Un veterano fiel para el fin de ETA
Rajoy apuesta por este político con más de 30 años de experiencia para afrontar el final de ETA
Rodeado de periodistas, en la cena de Navidad del partido, Jorge Fernández Díaz (Valladolid, 1950) soportó estoicamente el pasado 15 de diciembre en un restaurante en el Puerto Olímpico de Barcelona una cascada interminable de preguntas para lograr algo de luz sobre los futuros planes de Mariano Rajoy en la composición de su Gobierno. De pie y sin pestañear, aguantó con una educación exquisita todas las cuestiones sin apenas moverse ni acercarse a un canapé. Jesús Posada acababa de ser nombrado presidente del Congreso y él se había caído de forma inesperada de esa quiniela. Pero se abría otro interrogante ¿Sería por fin este hombre tranquilo e íntimo amigo de Rajoy finalmente ministro? No se sabía entonces pero estaba claro que le esperaban cotas de responsabilidad más altas.
Rajoy ha decidido encomendar el enorme desafío de afrontar el final de ETA a este hombre con una larguísima carrera política y tremenda experiencia en la que ha visto, como suele decir, casi de todo. Nacido en Valladolid pero educado en Cataluña desde los tres años, Fernández Díaz es uno de los políticos más longevos en primera línea desde la democracia. Ingeniero industrial, casado y padre de dos hijos, fue nombrado en 1980 delegado de Trabajo en Barcelona y luego gobernador civil de Asturias. Fue, recuerda, en pleno verano y con las maletas a punto para irse de vacaciones. Vivió el 23-F en el Gobierno Civil de Oviedo y poco después fue designado gobernador civil de Barcelona. No tuvo reparos en abandonar ese cargo meses después para concurrir, sin éxito, a las elecciones de 1982 por el CDS. Luego ya empezó a militar en Alianza Popular. Tiene en su palmarés todos los cargos posibles: ha sido concejal, diputado autonómico, el Congreso, senador, secretario de Estado, vicepresidente del Congreso y ahora ministro ¿Puede alguien igualarlo?
De talante moderado,
El catedrático de Historia de la Universidad de Barcelona, Joan B. Culla, autor del libro La derecha española en Cataluña, afirma que la gran virtud de Fernández Díaz es que ha cumplido esta máxima: resistir es vencer. Y debe tener razón porque el nuevo ministro compitió en 1988 con Jordi Pujol o en 1993 con Miquel Roca como candidato a la presidencia de la Generalitat. Los dos políticos convergentes retirados desde hace años.
De talante moderado y dialogante hasta el punto que sectores de su partido le tacharon de ser el popular más convergente, Fernández Díaz se ha alejado siempre del ruido y de las campañas anticatalanas más agresivas. La reciente campaña electoral ha sido un buen ejemplo: envió mensajes suaves y marcó su propio ritmo en dos asuntos conflictivos: defendió que la inmersión había funcionado de forma razonable y con éxito -“Eso no quita que se puede reformar y favorecer el trilingüismo”- y quiso subrayar que él no va ni le gustan las corridas de toros. “Pero no las hubiera prohibido”, dijo. Tiene una buena relación con el democristiano Josep Antoni Duran Lleida y comparte con él la filosofía de que la solidaridad fiscal entre territorios, como ocurre en Alemania, debe tener límites.
De profundas convicciones religiosas –Suele utlizar la coletilla: “Dios mediante”- y próximo al Opus Dei, Fernández Diaz ha trazado su carrera cerca de Rajoy quien, en su época de ministro, le nombró dos veces Secretario de Estado: primero en Administraciones Públicas y después en Educación y Universidades. Destituido por la cúpula del partido como presidente del PP en 1990 en beneficio del corrosivo Alejo Vidal-Quadras, Fernández Díaz supo luego pactar y seguir en la cuerda. Siempre, de hecho, junto a su hermano Alberto, ha estado en el epicentro del PP catalán dirigiéndolo con permiso ahora, por supuesto de Alicia Sánchez Camacho. Tienta años después de debutar en política, Jorge y Alberto cosechan sus grandes recoger éxitos: uno en el Gobierno y el otro, a un paso de firmar una alianza en el Ayuntamiento de Barcelona si es que las relaciones entre los dos partidos no acaban reventando. Hoy, ocho días después de la copa navideña de Barcelona, el ministro seguro que podría contestar mucho más tranquilo. Pero consciente de que culmina su carrera con el enorme reto de afrontar el final de ETA.
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