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Fraga en la Facultad de Políticas, un catedrático en apuros

El político sufrió como docente una ristra de tribulaciones derivadas de su condición de “fuerza de la Naturaleza”, como le apodaban algunos de sus alumnos

Manuel Fraga Iribarne sufrió como docente una ristra de tribulaciones derivadas de su condición de “fuerza de la Naturaleza”, como le apodaban algunos de sus alumnos. Tras abandonar el Ministerio de Información yTurismo y pasar por el Consejo de Administración de Cervezas El Águila, retornó en octubre de1971 a la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense de Madrid, un edificio escalonado ideado por Miguel Fisac junto al palacio de La Moncloa. Era a la sazón un feudo del PCE, que contaba allí con una potente organización clandestina pese a su ocupación permanente por la Policía Armada y la Brigada Político-Social del régimen franquista. En su primer día de clase tras el regreso, –era catedrático de Teoría del Estado y Sistemas de Organización Política- después de retirar un adjunto suyo una botella de cerveza de la mesa profesoral, Manuel Fraga repartió un voluminoso currículo con su trayectoria académica, sus publicaciones, distinciones y merecimientos. Aquello provocó entre los estudiantes madrileños sorpresa, seguida de un sonoro pateo, el primero de los numerosos que recibiría en los dos cursos que impartió.

A la facultad madrileña acudía puntualísimamente Fraga cada mañana rodeado de una pequeña cohorte de adjuntos –entre otros, Jorge Vestrynge, más un profesor ucraniano de habla dura y algunas profesoras a las que los estudiantes apelaban Las Boyardas, por los vistosos abrigos de pieles que lucían. Desde la tarima del aula 3 de la facultad, Fraga dictaba sus clases con un discurso con dicción nasal apresurada y un flujo conceptual tan denso, que hacía casi imposible descifrarlo fuera de las primeras filas del anfiteatro estudiantil; a ello añadía una potente gestualidad. “Nos acollonaba: parecía que nos regañaba, más que explicar”, comenta con una sonrisa un alumno de entonces, José Manuel Sánchez.

Por otra parte, según refiere el hoy escritor Gonzalo Moure, estudiante de Políticas, “Fraga tenía encomendada a un conserje de su aula la retirada todos los carteles reivindicativos que asiduamente los alumnos colocábamos antes de su llegada”, cuenta. “Un día, un cartel sobre la Amnistía, en el que figuraba una foto de un policía golpeando a un estudiante, permaneció colgado en un muro del aula durante toda la clase sin ser retirado de allí. Al día siguiente, el conserje perdió su trabajo”, cuenta Moure.

El profesor Fraga tuvo que afrontar una declaración de persona non grata por parte de sus alumnos de segundo curso de Políticas a quienes, en una ocasión, les hizo una confidencia: “Lo que ustedes me hacen aquí da bazas al Opus para atacarme desde Nuevo Diario” (periódico afecto a la Obra de Dios, con la que mantenía enfrentamientos), les dijo. En otra jornada, en medio de una fuerte bronca estudiantil, espetó a los jóvenes: “Las revoluciones hay que hacerlas en serio, como Lenin; lo que ustedes hacen son simples algaradas”. Otra anécdota da cuenta de que una mañana, ya comenzada con puntual exactitud una de sus clases, un cuarto de hora después de iniciarla hizo irrupción en su aula un piquete informativo que exigía a los alumnos allí asistentes que la abandonaran, por una huelga vinculante decidida antes. Fraga se encolerizó primero y acto seguido llamó a un conserje para pedirle que avisara a la policía. Al poco, no obstante, cambió de actitud y dispuesto a marcharse, se despidió con la frase: “Muchacho”, refiriéndose al portavoz del piquete, de nombre Agustín, “para ser revolucionario hay que madrugar”. Mientras dejaba el aula, los miembros del piquete le cantaban: “¡Es un centrista excelente, es un centrista excelente…! Fraga se volvió hacia ellos y les dijo con solemnidad: “Gracias, señores”. Agustín reconoce hoy: “Pese a todo, tenía sentido del humor”.

Otro día, Fraga intentó desplazarse hasta la facultad en el autobús estudiantil P (apodado el Politikon) de la Empresa Municipal de Transportes, pero, al subir él en la parada de cabecera, todos los viajeros, estudiantes, descendieron del autocar.

Pese a los adjetivos ideológicos que los jóvenes más radicales le aplicaban, Manuel Fraga no tenía reparo en recomendar a los futuros politólogos los "Escritos militares" de Mao Tse Tung o textos de Daniel Cohn-Bendit, líder izquierdista de las revueltas parisienses del Mayo francés de 1968, entre otras lecturas, como la del propio "Qué hacer"de Vladimir Illich Lenin.

Una conferencia controvertida

En una ocasión, en aquel mismo año, Manuel Fraga pronunciaba una conferencia sobre Guinea Ecuatorial, en el colegio Mayor chino-taiwanés Siao, cerca del hoy edificio de la UNED, junto al río Manzanares. Un alumno suyo, de nombre Rafael, asistente a la conferencia, le planteó educadamente dos preguntas, en las que Fraga, tras alabar la pertinencia de las cuestiones que le fueron propuestas, exhibió su profunda erudición y conocimiento del tema tratado (había presidido la delegación española en la independencia guineana). Se explayó en las dos repuestas. Pero pronto vino la tercera cuestión, fuera del tema conferenciado. Franco, ya físicamente decrépito, acababa de anunciar en Sevilla su célebre frase: “¡Jamás vendrán los partidos políticos!”. Entonces, aquel mismo estudiante preguntó a Fraga: “¿Cree usted que hay alguien en sus cabales capaz de ponerse por encima de la Historia y erradicar de antemano un derecho democrático de una nación, como son los partidos políticos?”, le espetó. Fraga se incendió de manera súbita, montó en cólera y expulsó fulminantemente al joven de la sala de conferencias. Pero, inesperadamente, los demás asistentes al acto, casi un centenar y medio de personas, muchas de ellas chinas, se marcharon junto con el estudiante y dejaron solo en la sala al catedrático gallego.

Mediador en detenciones

Muy poco tiempo después de aquel episodio, la Brigada Político-Social, policía política del franquismo, detuvo a una estudiante de Políticas alumna suya, Julia Hidalgo, del PCE, jerezana, hoy esposa del eurodiputado de Izquierda Unida Willy Meyer. Julia sufría entonces una dolencia que exigía medicación y que acentuaba gravemente los riesgos derivados de toda detención, pues eran muy frecuentes los interrogatorios violentos y en ocasiones, la tortura, aplicada a los militantes de izquierda, señaladamente a los comunistas. Varios alumnos, compañeros de Julia, entre ellos el mismo alumno de la pregunta de marras en el colegio mayor, acudieron velozmente al estudio que Fraga tenía en la calle de Joaquín María López, junto a Isaac Peral, en Moncloa, para interceder ante el profesor por Julia, a sabiendas de que Fraga tenía mano en la Dirección General de Seguridad. Fraga recibió a los delegados estudiantiles y en su presencia llamó al director general conminándole a poner en libertad a la joven jerezana,que, poco después, salía libre a la calle.

La protesta estudiantil proseguía incesante. La Policía política de Franco tampoco cesaba en su persecución. Una tarde sabatina del invierno de 1973, dos agentes de la Brigada Político-Social -prácticamente acuartelados con decenas de agentes uniformados desde meses antes dentro de las Facultad de Ciencias Políticas hasta que un boicoteo de exámenes finales los echó del campus -,detuvieron allí a una estudiante vasca; se llamaba María Victoria Garmendia.

Velozmente, los alumnos acudieron al Decano de la Facultad, Carlos Ollero, catedrático de Teoría del Estado –liberal, demócrata y miembro del Consejo Privado de Don Juan de Borbón-, para que intentara impedirla detención de la joven. Ollero, con arrojo y firmeza, exigió a los policías que soltaran a su alumna; pero, sorpresivamente, los agentes de la Brigada Político-Social detuvieron también al veterano catedrático que esposado, con el rostro enrojecido por la humillación, fue introducido en un vehículo policial y conducido bajo custodia a la Dirección General de Seguridad del Ministerio dela Gobernación, en la madrileña Puerta del Sol.

Un decano esposado

De nuevo aquel estudiante, por delegación de suscompañeros, acudió junto con otro de nombre José Ramón A. al despacho de Fragaen el barrio de Argüelles. Tras señalarle que había mantenido con él uncontencioso en una conferencia en el colegio mayor chino, Fraga le

dijo: ¡Yo tengo muy mala memoria, Rafael! ¿A qué han venido?” El alumno le dio noticia de la detención y apresamiento, esposado, del catedrático Carlos Ollero. “Vengan conmigo”, dijo enérgicamente Fraga y les llevó al interior de su despacho. Marcó el teléfono con enérgico ademán.“Quiero hablar con don Eduardo Blanco, director general de Seguridad”, tronó Fraga. “Blanco al aparato, don Manuel”, escuchó decir al teniente coronel,director de la Policía. “Eduardo: ¡tus hombres han cometido una tropelía inadmisible!¡ Soltad inmediatamente a don Carlos Ollero, una eminencia del Derecho Constitucional. Es como si me hubierais detenido a mí!”, le gritó. Cinco minutos después, Ollero estaba en la calle.

Tres cuartos de hora más tarde, el decano regresaba a la Facultad de Políticas, donde un cortejo de estudiantes le esperaba con ansiedad.

“¿Qué tal, don Carlos, como se encuentra?, le preguntaban con afecto, por su coraje en la defensa de la compañera Garmendia y preocupados también por el tremendo sofoco que el veterano profesor traía consigo.

“Bien, gracias”, les respondió con alguna sequedad. Entonces,con gesto de fastidio, preguntó a su vez: “¿A quién se le ha ocurrido la idea de pedirle a Fraga que mediara por mí ente la Brigada Político-Social?”. –“Amí”, le respondió algo azorado aquel delegado estudiantil. “Rafael”, replicó Ollero con una sonrisa forzada, “¿no ve Usted que ahora voy a tener que agradecer toda mi vida a don Manuel que me haya liberado de la PolIcía?”. Sin embargo, Ollero, único catedrático que había disputado con éxito a Fraga el número uno en una oposición, le agradecería luego, con plena cordialidad, sugesto. Poco después, Manuel Fraga volvió a distanciarse de la facultad de Políticas, en la que fue, sin duda, uno de sus catedráticos de más nombradía.

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