la edad en que las gentes buscan el acomodo, la número dos socialista prefiere su pedregosa playa de Altea a los finos arenales de alrededor. Siempre que puede, ella continúa paseando sobre el empedrado de guijarros y es como si rememorara, una y otra vez, aquellos veranos de la felicidad.
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